agosto 15, 2013
By Walter Edgardo Eckart
Es cierto que nadie confirmó lo que Franco Lindner cuenta en su libro “Los amores de Cristina”, publicado en los primeros meses de este año, en relación a un supuesto episodio relativo a De Vido, cuando a finales de 2011 éste le habría insinuado a la Presidente que quería renunciar. La supuesta respuesta de Cristina Kirchner, habría sido: “De aquí te vas preso o muerto”.
Sin embargo, el episodio descripto circuló por entre las mesas de redacción; y cada tanto fue recordado por periodistas y analistas políticos, citado como una ilustración de varios funcionarios que quisieron irse del gobierno, pero no pudieron. Se dijo que, además de De Vido, varios otros habrían querido dejar sus cargos, como Nilda Garré, Florencio Randazzo o Hernán Lorenzino.
En cualquier caso, sean ciertas o no estas versiones, quienes siguieron el tema desde lo periodístico, llegaron a conclusiones similares: Cristina Kirchner no podía (y no puede) permitir deserciones, a no ser que fuera ella misma quien solicitara la renuncia de algún ministro.
Y es que la renuncia de apenas un sólo funcionario podría convertirse en un antecedente peligroso, ya que detrás del primero cabría esperar la del segundo, la del tercero o de un cuarto, o quién sabe cuántos.
Eficaces o incompetentes, honrados o corruptos, nadie quiere quedar pegado a un gobierno al que le va mal y puede que peor. Y un jefe de estado, al que se le van sus ministros por motus propio, queda políticamente debilitado, con muy pocas explicaciones por dar de las muchas que son reclamadas y debe ofrecer a la sociedad, especialmente a los que lo votaron.
La reacción del gobierno frente al resultado de estas últimas elecciones internas, parece confirmar la misma lógica que hasta ahora ha aplicado Cristina Kirchner: negar lo adverso, continuar el mismo relato inverosímil que ya fue rechazado realmente en las urnas del domingo pasado, exigir el mismo e insustancial discurso público a los que, por la buenas o por las malas, todavía la acompañan, cerrar filas nuevamente y generar la ficción de una nueva fortaleza triunfadora.
Al igual que con sus ministros, no puede permitir que nadie la abandone. Ni gobernadores, ni intendentes ni legisladores. Nadie. Es como si dijera: “Sola no me voy a hundir. O me acompañan y lo intentamos juntos, o nos hundimos todos…”.
Eso explica, por ejemplo, en gran parte y medida, que Scioli pida desdramatizar los resultados y resalte el potencial de Insaurralde, o que el jefe comunal de Lanús, Darío Díaz Pérez, tenga que salir a negar una eventual “estampida” de intendentes kirchneristas hacia el espacio de Sergio Massa, o que el candidato a senador Daniel Filmus asegure que no van a dar “ni un paso atrás”, o que el subsecretario general de la Presidencia, Gustavo López, exprese su confianza en que el FpV va a mejorar en al menos cinco puntos los resultados de las primarias.
Es el mismo relato y la misma lógica. Para bien o desgracia, por convicción o por orden presidencial, todos deben decir lo mismo. La señora Presidente no puede permitir que nadie la abandone porque quiere.
Para ella, tal pareciera, una derrota electoral de medio tiempo, no es sólo el probable augurio de una derrota similar en el 2015, que la obligaría (aunque muchos no se la imaginan así) a pasar la banda presidencial a un nuevo mandatario.
Es más que eso. Dejar la Presidencia dentro de dos años es, probablemente y al mismo tiempo, el fin completo de su carrera política y la eventualidad de quedar a merced de una justicia futura.
Y es difícil suponer que muchos de los que hoy todavía la apoyan por obligación, mañana la acompañen por propia decisión y beneplácito para un cargo menor que le otorgue algún fuero.
Es de suponer que Cristina Kirchner sabe esto. Y es de suponer, también, que si se percibe a sí misma como entre la espada y la pared, llegue entonces a la conclusión de que -una vez más- debe jugar a todo o nada, que debe apostar a cualquier cosa que le sirva, porque esta vez, en estos años, será la última vez que lo podrá hacer…
Y si esto fuera así, si realmente se siente atrapada en su propia telaraña ¿cuánto le puede importar -en verdad- lo que nosotros, ciudadanos comunes, pedimos cada día y de diversos modos?
Seguridad, trabajo, no inflación, más diálogo político, menos gasto público, más independencia judicial, menos presión impositiva, más educación, no corrupción, más salud, más alternativa política, más República y más federalismo… Realmente ¿le importan…?
Walter Edgardo Eckart
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