28 de agosto de 2019
La Plaza de la Buena Memoria
Claudio Avruj
PARA LA NACION
Cuando era obispo de la ciudad de Buenos Aires, el papa Francisco acuñó una frase que incorporé profundamente a lo largo de mi vida profesional en la gestión pública. Jorge Bergoglio dijo que la ciudad no había sabido llorar lo suficiente, al cumplirse en 2005 un año de la tragedia de Cromañón. Y es tan cierta esa observación que resulta aplicable a toda la Argentina, en cualquier circunstancia.
Victimarios y víctimas, agresores y agredidos, ofensores y ofendidos, odios y rencores. Dolor, tristeza y enojo acumulados durante años fueron forjando y fundamentando en gran medida las profundas divisiones de nuestra sociedad.
A lo largo de esta maravillosa vida que me tocó y que elegí, he conocido gente de todo tipo, con penas inconmensurables, con frustradas búsquedas de consuelo y reparación, de escucha y contención. Personas de carne y hueso, con alma y sentimientos. Como yo, como cada uno de los que leen este humilde artículo. Ni más ni menos. En esas horas largas e incontables, he acordado, he disentido, aportado, solucionado y callado por no tener respuesta alguna.
Es a partir de este cúmulo de experiencias atesoradas que tengo la convicción de que a los argentinos nos falta un espacio común donde encontrarnos en el dolor y proyectarnos juntos hacia un futuro de trabajo compartido, de encuentro, que nos dé paz a tanta crispación. Que nos permita reconciliarnos con nuestra propia historia, que les leguemos a quienes nos suceden en la vida -que no son el otro, son nuestros hijos y nuestros nietos, nuestras propia descendencia- una sociedad que se aferre fuertemente a los valores que importan.
Necesitamos una Plaza de la Buena Memoria. Un lugar de respeto y respetable para todos, donde cada uno de nosotros, sin pedir permiso, sin temor a ser agredido, pueda honrar la vida recordando, homenajeando, reflexionando. Una Plaza de la Buena Memoria que no dé lugar más a falsas jerarquizaciones o categorizaciones sobre la muerte. Una Plaza de la Buena Memoria que nos permita, sin vergüenza, como conjunto, reconocernos en la historia, diciéndonos: "Esto somos, esto nos pasó, esto hicimos, esto nos tocó". Una Plaza de la Buena Memoria que nos enseñe que el dolor del prójimo nunca nos debe ser ajeno.
Los argentinos hemos dejado por mucho tiempo de mirarnos en conjunto para vernos solo desde el prisma que elegimos, y nos convencimos de que los únicos colores son los que podemos ver. Hay mucho dolor no curado, ignorado, las secuelas del repudiable terrorismo de Estado, las muertes perpetradas por los grupos que se armaron sembrando terror incluso en democracia, la embajada de Israel, la AMIA, víctimas del terrorismo internacional, Cromañón y Once; las muertes causadas por nuestra corrupción, las muertos de Malvinas, que, al igual que los sobrevivientes, fueron abandonados durante años después de la guerra por la desidia y la vergüenza de la derrota no asumida.
La Plaza de la Buena Memoria nos tiene que servir de faro irradiando la luz que nos recuerde siempre que nuestro destino es juntos, en paz, en respeto, en solidaridad, en fraternidad, en dignidad, en absoluta libertad. La Plaza de la Buena Memoria hace a la esencia de una verdadera política de Estado en derechos humanos que incluya y pacifique. Trabajaremos en eso con todos los que aman con el alma a nuestro país.
Cuando era obispo de la ciudad de Buenos Aires, el papa Francisco acuñó una frase que incorporé profundamente a lo largo de mi vida profesional en la gestión pública. Jorge Bergoglio dijo que la ciudad no había sabido llorar lo suficiente, al cumplirse en 2005 un año de la tragedia de Cromañón. Y es tan cierta esa observación que resulta aplicable a toda la Argentina, en cualquier circunstancia.
Victimarios y víctimas, agresores y agredidos, ofensores y ofendidos, odios y rencores. Dolor, tristeza y enojo acumulados durante años fueron forjando y fundamentando en gran medida las profundas divisiones de nuestra sociedad.
A lo largo de esta maravillosa vida que me tocó y que elegí, he conocido gente de todo tipo, con penas inconmensurables, con frustradas búsquedas de consuelo y reparación, de escucha y contención. Personas de carne y hueso, con alma y sentimientos. Como yo, como cada uno de los que leen este humilde artículo. Ni más ni menos. En esas horas largas e incontables, he acordado, he disentido, aportado, solucionado y callado por no tener respuesta alguna.
Es a partir de este cúmulo de experiencias atesoradas que tengo la convicción de que a los argentinos nos falta un espacio común donde encontrarnos en el dolor y proyectarnos juntos hacia un futuro de trabajo compartido, de encuentro, que nos dé paz a tanta crispación. Que nos permita reconciliarnos con nuestra propia historia, que les leguemos a quienes nos suceden en la vida -que no son el otro, son nuestros hijos y nuestros nietos, nuestras propia descendencia- una sociedad que se aferre fuertemente a los valores que importan.
Necesitamos una Plaza de la Buena Memoria. Un lugar de respeto y respetable para todos, donde cada uno de nosotros, sin pedir permiso, sin temor a ser agredido, pueda honrar la vida recordando, homenajeando, reflexionando. Una Plaza de la Buena Memoria que no dé lugar más a falsas jerarquizaciones o categorizaciones sobre la muerte. Una Plaza de la Buena Memoria que nos permita, sin vergüenza, como conjunto, reconocernos en la historia, diciéndonos: "Esto somos, esto nos pasó, esto hicimos, esto nos tocó". Una Plaza de la Buena Memoria que nos enseñe que el dolor del prójimo nunca nos debe ser ajeno.
Los argentinos hemos dejado por mucho tiempo de mirarnos en conjunto para vernos solo desde el prisma que elegimos, y nos convencimos de que los únicos colores son los que podemos ver. Hay mucho dolor no curado, ignorado, las secuelas del repudiable terrorismo de Estado, las muertes perpetradas por los grupos que se armaron sembrando terror incluso en democracia, la embajada de Israel, la AMIA, víctimas del terrorismo internacional, Cromañón y Once; las muertes causadas por nuestra corrupción, las muertos de Malvinas, que, al igual que los sobrevivientes, fueron abandonados durante años después de la guerra por la desidia y la vergüenza de la derrota no asumida.
La Plaza de la Buena Memoria nos tiene que servir de faro irradiando la luz que nos recuerde siempre que nuestro destino es juntos, en paz, en respeto, en solidaridad, en fraternidad, en dignidad, en absoluta libertad. La Plaza de la Buena Memoria hace a la esencia de una verdadera política de Estado en derechos humanos que incluya y pacifique. Trabajaremos en eso con todos los que aman con el alma a nuestro país.
Por: Claudio Avruj
Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación
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