17/11/2019
El enigma Florencia
La hija de Cristina está abrumada por su situación judicial. Intentó objetar a dos jueces del Tribunal Oral 5. Pero su solicitud fue desestimada.
Florencia Kirchner
Eduardo van der Kooy
Trama política
El sistema de la fórmula entre Alberto y Cristina Fernández empieza a sufrir desajustes. Hay una evidente discordancia de los tiempos que manejan ambos. El presidente electo arma y arma. Sigue sumando promesas sobre futuras incorporaciones al poder que detonan interrogantes : ¿Cabrán todos en un solo gobierno? ¿O habrá que imaginarse dos, tal vez, para estar a tono con las extravagancias en América Latina?
El retraso del protagonismo de la ex presidenta se explica por razones personales antes que políticas. O razones personales que, según sea la evolución de la realidad, se convertirán en un factor político insoslayable. Cristina permanece atada al estado de salud de su hija, Florencia Kirchner. La joven sigue con su tratamiento en Cuba aunque con un horizonte incierto. Venía evolucionando de su dolencia múltiple, pero tuvo una recaída. Así se explicó la prolongación de la estancia de su madre en La Habana, que concluyó hoy.
Florencia está abrumada psicológicamente por su situación judicial. Culparía por ese presente a su familia. Algunas cosas sucedieron cuando falleció su padre, Néstor Kirchner. Máximo, su hermano y diputado, fue el encargado de administrar el ordenamiento de la herencia. Florencia, por ejemplo, fue incorporada al directorio de las empresas Los Sauces y Hotesur. Tenía 19 años. Son las causas por las cuales está procesada y deberá enfrentar un juicio oral y público.
La joven recibió un golpe en su ánimo dañado cuando hace días la Cámara de Casación Penal rechazó su pedido para apartar a los jueces del Tribunal Oral Federal 5 (TOF) a cargo del juicio por Los Sauces. Se trata de una causa por lavado de dinero. Objetó por supuesta parcialidad a Adriana Palliotti y Daniel Obligado. Los responsabilizó de haber filtrado a los medios de comunicación información sobre su estado de salud. Se sabe casi nada sobre eso. A tal punto, que ni la Justicia tendría constancia fehaciente que la joven se esté presentando cada quince días en la Embajada de nuestro país en la isla para certificar la condición de su salud. Lo había exigido el fiscal Diego Velasco.
La situación de Florencia plantea dilemas a Cristina. Los más importantes son de índole personal y familiar. Pero tampoco puede obviarse que la ex presidenta es la vicepresidenta electa en un esquema de poder muy extraño. Donde el volumen político y electoral natural de ella contrasta todavía con la obra que, en ese terreno, realiza Alberto con denuedo cada día.
La ex presidenta tiene en lo inmediato dos tareas perentorias. Debe armar la línea en el Senado donde será su titular. Alberto ya sabe que la mendocina cristinista Anabel Fernández Sagasti será la jefa del bloque oficial. No se trata de una grata novedad para varios senadores que responden a la vieja maquinaria de los mandatarios pejotistas. Habría algo peor: Oscar Parrilli, electo por Neuquén, sería designado presidente provisional del cuerpo. Es decir, pasaría a formar parte de la línea sucesoria. No es un dirigente demasiado estimado. Ni siquiera por Alberto. Salvo que, en este nuevo tiempo, el presidente electo haya cambiado de opinión.
La otra cuestión pendiente atañe a Buenos Aires. Axel Kicillof es el discípulo de la ex presidenta. Deberá aprender a realizar delicados equilibrios entre La Cámpora, a la que observa con recelo, y los intendentes del Conurbano. El gobernador electo designó a su equipo para coordinar la transición con María Eugenia Vidal. Pero en la gobernación no alcanzan a adivinar si los interlocutores son para la circunstancia o forman parte del próximo gabinete. Los intercambios nunca alcanzan la profundidad necesaria acorde a la importancia de la coyuntura. Conclusión: Kicillof estaría esperando el retorno de Cristina a la actividad para terminar de definir su equipo. Puede que exista también, como lo hace Alberto, la intención de preservar los nombres de un desgaste público prematuro. Pero no debe olvidarse nunca el dedo de la ex presidenta.
Alberto sabe que el factor político de Florencia K tendrá incidencia en el primer tiempo de su próximo Gobierno. Porque Cristina estará irremediablemente ocupada entre Buenos Aires y La Habana. Al menos hasta que no logre desmalezar el sendero judicial que involucra en las causas Los Sauces y Hotesur a la familia Kirchner. No sería un trabajo sencillo. Unificadas, han sido elevadas a juicio oral. Aunque carecen todavía de fecha de inicio.
Siempre el riesgo y la preocupación recaen en Florencia. Porque en esas condiciones judiciales no podría regresar a la Argentina sin asumir peligros. Máximo tiene fueros. Cristina como vice electa ha conseguido un verdadero blindaje. La teoría de Miguel Angel Pichetto sobre la condena firme para abordar el desafuero, una gratitud que la ex presidenta no debe olvidar, pareciera convertida desde ahora en una minucia. Con el nuevo cargo cualquier demanda judicial exigiría también el trámite de juicio político por parte de la Cámara de Diputados. Nada para temer.
Cristina pretende como prioridad rescatar a su hija. Pero busca además su reivindicación. Dio el primer paso cuando con la ingeniosa ecuación de alzar a Alberto como presidente derrotó a Mauricio Macri. Ahora corresponde al presidente electo lograr que el Poder Judicial termine concluyendo que Cristina estaría libre de culpa y cargo sobre la pesada corrupción de la década kirchnerista. El labrado político comenzó a insinuarlo durante esta transición: sostuvo, tajante, que todas las pruebas contra ella resultan inexistentes.
Alberto y Cristina, más allá de las suspicacias, parecieron debutar sin disonancias frente a la extendida crisis regional. Al menos, en torno a la forzada salida del poder de Evo Morales en Bolivia. Ambos apuntaron, como lo hizo desde el exilio el líder indigenista, a Washington y a Donald Trump. Ambos cuestionaron la asunción de la senadora Jeanine Áñez, entre otras cosas, por hacerlo sin el quórum en el Congreso. Siempre Cristina tira de la cuerda un poco más. Se alarmó por la autoproclamación sin el debido voto popular. Envió, como paradoja, un tuit desde La Habana donde tal ejercicio ni existe. Miguel Díaz Canel acaba de ser investido mandatario, para reemplazar a Raúl Castro, sólo por la decisión de los miembros de la Asamblea Nacional.
Alberto, de todos modos, está obligado a jugar a varias bandas. Sabe la herencia y la crisis regional y global que le aguarda. Pero, como la ex presidenta, parece empeñado en querer recrear un progresismo en franca declinación. Sería la utopía de una vuelta a un tiempo que no renacerá. El denominado “nestorismo”. Cuando el ex presidente y su ex jefe de Gabinete departían con Lula en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay, Ricardo Lagos o Michelle Bachelet en Chile y Hugo Chávez en Venezuela. Ahora sólo queda la lejanía de Manuel López Obrador en México. Caracas, con Nicolás Maduro, constituye una referencia impresentable para Alberto. De Cristina no se sabe bien.
Esa nostalgia quizás explique ciertos gestos del presidente electo. Hizo lo que debía hacer para preservar la vida de Evo después del golpe. Ahora estaría empeñado en exportarlo desde México, una vez que asuma. Sigue celebrando la libertad de Lula para disgusto del disparatado Jair Bolsonaro, mal que le pese el mandatario de Brasil, principal vecino y socio comercial. Cruzó el Río de la Plata para intervenir en la campaña del Frente Amplio ante el balotaje del 24 de noviembre. Saludó incluso a Tabaré como si nunca hubiera ocurrido nada entre ellos. Siempre lo responsabilizó por la construcción de la pastera frente a Gualeguaychú. Que detonó el bloqueo irresponsable durante tres años de parte de los Kirchner del puente internacional que une a ambos países. ¿Qué hará Alberto si el Frente Amplio no gana?
El presidente electo parece sumar problemas innecesarios, mientras hurga salidas para otros. La crítica a Trump no lo ayudará con la renegociación de la deuda ante el Fondo Monetario Internacional. Tampoco será un escollo insalvable. Alberto fue franco ante los embajadores de la Unión Europea: “Los voy a necesitar”, repitió. Guillermo Nielsen, su principal espada en materia de deuda, tiene constancia de que el organismo internacional está dispuesto al diálogo. Para que pueda superarse esta encrucijada. Hernán Lacunza, el ministro de Economía de Macri, ha recogido idénticos registros. ¿Estaría Cristina de acuerdo con ese rumbo?
El presidente electo orienta el futuro a grandes trazos pero no define aún planes ni nombres. Apenas en el Gobierno, por las labores de la transición, descubrieron algo. El futuro Ministerio del Interior, que ocupará Eduardo De Pedro, será partido en tres. Producción quedará en manos del intendente de San Martín, Gabriel Katopodis. Vivienda bajo el mando de la ex vice de Santa Fe, María Eugenia Bielsa.
Aquella indefinición produce efectos encontrados. La Argentina acumula el riesgo país de un default. Pero el candado al dólar impuso una calma aparente que desconcierta. El Banco Central compró desde el 28 de octubre US$ 1.500 millones. Macri, al menos en ese plano, está cumpliendo con Alberto.
El tránsito colectivo sigue sucediendo al filo de un abismo. Las convulsiones en la región –sobre todo Bolivia y Chile- irradian aquí la falsa percepción de cierta normalidad. Podrían ensayarse conjeturas. Las elecciones habrían servido, providencialmente, como válvula de escape ante el evidente descontento popular. Ahuyentando aquel recuerdo de la ruptura violenta del 2001, que tampoco solucionó nada. Quedó a la vista. Si se trata de una lección aprendida, bienvenida.
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