22/11/2013
Por Elena Valero Narváez
Nuestro país desde 1870 a 1913 creció a tasas más elevadas que la
economía mundial superando a países adelantados europeos, también a Canadá y
Australia. Un orden liberal permitió a los argentinos gozar de una prosperidad
inimaginable.
Sin embargo en la Argentina de la última década se reniega tanto de
la Constitución de 1853 como de las ideas de los hombres que promovieron el progreso y la
institucionalidad del país.
Incentivados por el Gobierno,
pseudo-historiadores, han improvisado una historia que nada tiene que ver con el
pasado real, avalada, también, por una serie de comunicadores, socios en la desvalorización de este período.
Alberdi, Mitre, Sarmiento, Roca, la generación del 80, en general,
es denostada, criticada en pos de revalorizar lo vernáculo, decisivo para entender
nuestro ser nacional.
El Gobierno kirchnerista les responde adjudicándose la defensa de
los derechos humanos de los terroristas, de cuya memoria y proyecto político
se sienten representantes. Todos
rechazan la realidad tal cual es
y la modernidad que esta ligada a la
democracia liberal y capitalista.
Son
socialistas encubiertos en la bandera de la “argentinidad” a la que asocian a
Rosas - caudillo que defendió la
soberanía de la intervención extranjera- y a los indígenas, cabales
representantes de lo autóctono.
Esta visión es coherente con la manera de gobernar: se basa en un
pensamiento que se aleja cada vez más del mundo globalizado, como lo está
haciendo Venezuela, con más prisa.
En desmedro del individualismo que privilegia la libre elección de
las personas, les atrae un
nacional-socialismo, sui
géneris. que requiere sumisión para lograr una sociedad organizada a la
medida de sus deseos. El fracaso de la
“planificación” se comprueba en el
socialismo real, en el fascismo y en todos los populismos pero, se insiste.
En
nombre de la soberanía predican la autarquía industrial –termina siempre, de
facto, en empresas dependientes de favores oficiales- y la antipatía a una vida
de abundancia capitalista donde hay demasiado para consumir.
De la
boca para afuera justiprecian una vida
despojada que, en los hechos, es miserable. No reconocen que las necesidades de
las personas tanto materiales como espirituales
son, y serán, siempre innumerables, lo que cambia son las posibilidades
de satisfacerlas. No necesariamente consumimos un artículo de
lujo. Podemos elegir también un poema, un libro, un CD y tantas otras cosas a
los cuales podemos hoy acceder gracias a la economía capitalista.
Rechazan, al sistema de
producción masiva, resultante de la expansión enorme de los mercados, que
permite a las personas con menos recursos pueder disfrutar de una inmensa
diversidad de bienes a precios muy bajos.
Con políticas dirigistas, quieren
fortalecer y extender al sector público de la economía, debilitar la democracia
con demagogia nacionalista y antiliberal..
Confían en las estatizaciones, a pesar de la disminución galopante
de reservas, aumentando los costos del Estado, por lo que no tienen otro destino
que el déficit y ser portadoras de una enorme corrupción administrativa, como ya
lo están mostrando los resultados.
Como la generación de riqueza se hace imposible pon las exacciones
a las empresa, ahorristas, inversores etc., terminan necesitando capitales
foráneos porque no dejan de incrementar los gastos y la inflación. Como siempre
pasa, éste flagelo disminuye el valor de los salarios, de las jubilaciones,
también la producción y la productividad.
No se
puede, entonces, como quieren, ni siquiera vivir con lo nuestro. Aquí comienzan los
problemas y los malos resultados en las elecciones.
Primo hermano del peronismo ortodoxo, el Kirchnerismo responde,
también, a otros rasgos fascistas: a las actitudes represivas, hacia la prensa y opositores, agrega el fomento del corporativismo fenómeno
que tiende, siempre, a liberarse de los partidos para defender privilegios
sectoriales.
La consecuencia de lastimar la propiedad privada, el mercado, y la
seguridad jurídica, es debilitar las limitaciones al Poder. El Gobierno, de este
modo, eleva los grados de dominio sobre la sociedad, pudiendo evitar que surjan
fuerzas que se le resistan. El resultado es avanzar hacia una dictadura donde la
libertad, espontaneidad, y creatividad, necesarias para poder construir el
propio destino, es imposible. El Estado decide por nosotros cómo será nuestra
vida.
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