23/08/2013
Por el Dr. Jorge R. Enríquez
El impacto del 11 de agosto fue muy fuerte
en el oficialismo.
Se lo advierte
con claridad en sus reacciones espasmódicas y contradictorias. La noche de la
derrota Cristina Kirchner montó una puesta en escena de algarabía. Su discurso,
el único en la sede del Frente para la Victoria -como única y exclusiva se
siente ella-, pareció el de una ganadora. Destacó que su partido era la primera
minoría, lo que es cierto, pero ocultó que en sólo dos años había reducido su
caudal electoral a la mitad.
Tres días
después, en Tecnópolis, su rostro, sus gestos, el tono de su voz y, sobre todo,
el contenido de sus palabras, ya no escondían la verdad: fue un verdadero día de
furia, matizado por su insólito desprecio a los representantes del pueblo, su
preferencia por el corporativismo y su "blooper" sobre los votos de la
Antártida.
Dejó
manifiestamente en claro que, como lo sostenía el dictador italiano Benito
Mussolini, no es la representación democrática de los ciudadanos lo que vale,
sino la representación corporativa de intereses.
Al descalificar
a los diputados y senadores mayoritariamente avalados, la presidente
descalificó, en verdad, al pueblo que los votó. En la concepción de los
populismos cesaristas, el "pueblo" no es toda la sociedad, ni la mayoría de
ella, sino una entelequia que se encarna en un conductor, aunque éste resulte
repudiado en las urnas por una abrumadora proporción de ciudadanos.
Estas
declaraciones ratifican, por si hacía falta, la falacia de uno de los
latiguillos preferidos de los Kirchner desde 2003, el que insiste en que con
ellos volvió la política.
Lejos de ello,
con el kirchnerismo la política se fue evaporando cada vez más. Los partidos
políticos fueron deliberadamente debilitados, el Congreso pasó a cumplir una
función meramente refrendataria de las decisiones adoptadas por el Poder
Ejecutivo, se obturó el debate democrático y se intentó que una sola persona
reuniera la suma del poder público.
Señalar, por lo
tanto, que volvió la política es una de las tantas burlas a sus compatriotas
pergeñadas por quienes han hecho de la mentira y de la malversación de las
palabras un arte consumado.
Lo que se
fortaleció es el poder discrecional del presidente. Ni siquiera puede sostenerse
que se incrementó el rol del Estado, ya que, pese a la existencia de un gasto
público enorme, de imposible financiamiento a través de medios genuinos, las
funciones estatales se ejercen cada vez con menos eficacia.
Ahora, ante un
contundente cachetazo de tres cuartas partes de la sociedad, la señora de
Kirchner trata a los dirigentes avalados por el pueblo de "suplentes" y les
pretende negar legitimidad. Prefiere los encuentros con corporaciones
domesticadas, que le prestan el indecoroso servicio de aplaudidores de sus
extensos y caóticos discursos, que ya despiertan la visible incomodidad hasta de
sus funcionarios más obsecuentes.
¿Cómo actuará
el gobierno nacional en estos dos meses?
Hay dos planos
que deben considerarse, el de los gestos y el de las políticas.
En el primero,
es probable que, pasado lo peor del golpe emocional, la presidente comprenda que
si persiste en el estilo agresivo y si no reprime su enojo con los votantes, la
pendiente adquirirá perfiles dramáticos. Lo entendió en 2011, cuando durante el
período proselitista simuló un espíritu de paz y bondad que, junto a su viudez
-que siempre nos recuerda con el luto perenne- y la reactivación económica, le
dieron buenos réditos electorales.
También lo
entendió cuando el cardenal Jorge Bergoglio fue electo Papa y, en un brusco
giro, pasó de una primera agria reacción pocas horas después de la "fumata
bianca" a volar con presteza hacia el Vaticano al verificar la extendida
simpatía social por Francisco.
Puede ocurrir,
entonces, que ese aspecto, el de las formas, sea objeto de rectificaciones en
las próximas horas. Si no lo fuera, por la agudización de lo que el doctor
Nelson Castro ha identificado como el síndrome de Hubris, el panorama venidero
será muy delicado.
Pero mucho más
difícil le será cambiar el rumbo general de su gobierno en dos meses. Modificar
políticas tan equivocadas, llevadas adelante durante largos años, no es
sencillo. Menos lo es dar un cambio de timón de 180 grados en tan poco tiempo
cuando de esa forma se contradice frontalmente el "relato" elaborado con tanta
persistencia y tan abultado uso de los recursos públicos.
Por otra parte,
la realidad económica le marca caminos muy estrechos. Es imposible, por citar
sólo un caso, salir del cepo cambiario sin modificar radical e integralmente el
conjunto de las políticas, no sólo económicas. Si no se genera confianza, la
apertura de esa compuerta sólo puede terminar en una fenomenal corrida cambiaria
que el Banco Central no podría detener.
Por lo tanto,
cabe esperar algún ablandamiento discursivo seguido por acciones destinadas a
ganar tiempo sin adoptar medidas de fondo. En ese marco se inscribe la vaporosa
convocatoria al diálogo con corporaciones empresariales y sindicales. Estas,
para agravar el cuadro, han tomado nota de los resultados del 11 de agosto y se
expresan ahora con una soltura desconocida hasta hace unos días.
En
2011 las elecciones generales profundizaron las tendencias esbozadas en las
elecciones primarias. Cristina Kirchner amplió su ventaja sobre sus fragmentados
competidores. Ahora bien puede pasar lo mismo, pero en perjuicio del
oficialismo. Se dio vuelta la taba.
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