domingo, 21 de febrero de 2016

Bailando con la más fea





22/02/16

Del editor al lector

El kirchnerismo dejó un cuadro energético al borde del colapso. Y ahora pretende que no tiene culpas en lo que pasa.
Presidente de la filial argentina de Shell durante doce años y un especialista que hace rato pisa fuerte en el sector, a Juan José Aranguren no le faltaban medios para elegir algo distinto de lo que eligió: incorporarse al proyecto político de Mauricio Macri desde el Ministerio de Energía. Aranguren aceptó meterse en un problema colosal sabiendo de sobra dónde se metía.

Hoy debe poner la cara a cada rato y ante cada decisión del Gobierno, buena o regular, por culpa de la crisis energética que el kirchnerismo dejó y jamás reconoció. Ni reconoce hoy mismo.

Si hasta suena impúdico que algunos opinadores K comparen los cortes de luz programados con aquellos dispuestos por Raúl Alfonsín, como si el método no sirviese al menos para alertar a la gente. Como si los cortes desprogramados del kirchnerismo no hubieran sido una dieta cotidiana todos los veranos, similares a la escasez de gas de todos los inviernos. 
Aranguren ha dicho: “No es lo que queremos, es lo que hay”.
 Y entre lo que hay, máquinas y cables obsoletos en la distribución, más un país con una capacidad de generación de energía tan limitada que debe importar electricidad de Uruguay, Brasil, Chile y Paraguay que se suma al gas que en cantidad hace tiempo viene de Bolivia. Una extraña integración regional estilo K. 

Es obvio que nada de todo esto puede haber ocurrido de un día para el otro sino a causa de años de descuidar inversiones imprescindibles. Esto se llama Estado ausente. Ausente, irresponsable e imprevisor.

Según datos de la consultora Abeceb, entre 2005 y 2014 las ventas de equipos de aire acondicionado aumentaron 255% y 303% las de televisores, LCD y plasmas. Fue parte de una política económica que siempre puso el foco en el consumo sin apostar a la inversión y cuyo resultado significó presionar sobre una oferta de energía cada vez más escasa, forzando la necesidad de importar combustibles, gas natural y licuado a costos altísimos.

Es posible, y en algún sentido seguro, que el tarifazo sobre la luz haya tenido defectos de implementación. Pero era evidente que ahí existía un precio demasiado barato, casi de ficción, y además un modelo de subsidios que en los hechos favorecía sobre todo a las capas de mayores recursos. Distribución de los ingresos al revés.

El año pasado, los subsidios energéticos –electricidad y gas– rondaron US$ 14.000 millones al dólar de entonces y acumularon un impresionante 7.800% desde 2005.

La otra cara de semejante gasto muestra un sistema atado a las importaciones, precario, siempre al límite y a tiro de cortes. Así también sea cierto el incordio de pagar más por la luz y quedarse sin luz.

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