20/11/2019 - 0:01
Cristina no tiene “cero injerencia”
Un hecho simbólico. Siempre las reuniones entre Alberto Fernández y ella se hicieron en el Instituto Patria o el departamento en Recoleta.
El Presidente electo dijo que tiene el gabinete
"casi definido" después de visitar a Cristina.
Foto EFE
Eduardo van der Kooy
En foco
El 10 de octubre último, tres semanas antes de su consagración como presidente electo, Alberto Fernández había asegurado que Cristina, la vicepresidenta, tendría “cero injerencia” a la hora de la integración del futuro gabinete. Ese equipo forma parte, aún, del mundo de las conjeturas. Habrá que esperar la alineación oficial para sacar conclusiones más certeras. Pero surge un dato objetivo: Alberto habló por primera vez del “gabinete casi definido” luego de una reunión con la ex mandataria. A pocas horas de su regreso desde Cuba, donde, con autorización judicial, visitó a su hija Florencia Kirchner, en tratamiento por una compleja enfermedad psico-orgánica.
En aquel encuentro, Alberto pudo haber tenido dos opciones. O comunicó a su compañera de fórmula los ministros que tendría designados. O prefirió, antes que nada, consultarla. Es decir, compartir las decisiones. Al menos, algunas de ellas. Si así fue -es lo más probable- podría estar anticipando los trazos fundacionales de su gestión. Una línea divisoria casi indeleble entre el presidente y su vice. Una novedad en la tradición de la Argentina. Con su marca histórica de presidencialismo.
Desde la restauración democrática de 1983 no se reconoce ningún caso asimilable. La brecha entre el primer mandatario y su vice resultó siempre notoria. Pueden hacerse un par de salvedades. El arranque entre Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Dos hombres de fuerte poder territorial. Duhalde permaneció sólo dos años en su cargo porque renunció para afincarse como gobernador de Buenos Aires. El otro ejemplo consistió en la relación traumática entre Fernando de la Rúa y Carlos Alvarez. El dirigente del Frepaso poseía como vice un peso fuerte en el interior de la Alianza. Su renuncia, ocurrida durante el primer año de gobierno, ayudó a precipitar la crisis.
La línea de igualdad, en el mejor de los casos, entre Alberto y Cristina también podría estar reflejada en otro hecho simbólico. La política se acostumbra a nutrir de esas minucias. Desde que fue electo presidente, todos los encuentros de los integrantes de la fórmula se realizaron en el Instituto Patria, sede del kirchnerismo, o en el departamento de la ex presidenta en Recoleta. La mujer no se corrió ni una vez hasta las oficinas que Alberto tuvo primero en San Telmo y ahora en Puerto Madero.
En el encuentro del lunes feriado hubo otro par de privilegiados asistentes. Máximo Kirchner, el diputado e hijo de la ex presidenta, y Eduardo De Pedro. ¿El Presidente electo habría jugado en soledad de visitante? Quizás resulte discutible. De Pedro es un dirigente que Alberto considera propio. Salvo algún imprevisto –un veto imposible- será el ministro del Interior. El legislador y abogado oriundo de Mercedes, aseguran quienes lo han frecuentado los últimos años, ha venido virando de un kirchnerismo rabioso a una moderación llamativa. Fue el primer puente que tuvo Sergio Massa desde el Frente Renovador para arrimarse a su vieja casa. También el que le abrió la puerta con Máximo. De Pedro se convirtió además, en los últimos años, en contertulio fiable del presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. Con él pudo articular algunos acuerdos para el tratamiento de leyes que Mauricio Macri demandó desde la Casa Rosada.
También existen constancias de que Alberto estaría dispuesto a defender nombres clave que desea en su gabinete. No necesariamente, en origen, habrían contado con el aval de Cristina. Se podría mencionar alguno, aún a costa de cierta arbitrariedad. Desde el día uno, cuando fue ungido candidato, el presidente electo pensó en Felipe Solá para encargarse de las relaciones exteriores.
No sería la especialidad del ingeniero. Ligado siempre al campo. Tampoco su formación de peronista clásico encajaría con algunas tendencias progresistas que emanan del interior kirchnerista. Quedaron a la vista, por ejemplo, en la reunión del Grupo de Puebla. Pero Solá representa para Alberto una garantía de vínculo con el PJ en un sistema de poder que, con constancia, estará obligado a equilibrar. Alberto reconoce al futuro canciller otra cosa. Fueron claves y anticipatorios sus gestos en Diputados para facilitar la unión del peronismo y converger en torno a Cristina.
También es verdad que la elección de Solá sucedió en un momento más apaciguado de la región. Cuando, al menos, no habían estallado todavía las crisis en Chile y Bolivia. Pero nada de eso hizo repensar a Alberto su determinación. Solá lo acompañó hasta ahora en todas sus salidas al exterior. Desde la inaugural a España, luego de la rotunda victoria en las PASO, hasta la que hay programada a Francia antes del 10 de diciembre para visitar a Emmanuel Macron.
Alberto cuida con mucho celo, sobre todo, la integración del equipo económico. Sabe con la realidad que tendrá que lidiar. Quizás, también lo tengan en claro Cristina y los kirchneristas. Por esa razón prefieren no inmiscuirse. Entre los nombres que circulan para ese sector alguno podría inducir a confusión. Es el caso de Mercedes Marcó del Pont. La economista fue presidente del Banco Central entre 2010 y 2013. Una época larga del cepo al dólar que instrumentó Cristina en su segundo mandato. El presidente electo siempre le dispensó consideración. La tuvo como una de sus consultoras el largo tiempo fuera del poder. Marco del Pont probablemente regrese a cargo de la AFIP. Quien fuera su predecesor en el Central también volverá. Se trata de Miguel Angel Pesce. Un economista que supo militar en las filas del radicalismo. Transformado en la administración de Néstor Kirchner en rueda de auxilio para cualquier emergencia. Era frecuente escuchar una frase de Alberto -como jefe de Gabinete- cuando se presentaba un imprevisto: “Llamen a Pesce”, ordenaba.
La construcción del gabinete, sin embargo, no representaría el único desafío independentista para Alberto. El presidente electo permanece atento a los movimientos en el Congreso. El Senado será territorio privativo de Cristina. Por allí, ni bien asuma, prometen ingresar los primeros proyectos de Alberto. En Diputados, la primera minoría corresponde a Cambiemos.
El dilema sería la conformación de autoridades en la Cámara baja. La presidencia quedará en manos de Massa. Aunque no pocos kirchneristas se tapen la nariz. La discusión abierta permanece en relación a la titularidad del bloque, que ahora ejerce el santafesino Agustín Rossi.
El diputado tiene una relación inestable con el gobernador de la provincia, Omar Perotti. Este es uno de los puntales dentro de la maquinaria peronista que imagina Alberto. No sería la única explicación para el posible corrimiento de Rossi. Habría que atender a las ambiciones de Máximo y de su madre. Si el hijo de Kirchner quedara a cargo del bloque oficial resultaría difícil negar el fortalecimiento kirchnerista en ambas Cámaras del Congreso.
La maniobra sería factible siempre que Alberto encuentre un lugar para Rossi en el gabinete. Habrá que ver cuál. No está cerrado. El presidente electo, con seguridad, tampoco convalidará la idea de ningún cerco kirchnerista que atenúe su poder. Porque, como sucede con De Pedro, también considera a Máximo como propia tropa. Tanto, que hasta lo lanzó como presidenciable durante un reportaje. Los tiempos cambian rápido y mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario