23/02/2014|
12:56
Cristina Fernández de Kirchner no pudo impedir convertirse en la
Presidenta del Ajuste: ese es el destino de lo que resta de su mandato.
Ella podría ser audaz y realizar un "ajuste por las buenas" pero los
Kirchner siempre fueron conservadores, inseguros y demagogos. Entonces
ella podría terminar haciendo un "ajuste por las malas", el peor
escenario, con riesgo de explosión social y sus graves consecuencias
institucionales.
Por ahora, Cristina transita un intermedio: un "ajuste
equilibrista". Pero así ella sólo se ubica cada vez más cerca del
"ajuste por las malas" porque está derrochando el tiempo, sus energías
escasas y su arsenal político mermado. Acerca de tan compleja situación
escribió un trabajo la consultora Economía & Regiones:
CIUDAD DE BUENOS
AIRES (Economía & Regiones). Nuestro país atraviesa una crisis
cambiaria en la que el BCRA está registrando una sostenida y creciente
pérdida de reservas como consecuencia de intentar mantener un tipo
decambio fijo o cuasi fijo (con pequeñas devaluaciones) y a la vez el
gobierno sostiene una política fiscal excesivamente expansiva financiada
con emisión.
De esta manera el BCRA emite para financiar el exceso de gasto
monetizando el déficit fiscal, esa emisión genera un exceso de oferta en
el mercado de dinero, el público percibe que “sobran pesos” y se desprende de ellos demandando divisas y corriendo contra las reservas internacionales.
En resumen, el déficit fiscal se financia con pérdida de reservas y, por ende, a mayor déficit mayor pérdida de reservas.
De no mediar ninguna corrección, la pérdida de reservas continuará “de la mano” del
déficit fiscal, cayendo hasta un nivel mínimo a partir del cual la
agudización del ataque especulativo exigirá la depreciación y luego
liberación del tipo de cambio.
Con la liberación del tipo de cambio las reservas dejarán de caer
y será el shock inflacionario el que licúe el exceso de gasto y el
déficit fiscal. Este es el ajuste “por las malas”, el tipo de ajuste que hace el sistema económico cuando los políticos no están dispuestos a hacerlo previamente.
Todo este enfoque, cuyo pionero es Paul Krugman,
describe perfectamente lo que sucede actualmente en Argentina y muestra
también lo que muy probablemente acontecerá si no enderezamos el rumbo
con un cambio de política económica.
El gobierno puede elegir entre hacer el “ajuste por las buenas”,
que implicaría reducir o eliminar el déficit fiscal y así abortar el
drenaje de dólares o, por el contrario, seguir monetizando el déficit y
dejar que la crisis haga el “ajuste por las malas”.
Cualquier estrategia de ajuste aislado e incompleto le permitirá al
gobierno ganar tiempo, postergando la decisión de hacer la corrección
necesaria a costa de empeorar el “desenlace por la malas”.
Este último escenario no sólo es fuertemente recesivo, sino que
también es socialmente inequitativo ya que habrá un fuerte deterioro del
poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones.
En pocas palabras, el gobierno enfrenta la encrucijada de
hacer el ajuste o dejar que la crisis lo haga licuando gastos y
déficit.
Luego a modo de ejercicio intentamos medir los escenarios
posibles, dado que resulta fundamental computar los costos que
cada ajuste genera en términos de nivel de actividad, salario,
inflación y empleo.
Nuestra hipótesis es que el “ajuste por las buenas” (como
su nombre lo anticipa) es sustancialmente menos dañino para nuestra
economía en términos de nivel de actividad, salario real y
empleo que cualquier otra alternativa.
“Ajuste por las malas”
El ajuste “por las malas” es el escenario resultante de no cambiar las actuales políticas económicas, sino potenciarlas.
Suponemos que el gobierno continúa y acentúa (como viene haciendo
año tras año) su política fiscal desmedidamente expansiva, acrecentando
el déficit. A mayor déficit, mayor dominancia fiscal.
El Tesoro sigue financiando el exceso de gasto público con emisión,
que se traduce en pérdida de reservas creciente hasta que dicha pérdida
se torna insostenible y el Central libera el tipo de cambio forjando
una nueva devaluación brusca.
En la actualidad el gasto público representa el 37% del PBI. En la
estructura de gasto público se destaca el peso de las jubilaciones (27%
del gasto y 10% del PBI), la coparticipación (22% del gasto y 8% del
PBI), las partidas destinadas a subsidios económicos, tales como la
energía y el transporte
(13% del gasto y el 4.8% PBI) y los salarios (10% del gasto y el 3.7%
PBI). Cada componente tiene distinto grado de elasticidad frente a la
devaluación y es más o menos difícil de ajustar a la baja.
De todos modos, en este escenario, el gasto total se incrementa
cerca del 54% en promedio dado que si bien la mayoría de las partidas
percibe incrementos nominales cercanos al 35% anual, el impacto
de la devaluación encarece los subsidios económicos (energía importada)
haciendo que esta partida de gasto aumente un 132% en términos
nominales.
Para entender esta fuerte elasticidad del gasto en subsidios
económicos con respecto a la devaluación, hay que recordar que
actualmente el gasto agregado en energía es financiado en un 67% por el
Estado y en un 33% por el sector privado. Esto quiere decir que cada
$100 de gasto en energía, el sector público nacional (SPN) pagaba $67 y
los privados $33.
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