23/01/14
LOS VERDADEROS ÍCONOS DE LA “DÉCADA GANADA”
Cristina Kirchner, presidente de la
República Argentina en funciones, no rinde cuentas. Ella declama deseos. Cuando
el panorama oscurece, se siente con derecho a desaparecer sin dar explicaciones.
Ahora volvió. Lo hizo fiel a su estilo. No fue una conferencia de prensa, con
preguntas libres y repreguntas. Tampoco un discurso argumentativo, que apele a
la razón, sino meramente emotivo; y además autista, dirigido a un núcleo de
militantes adoctrinados que calentaban el ambiente con gritos de
guerra.
Luego de once años de gobierno kirchnerista,
la inflación sigue afectando el bolsillo de los argentinos; en especial de los
más humildes, que al no tener acceso a una moneda fuerte carecen de capacidad de
ahorro y de progreso. En el último año esto generó olas de violencia y saqueos
que se esparcieron por todo el país, con muertes incluidas y sin que nadie se
hiciera responsable. Las reservas del Banco Central están cayendo
fuertemente, mientras el peso pierde valor.
La mitad de los jóvenes no termina el
secundario, y en las evaluaciones internacionales PISA la Argentina quedó en los
últimos puestos en calidad educativa. Los casos de corrupción, ampliamente
investigados por la prensa independiente del gobierno (cada vez más escasa y
vulnerable), siguen sin tener respuesta ni explicación oficial alguna. El avance
por parte de un fiscal en el más sonoro de ellos, el de la “ruta del dinero K”,
motivó su suspensión, como si se tratara de un delincuente. Los juzgados
vacantes siguen sin ser llenados, al cabo que la presidente envió una lista de
suplentes llena de abogados oficialistas (varios de ellos defendieron a
funcionarios del gobierno en casos por corrupción).
El gasto público sigue disparado (pasó del
29% al 46% del PBI), sin control ni transparencia alguna. Los programas que se
anuncian son etiquetas apenas perceptibles en un maremoto de despilfarro
politizado. La distribución de subsidios sigue siendo discriminatoria y
clientelar, con organizaciones que no reciben nada mientras otras son capaces de
crear Estados paralelos que deterioran la legitimidad y la efectividad de
gobernadores electos, como el caso de la Tupac Amaru en Jujuy, provincia
kirchnerista.
Lejos de toda humildad y seriedad, Cristina
no rinde cuentas, ni da explicaciones. Sólo declama deseos, disparando
agresiones sin sentido para los costados, contra los medios de comunicación (a
los dirigentes opositores no los nombra porque no les reconoce legitimidad),
contra los “caníbales” y los “trogloditas” (ella sabrá). Le habla sólo a su
audiencia, a los militantes enceguecidos o rentados, a los gerentes y
funcionarios acomodados de La Cámpora, a los barrabravas de Hinchadas Unidas y a
los delincuentes sumados a Vatayón Militante. Les habla a las Madres de Plaza de
Mayo (solamente a las kirchneristas, no a la Línea Fundadora) que se
convirtieron en una especie de nobleza hereditaria por su vínculo biológico y,
en especial, por su reivindicación a viva voz del accionar terrorista en
dictadura pero también en democracia de la mal llamada “juventud maravillosa”
(origen mítico del relato con el que el kirchnerismo pretende reescribir y
sepultar la historia argentina).
Cristina no rinde cuentas. Ella declama
deseos. Actúa. Mira para los costados, quiebra la voz y deja espacios vacíos
para que los “militantes” lo llenen con gritos de furia. Hace once años que
gobierna el kirchnerismo (la mayoría de ellos con control de ambas cámaras),
pero pareciera que alguna misteriosa fuerza (probablemente los medios de
comunicación) no lo dejó actuar. Hicieron y deshicieron a su antojo, pero
Cristina todavía se siente con ganas y con derecho a expresar deseos. La gente
muere, y por muchas razones: inseguridad galopante; ajustes de cuentas de
narcotraficantes en crecimiento; accidentes de tránsito record por
infraestructura de transporte obsoleta o inexistente; cortes de luz reiterados y
prolongados que a veces los más ancianos y vulnerables no pueden sobrevivir;
malnutrición en los bolsones de pobreza; falta de insumos en hospitales de
provincias quebradas (algunas además fuertemente castigadas en lo financiero por
el gobierno nacional por tener gobernadores no
kirchneristas).
Pero nada amerita una reacción, un haz de
luz que despabile a la presidente y la ponga a trabajar. La política es una
guerra permanente por el poder. Ahí empieza y ahí termina, según la tesis de
Carl Schmitt. O sea que no hay política. No hay deliberación ni negociación. No
hay representación ni mecanismos de control. No hay Estado de Derecho ni reglas
claras. No hay rendición de cuentas. Sólo expresión de
deseos.
Rafael Micheletti
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