26 noviembre, 2019
Maestro de música: la falta de responsables ante lo irremediable
Por Rubén Lasagno
El 4 de noviembre encontraron el cuerpo sin vida en la ría local de un joven maestro de música del Jardín de Infantes Nº 44 de esta capital. Su nombre: Facundo Díaz. El día 3 de septiembre fue acusado y denunciado por la madre de un niño del jardín, de haber abusado del chico. Un mes después, el Consejo Provincial de Educación lo separó preventivamente del cargo, el joven entró en un cuadro depresivo y días después tomó la decisión de quitarse la vida tirándose a las frías aguas del estuario, donde hallaron su cuerpo. La Justicia había decidido hacerle una pericia psicológica a Díaz y una Cámara Gesell al niño, siete días después. La muerte llegó antes. Veinte días posteriores al suicidio, la propia justicia determinó que de la investigación practicada, no existieron indicios de que Facundo Díaz haya abusado del niño ni tenido conductas impropias.
Hasta acá los hechos objetivos. Y a partir de este punto sin retorno, surge la pregunta retórica y las reflexiones de quién mató al maestro de música?. Respuesta: nadie.
El docente, de apenas 28 años, querido entre sus pares del Conservatorio, amado por chicos en el jardín, alegre y con proyecto de vida propio, sucumbió a la vergüenza por la acusación de un delito aberrante, indigno e intolerable para un hombre de bien. La encerrona mental a la cual lo empujaron actores sociales, haciendo válidas sospechas inciertas (posteriormente infundadas), la forma en que arrastraron su nombre por las redes sociales, la manera descarnada con la cual lo prejuzgaron y el castigo preliminar y lapidario que cayó sobre su humanidad, fueron demasiado peso para soportar.
¿Cuánto puede aguantar una persona antes de romperse del todo? escribió Camilla Läckberg en su obra “Los vigilantes del faro” (2013) y es precisamente lo que nos responde la realidad en este caso. Un mes después de haber sido acusado públicamente por una persona de abusar de un niño y a días de suspenderlo en su trabajo, Facundo Díaz se rompió del todo, usando la metáfora de la escritora sueca.
Ahora cunden los lamentos, los silencios, las miradas esquivas, las explicaciones irrelevantes, los gestos vacuos y las culpas mudas sobrevuelan las conciencias de quienes parecían haberlo visto todo y juzgaron, pero nada habían visto ni entendido. Ese “otro” (que no fueron ellos) era una persona con proyectos, alegrías y tristezas, pero nadie lo advirtió antes de canibalizarlo socialmente.
Alguien, vaya a saber en qué contexto, por qué motivos y en base a qué argumentos o ensañado por alguna cuestión que jamás sabremos, disparó una letal arma hacia un maestro: el abuso de un menor, de un niño. Y la sociedad reacciona contra ello como en la edad media reaccionaban contra la brujería. Antes se prendía fuego al infame pretendiendo que con las llamas se apagaba la amenaza; hoy se lo denigra en las redes, se lo segrega y lo margina, aún injustamente y el inocente no aguanta. El mal fue hecho y las consecuencias irreversibles no se hicieron esperar.
Alguien tomó la decisión de apartarlo de su trabajo, una cuasi condena predeterminada y alguien se tomó el tiempo necesario para dejar correr los días, en vez de actuar rápido y expeditivamente; alguien en la justicia, tal vez atosigado de trabajo y forzado a dilatar los tiempos de su rutina, fijó para un mes y medio después las pericias del maestro y del menor y nadie, seguramente, evaluó el calvario que sufría el hombre. Días sin paz, de tristeza, de insomnio, de profundo dolor y desesperación; de llanto y vergüenza ante sus alumnos, amigos y familia por ser juzgado sin ser culpable, por ser arrastrado por el piso sin razón, por ser virtualmente lapidado indignamente por propios y extraños; por los que lo acusaban con un dedo, quienes lo miraban de reojo o quienes consentían con el silencio. Debe haber sido muy duro para quien no es culpable de un delito atroz, convivir con la atrocidad que cometen los ignorantes, cuando sellan el destino de alguien por su delirios egoístas o la influencia de las redes sociales.
Pero hoy nadie asume las culpas. El silencio del Consejo Provincial de Educación es aborrecible. Ellos solo cumplieron con el protocolo: suspendieron en sus actividades al maestro y allí parece terminar su responsabilidad. La justicia “estaba investigando”. Finalmente y como dicen los hombres del Derecho “los tiempos de la justicia no son las del hombre común”. Claro, cuando la justicia no es rápida y expeditiva, la gente se muere… o se suicida y deja de ser “justicia”. El entorno social, con redes incluidas, pasó de las más atroces confabulaciones, insultos y denigración hacia el maestro, al posterior cierre de grupos de Whatsaap abiertos temáticamente para comentar y sumarse al escarnio popular, hasta los silencios cómplices de quienes murmuraban a espaldas cualquier tipo de infamia, porque cuando el caído es el otro (aunque no lo conozcamos), todo suma para darle la estocada final. La verdad, no importa; en realidad, uno se da cuenta al final de todo, que la verdad nunca importó.
El Estado, bien gracias. Un gobierno que se ufana de velar por los Derechos Humanos, no recuerda si fue derecho y humano el docente muerto; ni por qué murió, ni qué o quien lo empujó a morirse.El Estado cometió abandono de persona. Será dudoso que la justicia ahora mire hacia atrás y vea quién denunció tal infamia, busque las razones y castigue al originante de tamaño suicidio inducido. Porque a Facundo Díaz lo indujeron a la muerte. De eso, nadie habla en Santa Cruz.
Excepto ADOSAC que marcha por Facundo Díaz enrostrándole al gobierno su falta de sensibilidad, la injusticia y el doble estándar moral que muestra según la cosa esté de un lado o de otro, por este caso puntual ninguno de los otros gremios dijo ni una sola palabra. Las organizaciones sobre el maltrato, la discriminación y la injusticia en la provincia, no abrieron la boca. Si, en todo caso, claman hasta el hartazgo por la “desaparición” de Santiago Maldonado, muerto en un río y con 52 peritos comprobando que se ahogó por causas ajenas al contexto de represión que se vivía en Chubut en esos momentos. Los motivos son obvios: Maldonado puede usarse políticamente contra Macri, en cambio Facundo Díaz es un cadáver que se les cae encima a las autoridades de Educación, al gobierno provincial y a la Justicia, fundamentalmente.
John Churton Collins escribió “El suicidio es la peor especie de asesinato, porque no deja lugar al arrepentimiento”. Yo agregaría en este párrafo: tampoco responsables.
(Agencia OPI Santa Cruz)
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