domingo, 8 de septiembre de 2019

La diplomacia ideológica




08/09/2019, 08:08hs


La diplomacia ideológica de Alberto Fernández en España y Portugal


El candidato del Frente de Todos limitó sus contactos externos a Uruguay y Lula (no Brasil) antes de las PASO, España y Portugal ahora, y dentro de unas semanas, México. No son los aliados que necesitará para gobernar.



El candidato Alberto Fernández en su llegada a la sala
constitucional del Congreso de los Diputados.
Fuente: EFE/ Kiko Huesca





Por  Marcos Novaro


La Argentina que probablemente tendrá que gobernar Alberto Fernández va a ser muy frágil. Incluso más frágil y enredada que la que él conoció de la mano de Néstor Kirchner en 2003. Y eso es de nuestra exclusiva responsabilidad.


El país no logró, a diferencia de entonces, estabilizar sus cuentas públicas para lograr superávit. Tampoco logró frenar la inflación (que, recordemos, en 2003 fue poco más del 3% anual, las dos cosas gracias a un ajuste draconiano del gasto en salarios y jubilaciones). Y difícilmente va a lograr crecer como lo hizo desde la segunda mitad del 2002, ni siquiera podrá hacerlo a un ritmo más modesto que entonces.


Precisamente porque fracasó en todos esos terrenos es que el Frente de Todos está a un tris de volver al gobierno. El nuevo presidente no va a heredar un éxito, socialmente costosísimo, pero éxito al fin, va a heredar un fracaso. Al que encima su fuerza contribuyó en buena medida, gestando los desequilibrios y oponiéndose a su corrección. Así que, ¿podrá ser creíble ahora como solución a esos problemas?, ¿qué argumentos puede ofrecer a los inversores y acreedores para convencerlos de ser pacientes y en el futuro volverse socios de un éxito? Muy pocos, la verdad.


Dado este panorama, si nuestro próximo gobierno quisiera aplicar desde 2020 la misma receta de negociación dura que usó Kirchner desde 2003 frente al FMI, las multinacionales y otros actores poderosos, seguramente el resultado que obtendría sería bastante peor que entonces: difícilmente toleren sus extorsiones, y en vez de conseguir algunas concesiones, y quince años de juicios, cosa que resultó al final ya bastante inconveniente, es probable que simplemente nos cuelguen el teléfono.


Alberto no parece estar acomodándose bien a estas limitaciones. ¿Es que sobreactúa su rebeldía para empezar las negociaciones poniendo a sus interlocutores a la defensiva?, ¿o se cree realmente que puede replicar la experiencia de 2003, y encima considera que ella fue tan beneficiosa que vale la pena hacer cualquier sacrificio con tal de repetirla? De momento, da a pensar más bien lo segundo. Eligió solo a contrapartes de su mismo palo para sus primeros contactos internacionales, tras haber acusado a los enviados del FMI a Buenos Aires de ser corresponsables de todas nuestras desgracias.


Incluso en su primer periplo europeo, se limitó a dos países gobernados por socialistas, España y Portugal, y usó los contactos oficiales para ratificar sus puntos de vista más ideológicos. En Portugal insistió en afirmar que la gestión socialdemócrata que desde 2011 logró reducir el peso de la deuda, mejorar la competitividad y aumentar las inversiones y el empleo es el modelo que pretende seguir, porque supuestamente “escapó a las recetas de ajuste ortodoxo”. Cuando en verdad las aplicó bastante al pie de la letra: recortó salarios, derechos laborales y contó para hacerlo con la asistencia y la aprobación del FMI. Si algo quiere aprender AF de experiencias exitosas útiles para nuestro país, como afirmó, sería conveniente que prestara más atención a los hechos.


En cuanto a su periplo español, si bien se abstuvo de confraternizar abiertamente con Podemos, lo que sin duda hubiera caído muy mal a los socialistas hoy en el gobierno, no tuvo empacho en aprovechar una manganeta de los chavistas españoles para dar lo que se dijo fue una “conferencia magistral” en el Congreso, y que desató críticas de los demás partidos, por el engaño de que habían sido objeto (la cita a esa “conferencia” no blanqueaba que AF iba a hablar) y por el uso espurio del palacio legislativo para que un candidato de otro país haga campaña. En ese marco, lo único que no sorprendió fue que AF replicara los sermones habituales de Pablo Iglesias: era una frutilla digna para semejante postre.


Despotricó allí contra las investigaciones de corrupción que involucran a “políticos populares”, y contra los jueces que las impulsan, no sólo los argentinos, también los brasileños, ecuatorianos, todos fueron a parar a la bolsa de los enemigos del pueblo, por hacer su trabajo. Y a continuación se quiso presentar como referente de una nueva ola nacional populista de alcance regional, y promotor de una nueva diplomacia de los pueblos. Que naturalmente lo que seguro ya consiguió fue alarmar a varios gobiernos cuya buena voluntad va a necesitar bien pronto. Y a petroleras interesadas en Vaca Muerta: no se le ocurrió nada mejor para agregar que “no tiene sentido tener petróleo si para sacarlo tenemos que dejar que vengan multinacionales a llevárselo”, una frase que seguro a más de uno hizo acordar los maltratos a los que Néstor Kirchner solía someter a los empresarios españoles con inversiones en Argentina 15 años atrás.


¿En serio Alberto pretenderá retomar el estilo de negociación prepotente con las empresas y el sesgo ideológico y subimperialista en el trato con nuestros vecinos que caracterizaron los tiempos de Kirchner en el poder?, ¿pretenderá disputarle el liderazgo regional a Brasil porque no simpatiza con Bolsonaro y buscará intervenir en la política doméstica tanto de ese país como de los demás de la región para ganar vuelo regional? No parece una buena idea cuando lo único que quieren nuestros vecinos, por de pronto, es que no los contagiemos.


Y lo cierto es que lo están consiguiendo, porque a diferencia de la Argentina, naciones como Uruguay, Paraguay, Perú, e incluso Bolivia y Ecuador no desperdiciaron los buenos años de precios altos de sus exportaciones y dinero abundante y barato. Los aprovecharon para consolidar sus instituciones económicas, y gracias a eso no tienen desde hace tiempo inflación alta, ni conflictos con sus acreedores. Y pueden entonces, igual que muchos otros países, desentenderse de nuestra suerte.


En suma, la Argentina ha perdido relevancia regional e internacional a lo largo de los años, y es tiempo de que nos anoticiemos, y en particular, de que Alberto lo haga. Pues eso vuelve aún más absurdo maltratar a los únicos actores externos importantes que todavía pueden tener algún interés en nuestra suerte, el Fondo Monetario, las petroleras que están en Vaca Muerta, y algunos pocos más. Porque de otro modo, en vez de forzarlos a ceder, tal vez consigamos que también tiren la toalla y desistan de colaborar en cambiar nuestra suerte.

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