05/08/2013
Por el Rabino Sergio Bergman
Es el reconocimiento de las propias limitaciones. Un ser humilde no
se siente omnipotente ni todopoderoso, y es capaz de advertir en sí mismo
capacidades e incapacidades, cualidades y defectos, fortalezas y debilidades.
Fundamentalmente, una persona humilde está dispuesta a dar lo suyo al conjunto
de la parte y sabe que solo no puede con todo. Humildad no es pobreza, ni
privación ni necesidad.
Es un atributo que eleva el espíritu por el hecho de que
el sujeto humilde sabe que no es el centro del mundo, sino que forma parte de un
todo. Alguien humilde reconoce en sí mismo los dones como talentos recibidos y
no los convierte en atributos apropiados. Humilde es quien al servir se sirve a
sí mismo, no en el ego -que cuanto más grande es, más pequeño nos hace-, sino en
espíritu amoroso que, al crecer, nos expande. La humildad hace de la moderación
una exaltación de grandeza que sólo es reconocida por la mirada interior y del
testigo siempre presente y silencioso que sabiéndolo todo, nada dice.
Fragmento del libro «Manifiesto cívico argentino. Virtudes
ciudadanas».
En amistad y bendición.
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