26 de agosto de 2019
Es una república lo que está en juego
¿Por qué pensar que el kirchnerismo mejorará en el futuro lo que empeoró en el pasado?
Fuente: LA NACION - Crédito: Alfredo Sabat
Fernando Iglesias
PARA LA NACION
Desilusionados por las consecuencias, millones de argentinos han decidido votar por las causas. En un país que lleva ocho años oscilando entre terapia intensiva e intermedia, muchos parecen decididos a abandonar al doctor que no logró sacarlo del hospital y reemplazarlo por el colectivero que le pasó por arriba. Extraña estrategia. El sufrimiento social causado por un año de recesión e inflación explica mucho de esta voluntad suicida, pero no todo. Entenderlo y comprender qué sucedió aquel domingo es crucial para revertir el resultado, morigerar sus consecuencias económicas y salvar la última oportunidad de vivir en una república que tenemos.
El oficialismo no hizo una mala elección. Los 7.824.996 votos de las PASO 2019 son un millón de votos más que los 6.791.278 de las PASO 2015, y apenas dos puntos menos que el 34% de las generales de 2015. El tercio de los argentinos que vota por la República todavía está ahí. Lo que transformó un resultado aceptable en este contexto en una gran derrota fue la extraordinaria elección del kirchnerismo, que con su 47% promete ganar en primera vuelta. Este es el punto decisivo, y requiere una reflexión acerca de cómo lo hizo.
Sin negar errores ni lo difícil de la situación, hay un sesgo peronista en la percepción de la realidad que rema contra el Gobierno. Es el mismo factor que empujó a la clase media a cacerolear cuando la pobreza llegó al 38% en 2001 y le aconsejó quedarse en casa en 2002, con la pobreza en 57%. Es el que considera aceptable el 32% de pobres de Kicillof en 2014 -con cepo, default, déficits exuberantes y enormes atrasos cambiario y tarifario-, pero escandaloso el 34% actual, con esas variables casi normalizadas. Hoy, si estuviera el peronismo en el poder, hablaría de golpe de los mercados contra el gobierno popular que en 2017 obtuvo los índices de pobreza y desocupación más bajos en dos décadas, señalaría que el gasto social es el más alto de la historia y reivindicaría las actuales medidas de emergencia como una respuesta al monstruo financiero. Pero al Gobierno le es imposible, ya que en la Argentina los imposibles les están reservados al peronismo, que obtuvo su impactante resultado logrando cuatro cosas: 1) unificar a quienes se habían denigrado durante años; 2) convencer a millones de que el poder estará en manos de Alberto y a otros tantos millones de que estará en manos de Cristina; 3) instalar que Alberto es un conciliador y un demócrata; 4) hacer creer que ellos "solucionan las crisis", como afirmó Alberto. Veamos.
1 En el altar de la unidad por la caja y la impunidad, no contaron las intrusiones en las casas de familia, las descalificaciones soeces ni las amenazas de meterlos presos. Los muchachos peronistas se estaban reproduciendo. Tampoco cuentan el acto fallido de Alberto autodenominándose "vicepresidente" ni que todas las decisiones de importancia hayan sido tomadas por Cristina, comenzando por la designación de Alberto. Ignorantes de la psicología y de la historia, sobran los dispuestos a ilusionarse con una Cristina resignada a un papel secundario, con una Cámpora moderada y con un Alberto que nos protegerá a todos, como le prometió a Sandra Pitta.
2 Surrealistamente, peronistamente, mientras Cristina y La Cámpora fidelizan a los ultras diciendo que no van a pagar la deuda, que van a defaultear las Leliq y aplicar un nuevo cepo, que se viene la libertad de los "presos políticos", la reforma constitucional y la Conadep del periodismo, Alberto y los gobernadores dicen exactamente lo contrario para captar el voto independiente. Y les funciona, ya que el principio de no contradicción es la primera víctima de la devastación cultural populista.
3 Aún más impresionante: les han hecho creer que Alberto es un buen tipo. En cualquier lugar decente del mundo, un político que trompea a un ciudadano borracho, lo patea en el piso y le miente al juez diciendo que el agredido fue él tiene que abandonar su carrera. Acá, por gracia de Dylan o porque toca "Blackbird" en la guitarra, hasta las admiradoras de Olof Palme lo defienden. Alberto está amnistiado. De un lado de la grieta, nadie recuerda que calificó de "deplorable" al gobierno de Cristina, sus acusaciones sobre Nisman y el pacto con Irán, su enumeración de las barrabasadas de Kicillof ni su declaración: "No sabía de la corrupción de Cristina y Néstor". Del otro, millones de no kirchneristas lo indultan sin recordar que Alberto, el conciliador, fue el jefe de Gabinete de los "aprietes" a los periodistas, la operación sucia contra Enrique Olivera, la batalla contra el campo y la intervención en el Indec, y el que controlaba todo durante cuatro de los ocho años de los cuadernos Gloria.
4 La crisis la empezó él. Durante su gestión comenzaron las distorsiones que nos dejaron en terapia intensiva. El superávit primario heredado del ajustazo duhaldista (+4.3% en 2004) descendió cada año hasta ser +0,4% al final de la gestión albertista y -5,4% en 2015. Lo mismo con el superávit comercial de 2002 (US$16.662 millones), que a pesar de la duplicación del precio de las exportaciones bajó a US$12.557 millones en 2008 debido a la triplicación de las importaciones, para terminar en un déficit de US$3420 millones en 2015. Proteccionismo modelo Capitán Beto.
También comenzó a perderse el autoabastecimiento energético. Tuvimos un superávit de US$6810 millones en 2006, descendimos hasta US$3514 millones al final del ciclo de Alberto y llegamos a un déficit de US$4706 millones en 2015, a pesar de Vaca Muerta. Tampoco nos desendeudaron. En los doce años K, la deuda pública solo bajó un año (2005) gracias al pagadiós de Lavagna y Nielsen. Y aquella disminución tuvo un beneficio nulo si se descuenta el cupón ligado al PBI y los juicios ganados por los holdouts que el actual gobierno tuvo que abonar. El resto fue suba incesante desde los US$153.000 millones de 2003 hasta los US$179.000 millones de 2008 (pagadiós incluido), y los US$240.000 de 2015. La inflación, que parecía domada con el 3,7% de 2002, llegó al 25% en 2008, con Alberto en Jefatura y Redrado en el Central. El que empezaba a desinflarse era el PBI: del +9% de 2007 al +4% de 2008, al -6% en 2009.
Junto con Néstor, Alberto sentó las bases de la estanflación que estalló en 2011. Con mayorías automáticas en ambas cámaras, la soja a US$634 y la tasa de la Fed al 0% al final de su gestión, y un huracán de cola que soplaba en toda América Latina. Hasta a Venezuela le iba razonablemente bien. Después cambió el viento y el autoritarismo dictatorial de Chávez se transformó en la dictadura asesina de Maduro. ¿Por qué creer que el populismo sin caja será aquí más tolerante que el populismo de la soja voladora? ¿Por qué pensar que mejorarán en el futuro lo que empeoraron en el pasado con un contexto internacional infinitamente más favorable?
Por eso, la de octubre no es una elección más. Hay una república en juego. No será fácil, pero si las medidas económicas son efectivas para protegernos del shock provocado por las PASO, llegar al ballottage es posible. Los propagandistas de la derrota que hablan de transición no previeron tampoco lo sucedido el domingo 11. Para lograr la hazaña es necesaria una participación del 84% (tres puntos más que en 2015), una fiscalización muy superior, que el voto-castigo entienda que está castigando al país y no al Gobierno, y que al menos la mitad de quienes no votaron y de los votantes de Lavagna, Espert y Gómez Centurión comprendan la gravedad de la hora y cambien su voto. Con eso, estamos.
Combatiremos en las calles, en los campos y en las ciudades, como Churchill. Nunca nos rendiremos. A convencer, a fiscalizar y a votar responsablemente, sabiendo lo que está en juego.Por: Fernando Iglesias
Desilusionados por las consecuencias, millones de argentinos han decidido votar por las causas. En un país que lleva ocho años oscilando entre terapia intensiva e intermedia, muchos parecen decididos a abandonar al doctor que no logró sacarlo del hospital y reemplazarlo por el colectivero que le pasó por arriba. Extraña estrategia. El sufrimiento social causado por un año de recesión e inflación explica mucho de esta voluntad suicida, pero no todo. Entenderlo y comprender qué sucedió aquel domingo es crucial para revertir el resultado, morigerar sus consecuencias económicas y salvar la última oportunidad de vivir en una república que tenemos.
El oficialismo no hizo una mala elección. Los 7.824.996 votos de las PASO 2019 son un millón de votos más que los 6.791.278 de las PASO 2015, y apenas dos puntos menos que el 34% de las generales de 2015. El tercio de los argentinos que vota por la República todavía está ahí. Lo que transformó un resultado aceptable en este contexto en una gran derrota fue la extraordinaria elección del kirchnerismo, que con su 47% promete ganar en primera vuelta. Este es el punto decisivo, y requiere una reflexión acerca de cómo lo hizo.
Sin negar errores ni lo difícil de la situación, hay un sesgo peronista en la percepción de la realidad que rema contra el Gobierno. Es el mismo factor que empujó a la clase media a cacerolear cuando la pobreza llegó al 38% en 2001 y le aconsejó quedarse en casa en 2002, con la pobreza en 57%. Es el que considera aceptable el 32% de pobres de Kicillof en 2014 -con cepo, default, déficits exuberantes y enormes atrasos cambiario y tarifario-, pero escandaloso el 34% actual, con esas variables casi normalizadas. Hoy, si estuviera el peronismo en el poder, hablaría de golpe de los mercados contra el gobierno popular que en 2017 obtuvo los índices de pobreza y desocupación más bajos en dos décadas, señalaría que el gasto social es el más alto de la historia y reivindicaría las actuales medidas de emergencia como una respuesta al monstruo financiero. Pero al Gobierno le es imposible, ya que en la Argentina los imposibles les están reservados al peronismo, que obtuvo su impactante resultado logrando cuatro cosas: 1) unificar a quienes se habían denigrado durante años; 2) convencer a millones de que el poder estará en manos de Alberto y a otros tantos millones de que estará en manos de Cristina; 3) instalar que Alberto es un conciliador y un demócrata; 4) hacer creer que ellos "solucionan las crisis", como afirmó Alberto. Veamos.
1 En el altar de la unidad por la caja y la impunidad, no contaron las intrusiones en las casas de familia, las descalificaciones soeces ni las amenazas de meterlos presos. Los muchachos peronistas se estaban reproduciendo. Tampoco cuentan el acto fallido de Alberto autodenominándose "vicepresidente" ni que todas las decisiones de importancia hayan sido tomadas por Cristina, comenzando por la designación de Alberto. Ignorantes de la psicología y de la historia, sobran los dispuestos a ilusionarse con una Cristina resignada a un papel secundario, con una Cámpora moderada y con un Alberto que nos protegerá a todos, como le prometió a Sandra Pitta.
2 Surrealistamente, peronistamente, mientras Cristina y La Cámpora fidelizan a los ultras diciendo que no van a pagar la deuda, que van a defaultear las Leliq y aplicar un nuevo cepo, que se viene la libertad de los "presos políticos", la reforma constitucional y la Conadep del periodismo, Alberto y los gobernadores dicen exactamente lo contrario para captar el voto independiente. Y les funciona, ya que el principio de no contradicción es la primera víctima de la devastación cultural populista.
3 Aún más impresionante: les han hecho creer que Alberto es un buen tipo. En cualquier lugar decente del mundo, un político que trompea a un ciudadano borracho, lo patea en el piso y le miente al juez diciendo que el agredido fue él tiene que abandonar su carrera. Acá, por gracia de Dylan o porque toca "Blackbird" en la guitarra, hasta las admiradoras de Olof Palme lo defienden. Alberto está amnistiado. De un lado de la grieta, nadie recuerda que calificó de "deplorable" al gobierno de Cristina, sus acusaciones sobre Nisman y el pacto con Irán, su enumeración de las barrabasadas de Kicillof ni su declaración: "No sabía de la corrupción de Cristina y Néstor". Del otro, millones de no kirchneristas lo indultan sin recordar que Alberto, el conciliador, fue el jefe de Gabinete de los "aprietes" a los periodistas, la operación sucia contra Enrique Olivera, la batalla contra el campo y la intervención en el Indec, y el que controlaba todo durante cuatro de los ocho años de los cuadernos Gloria.
4 La crisis la empezó él. Durante su gestión comenzaron las distorsiones que nos dejaron en terapia intensiva. El superávit primario heredado del ajustazo duhaldista (+4.3% en 2004) descendió cada año hasta ser +0,4% al final de la gestión albertista y -5,4% en 2015. Lo mismo con el superávit comercial de 2002 (US$16.662 millones), que a pesar de la duplicación del precio de las exportaciones bajó a US$12.557 millones en 2008 debido a la triplicación de las importaciones, para terminar en un déficit de US$3420 millones en 2015. Proteccionismo modelo Capitán Beto.
También comenzó a perderse el autoabastecimiento energético. Tuvimos un superávit de US$6810 millones en 2006, descendimos hasta US$3514 millones al final del ciclo de Alberto y llegamos a un déficit de US$4706 millones en 2015, a pesar de Vaca Muerta. Tampoco nos desendeudaron. En los doce años K, la deuda pública solo bajó un año (2005) gracias al pagadiós de Lavagna y Nielsen. Y aquella disminución tuvo un beneficio nulo si se descuenta el cupón ligado al PBI y los juicios ganados por los holdouts que el actual gobierno tuvo que abonar. El resto fue suba incesante desde los US$153.000 millones de 2003 hasta los US$179.000 millones de 2008 (pagadiós incluido), y los US$240.000 de 2015. La inflación, que parecía domada con el 3,7% de 2002, llegó al 25% en 2008, con Alberto en Jefatura y Redrado en el Central. El que empezaba a desinflarse era el PBI: del +9% de 2007 al +4% de 2008, al -6% en 2009.
Junto con Néstor, Alberto sentó las bases de la estanflación que estalló en 2011. Con mayorías automáticas en ambas cámaras, la soja a US$634 y la tasa de la Fed al 0% al final de su gestión, y un huracán de cola que soplaba en toda América Latina. Hasta a Venezuela le iba razonablemente bien. Después cambió el viento y el autoritarismo dictatorial de Chávez se transformó en la dictadura asesina de Maduro. ¿Por qué creer que el populismo sin caja será aquí más tolerante que el populismo de la soja voladora? ¿Por qué pensar que mejorarán en el futuro lo que empeoraron en el pasado con un contexto internacional infinitamente más favorable?
Por eso, la de octubre no es una elección más. Hay una república en juego. No será fácil, pero si las medidas económicas son efectivas para protegernos del shock provocado por las PASO, llegar al ballottage es posible. Los propagandistas de la derrota que hablan de transición no previeron tampoco lo sucedido el domingo 11. Para lograr la hazaña es necesaria una participación del 84% (tres puntos más que en 2015), una fiscalización muy superior, que el voto-castigo entienda que está castigando al país y no al Gobierno, y que al menos la mitad de quienes no votaron y de los votantes de Lavagna, Espert y Gómez Centurión comprendan la gravedad de la hora y cambien su voto. Con eso, estamos.
Combatiremos en las calles, en los campos y en las ciudades, como Churchill. Nunca nos rendiremos. A convencer, a fiscalizar y a votar responsablemente, sabiendo lo que está en juego.Por: Fernando Iglesias
Diputado nacional de Cambiemos
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