Martes 25 de febrero de 2014
Por Carlos Berro Madero
“La mentira es el barniz que disimula el foso
que se abre entre el dominio exclusivo del partido único y su evidente
incapacidad para gobernar la sociedad” (Jean Francois Revel) sociedad” (Jean
Francois Revel)
Los órganos de información del gobierno no logran
disimular en estos días los crecientes desacuerdos que existen en su seno, que
van virando de lo más violento hasta lo más cómico.
Los debates del kirchnerismo de hoy versan sobre
el mayor o menor “despojo” formal que debieran exhibir públicamente respecto de
sus falsos principios ideológicos de otrora. Los mismos que los han sumergido
finalmente en el pantano en el que chapotean indecorosamente en estos
días.
La extravagancia suprema de la actual situación,
se comprueba con el hecho que Cristina comience a regañar a los suyos
privadamente sobre dichos que en otra época hubieran constituido una música para
sus oídos.
Algunos de los principales “voceros equivocados”
de la etapa que se ha abierto frente al derrumbe, son D´Elía, Bonafini y, para
sorpresa de muchos, el mismo Capitanich.
La troika del nuevo “credo” que encabezan
Kiilloff y Cristina, comienza a sentir el efecto de los elegantes sopapos de
algunos organismos internacionales, que están poniendo de rodillas la arrogancia
de los planteos de “reivindicación” del gobierno, totalmente inaceptables para
el standard de tratamiento de ciertas cuestiones del orden económico
mundial.
Es que el movimiento K nunca entendió que cuando
transitaran las desventuras finales de su viaje “al país de nunca jamás”,
comenzarían a ser tratados de acuerdo con las leyes que rigen la política en
materia de negocios: cautela y dureza.
El mundo capitalista detesta cordialmente los
sectarismos, y los países que “sacan los pies del plato” son abandonados a su
suerte cuando comienzan a avanzar en su retórica condenatoria de un “orden” que
entienden –inocente y estúpidamente-, como lesivo para sus intereses.
Una vez que se produce el intento de regresar al redil, como hemos señalado, comprueban con amargura las verdades sobre las que se asienta la globalización y deben someterse a un molesto examen de pies a cabeza.
Los conflictos con los demás se convierten así en
verdaderas pesadillas para el poder de quien los desató y termina chocando con
la realidad que se intentó soslayar mediante políticas mentirosas de “patas
cortas”.
Hacia adentro, y en tanto dura el efecto de
encandilamiento de la “masa” a la que dirigen sus discursos, los falsos modelos
progresistas intentan proclamar que son un “bloque”. Pero nada de lo humano es
un bloque. Solo los tiranos razonan de esa manera al desconocer el hecho fáctico
de que “existen pueblos concretos, vivientes, tornadizos y diversos que, en
determinado momento, SIENTEN MOTIVOS SINCEROS Y REALES DE DESCONTENTO” (Revel
nuevamente).
Es esa esencia natural de la diversidad
-normalmente no tolerada por el poder central-, lo que provoca finalmente su
caída.
Ucrania y Venezuela son dos ejemplos actualizados
de lo que ocurre cuando dicho descontento cunde en una sociedad. Los actos de
desborde social que se están produciendo allí son producto de la desesperación
de gente que pretende oír de sus dirigentes –con toda razón-, de qué manera
concreta mejorará su estilo de vida después de años de sufrir mentiras y
desengaños. Se trata de sociedades que merced a la tecnología contemporánea
“saben” perfectamente bien cómo y dónde se vive dignamente.
Por todo ello, sorprende que existan todavía
políticos que aparentan haberse preparado convenientemente para desempañar sus
roles en la administración pública y desconozcan estos principios elementales de
un mundo cada vez más impredecible e interrelacionado.
Lo que queda en evidencia es que los equivocados
somos en realidad quienes alguna vez les asignamos la capacidad necesaria
para desempeñar cargos que “les quedan grandes”; y frente al abismo,
comenzamos a verlos desnudos e indefensos, tratando de preparar quizá una huida
decorosa, mientras su soberbia se transforma en manifiesta perplejidad.
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