28 de noviembre de 2019
El relato volvió antes que el cambio de poder
Sergio Suppo
LA NACION
Un cambio de verdades relativas anticipa el recambio de poder pocos días. El discurso de los que vuelven impregna al conjunto e instala miradas diferentes, convicciones opuestas, juicios inversos. Esa transformación rotunda terminará de concretarse con Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa.
Dos datos básicos conducen a anticipar que el nuevo presidente describirá al país que recibe como la obra diabólica de los enemigos del pueblo. Uno, es lo que vino diciendo durante toda la campaña electoral junto a su mentora, Cristina Kirchner. Dos, nada indica que cometerá el mismo grave error de Mauricio Macri, que en 2015 esquivó decir lo que sabía y lo que pensaba con la excusa de no "asustar a los argentinos".
Si una bomba económica le explota a Alberto Fernández durante su mandato será, según el discurso entrante, absoluta responsabilidad del macrismo. El kirchnerismo es especialista en relatos, no le será difícil.
No es una simple conveniencia política descargar la culpa en el que se fue. También sirve para justificar los tragos amargos que los presidentes suelen administrar a su llegada, en especial a quienes no lo votaron. Ya no es un secreto que la carga impositiva para afrontar la "desastrosa herencia" deberá ser asumida por los votantes que no apoyaron a los Fernández: el sector rural, que seguirá pagando altas retenciones a las exportaciones, y la clase media, que no puede soñar con pagar menos impuesto a las ganancias ni a los bienes personales. Cuidado. Para el coro kirchnerista, serán insolidarios, oligarcas y vendepatrias los que se atrevan a criticar otro aumento de impuestos. Macri ya los subió, ahora también Fernández.
No será el único viraje para acomodar nuevas verdades. El ejemplo más cercano colabora para anticipar el futuro inmediato: la llegada de Carlos Zannini a la procuración del Tesoro (el jefe de los abogados del Estado) ya es presentado como la reivindicación a un mártir de la justicia cambiemita. Que a nadie se le ocurra pensar que el exsecretario Legal y Técnico se ocupará de eliminar las posiciones legales del Estado que le complican la vida a la vicepresidenta, su familia y amigos.
Ya se ha oído que los periodistas que investigaron la corrupción del pasado son en realidad inventores de fantasías cuando no delincuentes comunes. Ese es parte del nuevo relato. Lo más viejo de lo nuevo, en realidad. Es la intolerancia al periodismo lo que está regresando.
Conmueve hondamente, también, descubrir en declaraciones y también en textos periodísticos que Máximo Kirchner era un estadista, un pacificador, un hombre abierto al diálogo y al compromiso plural. El príncipe de La Cámpora ya tomó como su dominio la muy plebeya cámara de los comunes. Y, como ya anticipó el propio presidente electo (quizá para perjudicarlo más que para beneficiarlo), en el hijo de Néstor y Cristina hay que esperar de Máximo una herencia dinástica en el mando de la Argentina.
Un cambio de verdades relativas anticipa el recambio de poder pocos días. El discurso de los que vuelven impregna al conjunto e instala miradas diferentes, convicciones opuestas, juicios inversos. Esa transformación rotunda terminará de concretarse con Alberto Fernández ante la Asamblea Legislativa.
Dos datos básicos conducen a anticipar que el nuevo presidente describirá al país que recibe como la obra diabólica de los enemigos del pueblo. Uno, es lo que vino diciendo durante toda la campaña electoral junto a su mentora, Cristina Kirchner. Dos, nada indica que cometerá el mismo grave error de Mauricio Macri, que en 2015 esquivó decir lo que sabía y lo que pensaba con la excusa de no "asustar a los argentinos".
Si una bomba económica le explota a Alberto Fernández durante su mandato será, según el discurso entrante, absoluta responsabilidad del macrismo. El kirchnerismo es especialista en relatos, no le será difícil.
No es una simple conveniencia política descargar la culpa en el que se fue. También sirve para justificar los tragos amargos que los presidentes suelen administrar a su llegada, en especial a quienes no lo votaron. Ya no es un secreto que la carga impositiva para afrontar la "desastrosa herencia" deberá ser asumida por los votantes que no apoyaron a los Fernández: el sector rural, que seguirá pagando altas retenciones a las exportaciones, y la clase media, que no puede soñar con pagar menos impuesto a las ganancias ni a los bienes personales. Cuidado. Para el coro kirchnerista, serán insolidarios, oligarcas y vendepatrias los que se atrevan a criticar otro aumento de impuestos. Macri ya los subió, ahora también Fernández.
No será el único viraje para acomodar nuevas verdades. El ejemplo más cercano colabora para anticipar el futuro inmediato: la llegada de Carlos Zannini a la procuración del Tesoro (el jefe de los abogados del Estado) ya es presentado como la reivindicación a un mártir de la justicia cambiemita. Que a nadie se le ocurra pensar que el exsecretario Legal y Técnico se ocupará de eliminar las posiciones legales del Estado que le complican la vida a la vicepresidenta, su familia y amigos.
Ya se ha oído que los periodistas que investigaron la corrupción del pasado son en realidad inventores de fantasías cuando no delincuentes comunes. Ese es parte del nuevo relato. Lo más viejo de lo nuevo, en realidad. Es la intolerancia al periodismo lo que está regresando.
Conmueve hondamente, también, descubrir en declaraciones y también en textos periodísticos que Máximo Kirchner era un estadista, un pacificador, un hombre abierto al diálogo y al compromiso plural. El príncipe de La Cámpora ya tomó como su dominio la muy plebeya cámara de los comunes. Y, como ya anticipó el propio presidente electo (quizá para perjudicarlo más que para beneficiarlo), en el hijo de Néstor y Cristina hay que esperar de Máximo una herencia dinástica en el mando de la Argentina.
Por: Sergio Suppo
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