05/02/2014| 23:57
Recuerdos del 'Rodrigazo' e Isabel:
Desgobierno
¿Qué falla más en la Administración Cristina, la
política o la economía? Muchos creen que falla la política, y eso se
refleja o influye sobre la economía. Otros afirman que falla la economía
porque los números son los números, y los números no 'cierran' más allá
de la política.
Pero es irrefutable que llamándole "Mauri" al
gobernador de Misiones, Mauricio Closs, quien había realizado
declaraciones complejas para la política de la Administración Cristina,
no se resuelve el problema.
En verdad, sólo se crea más problemas. Y la
Presidente no quiere o no puede o no sabe lidiar con la coyuntura. La
situación tiende a complicarse, explica la consultora Massot &
Monteverde:
"(...)
Cualquiera que frecuente la interminable serie de almuerzos, comidas,
seminarios, casamientos, reuniones informales, charlas de café o
conclaves que tienen lugar en la capital federal en estos días, se lleva
una sola impresión: nadie sabe bien a qué atenerse y nadie —salvo los
que juegan al empate— da un peso por este gobierno si no atina a cambiar
el rumbo de su gestión. Por supuesto, ninguno de los participantes en
esos encuentros estaría dispuesto a repetir en público lo que se habla
en privado. ¡…Bueno sería! (...)".
CIUDAD DE BUENOS AIRES (InC). Salvo que Cristina Fernández, Carlos Zannini y Jorge Capitanich
consideren que todo es fruto de un complot —¡otro más!, y van…— para
terminar con el gobierno antes de que la Presidente cumpla con su
mandato, las declaraciones voceadas en el curso de los últimos días por
personajes tan disímiles como el gobernador de Misiones, Maurice Closs; el titular de la CGT oficialista, Antonio Caló; el ministro de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Fayt; el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni; el ex–presidente del Banco Central, Mario Blejer; y el ministro del Interior, Florencio Randazzo, no fueron casualidad.
A causa de que la teoría de una conspiración no podría sostenerse
ni siquiera en los núcleos más duros del kirchnerismo —en atención al
hecho de que alguien debería explicarnos qué sentido tendría la
presencia de, al menos, cuatro reconocidos miembros o defensores de la
actual administración entre los conspiradores— sólo cabe pensar en que
ha sido la gravedad de la situación por la cual atraviesa el país la
causa de aquellos dichos.
Si Blejer había alentado acerca de la posibilidad de un 'Rodrigazo',
Caló sobre la insuficiencia dramática de los salarios, y Berni
anticipado un 2014 caliente en términos de conflictividad, la nota por
antonomasia la dio el mandatario misionero. Closs no es cualquier
gobernador. Ha sido, hasta el momento, un escudero fiel de los Kirchner y
maneja, luego del recambio parlamentario de diciembre, un minibloque de
hecho en la Cámara baja, decisivo para el gobierno. Nunca hasta
acá su voz había disonado respecto del relato oficial y nunca —que se
sepa— se había permitido unas declaraciones como las del viernes 31/01,
hechas en Posadas ante un conjunto de periodistas.
En realidad, él expresó, trayendo a comento el final de Raúl Alfonsín y de Fernando De la Rúa,
cuanto es materia de conversación y de análisis en todo el arco
político del país. En buen romance dijo que era urgente convocar a una
multipartidaria so pena de terminar sus días —la presidente— de la misma
manera que sus dos pares de la Unión Cívica Radical. El tenor de lo
expresado y la crudeza de la comparación deben haber llenado de escozor y
de ira a Cristina Fernández. De lo contrario no se hubiese
apurado el jefe de gabinete en llamarlo de urgencia al gobernador
mesopotámico para pedirle explicaciones, por un lado, y exigirle una
rectificación, por el otro.
Closs no es un improvisado en estas lides y sería tonto suponer que
en circunstancias tan complicadas y en medio de una crisis que el
kirchnerismo intenta sobrellevar a duras penas,
1) se pudo equivocar a la hora de hablar ó,
2) no pensó bien antes de hacer tamaños juicios o bien que,
3) quienes lo escucharon tergiversaron luego el sentido de su
mensaje. Como debía retractarse y nadie desea incinerarse reconociendo
que ha recibido un reto y ha sido obligado a dar marcha atrás, optó por
el camino más fácil: culpó a los periodistas y creyó salir airoso del
paso. El problema es que nadie tomó en serio su mea culpa, empezando por
la presidente.
Es posible que Closs se haya dejado llevar por su temperamento y no
haya calibrado bien cuán inoportuna sería su conferencia de prensa.
Pero que así haya resultado nada le quita al hecho de que, cuanto
adelantó, es lo que piensa. Y, para el caso, lo que también piensa buena
parte de la clase política, de la dirigencia sindical y empresaria y de
los analistas políticos y económicos de mayor autoridad.
Cualquiera que frecuente la interminable serie de
almuerzos, comidas, seminarios, casamientos, reuniones informales,
charlas de café o conclaves que tienen lugar en la capital federal en
estos días, se lleva una sola impresión: nadie sabe bien a qué atenerse y
nadie —salvo los que juegan al empate— da un peso por este gobierno si
no atina a cambiar el rumbo de su gestión. Por supuesto, ninguno de los
participantes en esos encuentros estaría dispuesto a repetir en público
lo que se habla en privado. ¡…Bueno sería!
Es conveniente reconocer, asimismo, que son pocos, si acaso
algunos, los que desean ver a la presidente abandonando Olivos y
Balcarce 50 antes de tiempo. De la misma manera que hay un juicio, común
a la gran mayoría de los políticos opositores, de parte del PJ, de los
caciques sindicales y de los empresarios más importantes del país,
respecto de la necesidad imperiosa que tiene el gobierno de dar un
volantazo, prácticamente ninguno —ni siquiera los más encendidos
críticos del kirchnerismo— quieren un final anticipado.
Por eso, se equivocaría de medio a medio quien tratara de rastrear
ánimos destituyentes —para utilizar el término puesto en circulación
por los intelectuales de Carta Abierta— o planes conspirativos. El
núcleo central del problema que enfrenta la administración de Cristina
Fernández nada tiene que ver con complots, que solo caben en mentes
calenturientas.
Es tan ridículo suponer que una transacción de apenas
millón y medio de dólares, efectuada hace pocos días por la empresa
Shell, pueda haber desestabilizado el mercado cambiario, como imaginar
que el respaldo de Cristina Fernández al teniente general Cesar Milani
obedece a la necesidad de tener alistado al ejército para apoyarla en la
eventualidad de tener que enfrentar un golpe de estado. En una
y otra especulación se analiza la actualidad con categorías del siglo
pasado. Ni Shell ni el ejército son factores reales de poder o, si se
prefiere, ni el señor Aranguren ni el general Milani —aunque lo
desearan— podrían seriamente representar los papeles que les asignan el
kirchnerismo, al primero, y el antikirchnerismo, al segundo.
A esta altura del partido, lo decisivo no es específicamente político institucional sino económico. Dicho en términos distintos:
importa menos si el kirchnerismo retiene su mayoría en las dos cámaras
del Congreso Nacional; si se conforma una liga de gobernadores; si el PJ
se realinea en torno de Scioli, de Domínguez o de Massa; si el
vicepresidente es finalmente imputado y llamado a declarar por el juez
federal Ariel Lijo; o si el arco opositor forja un consenso, que la
confianza/desconfianza de la gente respecto del futuro inmediato. Si el
Banco Central, para mantener la paridad U$ 1 = $ 8 pierde entre US$ 200
millones y US$ 250 millones diarios, la suerte del gobierno está echada.
Está claro que este “Rodrigazo con cuentagotas” —tal cual
lo definió, en su momento, Roberto Lavagna— sirve de poco y nada. Es que
cualquier estrategia gradualista, si acaso tuvo posibilidad de
prosperar alguna vez, hoy claramente carece de sentido. Luego de la
devaluación sin plan, no hay lugar para aplicar el “paso a paso”. Si no
atiende los problemas de fondo, el kirchnerismo está perdido. Así vamos
derecho a un escenario mortal de recesión con inflación.

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