26/11/2019
Debate
Argentina no es Peronia
Vivimos tiempos de afianzamiento de nuestra democracia con un traspaso de mando que promete ser mejor que todos los anteriores.
Dibujo de Horacio Cardo
Federico Finchelstein
Vivimos tiempos de afianzamiento de nuestra democracia con un traspaso de mando que promete ser mejor que todos los anteriores. Como se sabe estos fueron marcados por inestabilidades, represiones y crisis económicas, y también saqueos y rencillas narcisistas, mientras que el presente, al menos hasta ahora, se caracteriza por el diálogo en el marco de un equilibrio inestable de dos frentes multiformes, con líderes no muy fuertes y con ganas de demostrarse diferentes a sus predecesores.
Es difícil pensar que esto puede durar mucho dado la polarización que caracteriza nuestra cultura política. Pero quizás justamente por lo efímero de esta primavera política, es necesario detenerse a pensar lo valioso de la tolerancia y la paciencia por parte de las partes.
Pensemos en lo lejano de los tiempos de la verdadera post-dictadura y el primer traspaso de nuestra joven democracia en 1983. Haciendo historia, el presidente Raúl Alfonsín se apresuró a crear un marco que vinculara historia y justicia para juzgar los crímenes de la dictadura, y así se diferenció de cuajo a nuestra democracia de la dictadura y gobiernos civiles que la habían precedido.
Es interesante notar que Alberto Fernández, quien participó de ese gobierno, parece dubitativo y querer identificarse no solo con la idea de refundación, sino con la idea del diálogo promovida por ese contexto de 1983.
Quizás sea un producto de la realidad de una elección muy dividida en la cual como circula por las redes sociales hay una Argentina dividida con los colores de Boca en la que “Peronia” del norte y del sur se encuentra interrumpida por “Chetoslovaquia” en el centro del país y en la ciudad de Buenos Aires que sería una suerte de Berlín occidental en el medio de Alemania oriental. Aunque graciosas para muchos, estas metáforas tienen serias limitaciones. Por empezar no está comprobado que Boca es la mitad más uno ni tampoco lo fue la victoria peronista en esta ocasión.
Argentina no es Peronia como Bolivia fue la República de Bolivar con Simón Bolivar como primer presidente y “padre” de la patria en 1826. Argentina nunca se llamó San Martinia, ni Alfonsinia y tampoco fue sólo el país de Cambiemos como no lo es ahora del kirchnerismo. En un escrito de 1858, Karl Marx criticaba el personalismo extremo de Bolivar, y presentaba al libertador como un aspirante a dictador inspirado en el ejemplo napoleónico. Apoyado por las “bayonetas”, Bolívar tenía una tendencia al “despotismo.” Era indeciso, traicionero (hoy diríamos transformista) y sobre todo narcisista. Marx escribió que la “verdadera intención de Bolívar era unificar a toda Sudamérica en una república federal, cuyo dictador quería ser él mismo.” Marx olvidaba que Bolivar era constitucional y autoritario a la vez. Pero el pensador alemán nunca escribió, ni hubiera podido escribir, lo mismo de San Martín quien como se sabe renunció al poder y se alejó de la política una vez que vio que su persona no era la dimensión más importante de su proyecto político. ¿Quizás Alberto Fernández podría pensar en el mal ejemplo bolivariano? ¿Quizás Mauricio Macri podría seguir el ejemplo de San Martín? Así, volviendo a nuestra Argentina de 2019: en realidad, hubo importantes mayorías y minorías en todos los centros de votación y esta situación de democracia debería lógicamente parar un poco la idea populista de que una elección es un plebiscito para ir por todo e ignorar las expectativas de las “minorías políticas” que no votaron por el vencedor. En el caso de Argentina, todas juntas estas minorías representan la mitad más uno que no votó al peronismo.
Hace treinta y seis años, un día 30 de octubre, Jorge Luis Borges escribió en un ensayo en este diario Clarín en el que decía que “nuestra esperanza no debe ser impaciente.” Refiriéndose a la dictadura que inicialmente él vergonzosamente había apoyado, Borges recordaba que “tantos años de iniquidad o de complacencianos han manchado a todos. Tenemos que desandar un largo camino.” Quizás sorprendentemente dado su furioso anti-peronismo, Borges reconocía que los problemas del gobierno entrante eran difíciles y había que sobre todo dialogar con la oposición peronista. Borges pedía ética a los políticos y esperaba asistir al sorprendente espectáculo de “un gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza.
Habráuna oposición. Renaceráen esta república esa olvidada disciplina, la lógica. No estaremos a la merced de una bruma de generales.” Borges decía que si esto se daba era posible la “salvación de la patria” pero si esta metáfora apocalíptica era entendible en la argentina de la post-dictadura ya no lo es en 2019.
Estas palabras deben ser hoy recordadas en un marco muy diferente. La mayoría de nuestros políticos poco tienen que ver que con la dictadura y los generales no pueden hacer política. Argentina vive una crisis de las muchas que ha vivido y es necesario reconocer y dialogar dentro y fuera del congreso para hacer una política responsable que respete, en la medida de lo posible las expectativas de las primeras minorías electorales (la peronista) pero reconozca las posiciones de las otras minorías electorales ¿Veremos entonces un populismo moderado que baje algunos cambios a la idea de que el líder es la encarnación de la patria y el pueblo?
La relación antitética entre democracia y despotismo es más antigua que el militarismo y el populismo, y la breve primavera de 1983 puede ayudarnos a recordar que el diálogo y la tolerancia entre todos y todas también forman parte de nuestra historia.
Federico Finchelstein es Historiador (New School for Social Research de Nueva York)
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