martes, 5 de noviembre de 2019

Líderes demagógicos con voluntad tiránica

LA NACION


5 de noviembre de 2019 



Líderes demagógicos con voluntad tiránica


 Javier Szulman
                           PARA LA NACION



Durante los últimos cien años de excesos y golpes de Estado en la Argentina se afianzó una forma de hacer política que muchos llaman "populismo". Pero esa palabra tiene falencias y hay que dejar de usarla. Los líderes populistas inocularon a sus seguidores contra la crítica, y estos ya no asocian la palabra populismo con demagogia. Los han persuadido de que populismo proviene de popular, popular implica muchos, muchos son la mayoría y, entonces, por regla mayoritaria, lo que elijan es democrático. Así, a quien lo tildan de populista saca pecho y dice "sí, yo soy la democracia".

Esta falsa asociación se sustenta en falacias, razonamientos lógicamente incorrectos que tienen una intencionalidad psicológica de persuadir. Son atractivas porque apelan inconscientemente a pasiones y preconceptos. Así, se tapa el error del razonamiento antes de que podamos procesarlo. Nos ganó el prejuicio. Son mecanismos de manipulación.

Asociar "populismo" con "popular" es incorrecto, porque el concepto no se refiere a si son muchos quienes apoyan, sino a cómo se busca impresionar al electorado. Se intenta estimular una manera irracional de reaccionar, ya sea ante algo desconocido o ante un arquetipo artificial construido para ser objeto de odio. En momentos de caos e irracionalidad es más fácil manipular a la gente.

Aun en el caso de que el populismo conforme una mayoría, hay otros problemas. El líder populista busca inducir a la gente a que crea que, una vez votado, representará por siempre la voluntad de sus votantes, que será el único intérprete válido de lo que el pueblo quiere o necesita. No hace falta el debate público, no se admite la crítica. Se rechaza el control por parte del pueblo. Bloquear el debate y la crítica no es una actitud democrática. Por el contrario, esta actitud del líder populista usurpa el poder del pueblo, que ya no puede supervisar a quien se ha convertido en su funcionario público.

Debemos recordar que, aunque suelen ir de la mano, la regla mayoritaria y la democracia constitucional no son exactamente lo mismo. ¿Alguien consideraría hoy democrática, por ejemplo, la votación llevada a cabo en la Atenas de la Antigua Grecia en la que se votó mayoritariamente para realizar el exterminio de los habitantes de Mitilene y esclavizar a mujeres y niños? Todos la rechazaríamos de plano: no es democrático en términos actuales, aun a pesar de que se aplicó la regla mayoritaria. Hay valores de la democracia constitucional en relación con el respeto por la vida y los derechos civiles y políticos que son irrenunciables para un sistema democrático. Estos valores de la democracia constitucional se protegen defendiendo la Constitución, limitando y controlando al gobierno para evitar decisiones arbitrarias que permitan el abuso de su poder sobre los débiles. Para evitar que usurpen el poder del pueblo.

El mayor enemigo del líder populista es la Constitución. Por eso, su intención recurrente es reformarla. Mientras el líder populista dice representar a una supuesta mayoría, en realidad intenta apropiarse del poder del pueblo. Que sea un representante elegido no implica que se le delegue el poder absoluto. El pueblo debe continuar supervisando a sus representantes siempre. De otro modo, el pueblo ha perdido el poder.

Al redactar la Constitución, una de las intenciones de los constituyentes de 1853 era evitar que una población que no estaba acostumbrada a la vida libre, democrática y republicana eligiera un tirano para gobernarla. No eran preocupaciones infundadas: ya había sucedido. El Congreso de Buenos Aires había elegido entonces ceder todos los poderes, Legislativo y Judicial, y otorgarle la suma del poder público a quien tenía el cargo ejecutivo: Juan Manuel de Rosas. Así, Rosas se convirtió en un tirano, de derecho y por votación. E instituyó el terrorismo de Estado a través de La Mazorca. Los constituyentes de 1853, al referirse a esos congresistas que cedieron su poder al Ejecutivo, los llamaron infames traidores a la patria.

El éxito del populismo, la demagogia con voluntad tiránica, es erigir una tiranía que convenza a los dominados de que la esclavitud es por su propio bien. La primera prisión es mental, es la imposibilidad de analizar el mundo de un modo crítico e independiente. No es una cuestión inalterable, es simplemente falta de coraje: coraje para cuestionar, en especial, cuestionarse a sí mismo. Coraje para ser humilde y escuchar otras perspectivas. Coraje para debatir de modo racional y sin gritos. Coraje para superar los propios prejuicios. Coraje para cambiar de ideas si fuera necesario. Coraje para supervisar a los gobernantes. Si no se supera la prisión mental, la realidad se convierte en una prisión física. De eso se trata la tiranía. Los demagogos con voluntad de tiranía se harán pasar indefinidamente por los liberadores del pueblo, cuando en realidad son ellos mismos quienes le ponen cadenas.

Muchos creen que la tiranía está únicamente relacionada con la derecha política, y se impone de manera abrupta con soldados de por medio. Pero la tiranía puede adoptar tanto ropajes de falsas derechas como de falsas izquierdas, según su conveniencia. Además, la tiranía se puede imponer de manera gradual y, por lo tanto, imperceptible para los ojos de muchos. Busca crear un caldo de cultivo, hacerle creer a la gente que modificar la Constitución, desmontar los frenos y contrapesos y atropellar a las instituciones será en beneficio de su bienestar económico. En épocas de dificultad económica, estas ideas falsas prenden fácilmente.

La Argentina es un país en el que muchas veces los presidentes gobiernan mediante decretos, donde la independencia de las instituciones es cuestionada, donde los congresistas no son elegidos por circunscripciones por el pueblo, sino que son elegidos a dedo por el candidato a presidente, que los nomina dentro de una lista sábana -y a quien luego aquellos deben obediencia-, donde jueces y fiscales tienen afiliaciones partidarias. Se necesita de mucha voluntad de diálogo y respeto -por el otro y por las instituciones- para mantenerse dentro del ámbito de la democracia constitucional. Cuando esa voluntad de diálogo y de respeto por las instituciones desaparece, entramos en los albores de la tiranía. Pues es allí, mientras se mantienen algunas formalidades, donde se transfiere la suma del poder público al caudillo del momento.

No los llamemos más "líderes populistas", llamémoslos por lo que son: demagogos con voluntad tiránica, usurpadores del poder del pueblo. Tiranos.

Licenciado en Administración de Empresas (Universidad de San Andrés)

No hay comentarios:

Publicar un comentario