Viernes 20 de diciembre de 2013 | Publicado en edición impresa
Por Fernando Laborda | LA NACION
Tres son las grandes preocupaciones centrales del gobierno de Cristina Kirchner en su última etapa: no ver aún más menguada la caja, seguir imponiendo su relato y garantizar impunidad para sus funcionarios . Por variados motivos, todos esos ejes de su gestión se ven amenazados por la realidad.
Al igual que con las crudas imágenes de los recientes saqueos, el período final del ciclo kirchnerista parece revivir los peores momentos de otros finales caóticos, como aquel de Alfonsín en 1989.
No es el relato oficial lo único que hace agua. La caja también está dañada
El relato oficial hace agua, en tanto el kirchnerismo se jactó siempre de haber construido un Estado fuerte que en las últimas semanas estuvo más ausente que nunca.
Esa ausencia del Estado, que han sufrido desde las víctimas de tragedias ferroviarias hasta quienes fueron blanco de los recientes saqueos y quienes hoy están sin luz ni agua, sólo se puede emparchar con más relato. Por eso el jefe de Gabinete salió a presionar ayer a las distribuidoras Edenor y Edesur, advirtiéndoles que si no se hacían cargo de prestar adecuadamente el servicio, el Gobierno estaría dispuesto a hacerlo. Y con cierto aire de sobreactuación tendiente a complacer a la Presidenta, Capitanich también empezó a ocuparse de arremeter contra el periodismo con particular asiduidad. Pese a su tradicional moderación, el ministro coordinador parece haber asumido la concepción de los kirchneristas más extremos de que si no se va por todo, uno puede quedarse sin nada, como en una guerra.
La idea del discurso oficia l es desterrar la hipótesis de que el Gobierno está pagando hoy el costo de su propia política cortoplacista, cuya preocupación central fue mantener bajas las tarifas de servicios públicos antes que desarrollar las necesarias inversiones en infraestructura para el largo plazo.
La gran inquietud del Gobierno sobre el futuro es garantizarse impunidad
Menos caja supone menos poder. Pero en tanto los gobiernos provinciales sigan contrayendo compromisos impagables, como con los incrementos salariales a las fuerzas policiales, su dependencia financiera del Tesoro Nacional seguirá creciendo. Y Cristina Kirchner cuenta todavía con la billetera del Banco Central y con la que debería estar reservada para los jubilados, junto con la suposición -cada vez menos sólida- de que los mayores costos en materia inflacionaria y de desfinanciamiento del sistema previsional los pagará quien la suceda dentro de dos años.
Por lo pronto, la gran inquietud del actual gobierno sobre el futuro pasa por garantizarse impunidad.
Pocas veces se asistió en tan poco tiempo como en los últimos días a tantas decisiones en ese irrefutable sentido: la suspensión del fiscal José María Campagnoli, quien investigaba causas vinculadas a Lázaro Báez y también a un hermano de la flamante ministra de Seguridad, María Cecilia Rodríguez; la aprobación de una lista de diez conjueces para la Cámara de Casación Penal, integrada mayoritariamente por abogados que defendieron a funcionarios, entre ellos uno de Amado Boudou; el ascenso del general César Milani como parte de una jugada para politizar a las Fuerzas Armadas y, por si esto fuera poco, la insólita solicitud a la Justicia de un cepo informativo para que la prensa no difunda los sospechosos negocios de Lázaro Báez con la familia Kirchner..
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