Sábado 21 de diciembre de 2013 | Publicado en edición impresa
Por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
El lunes se quedó sin luz
la Casa Rosada. Cómo me gusta cuando, si de privaciones se trata, somos
los primeros en predicar con el ejemplo. Yo estaba feliz con eso, hasta
que habló Víctor Hugo Morales,
un iluminado en medio de la tiniebla de los cortes, y explicó que en
realidad mucha gente estaba dándole y dándole al termostato del aire
acondicionado para desestabilizar al Gobierno.
La pucha
. Habíamos tenido golpistas chacareros, empresarios, periodistas,
gendarmes, prefectos, caceroleros y policías, es decir, todos grupos o
sectores reconocibles, identificables. Pero, ¿cómo enfrentar la asonada
destituyente de los acalorados? ¿Cómo se combate el golpe de los aires
acondicionados?
Con una extraordinaria franqueza, Coqui me puso en autos. "A Víctor Hugo casi a diario le bajamos línea por escrito, cualquier verdura, y él lee todo como un soldado. Es admirable: nada le da vergüenza, no pregunta, no cuestiona. Va y repite. ¿Cuánto vale un cuadro así?"
Me imagino que debe valer mucho, pero la cuestión no es ésa, sino la de los termostatos. Yo mismo había puesto el aire de mi cuarto en 18 grados. ¿Estaba contribuyendo, sin saberlo, a un nuevo intento de derrocamiento de nuestro gobierno? El gran jefe de Gabinete no podía creer mi inocencia. "Mirá, este desastre lo armaron Néstor y De Vido con su política de tarifas subsidiadas, y ya no hay forma de solucionarlo. No en poco tiempo. Tenemos que rezar para que afloje el calor. De última, nos queda el recurso de que la temperatura no la difunda el Servicio Meteorológico, sino el Indec."
Le planteé también lo del ascenso de Milani, que hasta para muchos de los nuestros es la peor afrenta contra los derechos humanos que hayamos cometido. Pero mi inquietud no era filosófica, sino operativa. ¿Cómo podía venderlo? ¿Con qué argumentos defendía a un milico acusado de crímenes de lesa humanidad? ¿Cómo rescataba a alguien denunciado por las Madres de Plaza de Mayo de La Rioja y que incluso es cuestionado por el CELS de Horacio Verbitsky? ¿Qué digo, si además tiene una causa por enriquecimiento ilícito? Me contestó con el aplomo, la sabiduría y el pragmatismo de un hombre de Estado. "Hacete el boludo."
La charla llegó hasta donde tenía que llegar, y todo es culpa mía, porque era obvio que el tema en algún momento iba a aparecer. No debería haberme puesto a tiro de un funcionario orgánico como Coqui. Cuando sacó a relucir la cuestión, cambió el tono. "Che, las notas de Hugo Alconada sobre los negocios de Cristina y Néstor con Lázaro nos están matando. Ese pibe tiene mucha información. Andá y hablá con él.
Quiero saber tres cosas: quién le pasó la merca, cuánto más piensa publicar y qué podemos hacer para convencerlo de que se calle. Andá ya mismo: es una orden."
Por supuesto, la cumplí. Dos horas después tenía las respuestas, pero no se las di sin antes ponerlo a Coqui en contexto: Hugo -le dije- es un tipo difícil, extraño; usa traje y corbata, anda en colectivo, labura como loco, es un obsesivo de la precisión, tiene la manía espantosa de chequear todo, es un nerd ..., en fin, no es sencillo entrarle.
Además es abogado, ¿me entendés? Periodista y abogado: de terror. Así y todo, cumplí lo que me pediste y te traigo sus respuestas. La información se la pasaron entre 30 y 40 personas, la mayoría de las cuales, me aclaró, no tienen vinculación entre sí. Ha reunido material para escribir unas 150 notas más, salvo que le tiren nueva merca, en cuyo caso podría llegar a 200. Está agradecidísimo con Lázaro y con los Kirchner por lo poco cuidadosos que han sido. Y dijo que la forma de convencerlo de que no vuelva a decir una palabra es presentarle pruebas de que lo que está publicando no es cierto.
Coqui se enojó. "Me da la impresión de que me estás tomando el pelo", dijo, perdiendo esa compostura con la que cada mañana atiende a la prensa (salvo, claro, su pelea de anteayer con el chico de TN). "Entiendo tu desazón -me defendí-, pero te previne: Hugo es un intratable."
Capitanich (a esa altura había dejado de ser Coqui) redobló la apuesta. Desesperado, impotente, sacó su celular y llamó a Cristina. Y me pasó el teléfono. Tuve que asistir al más destemplado monólogo que jamás le haya oído. Se acordó de mis antepasados y, por supuesto, de los de Hugo. Dio explicaciones sobre los negocios con Lázaro que, por lo nervioso que yo estaba, me resultaron inexplicables. Me amenazó con una tormenta judicial, política y económica. Dijo que el episodio la perturbaba y entristecía sin límites.
Que estábamos poniendo en riesgo lo conseguido en los 10 mejores años de la historia del país. Que esto no iba a quedar así. Que cuidado. Que me preparara para lo peor... Finalmente me dio la palabra. ¿Tenés algo para decir?
-Sí, señora Presidenta. Feliz Navidad.
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