jueves, 17 de abril de 2014

Cristina hace el ajuste, pero no baja el gasto







La simpatía de los mercados frente al ajuste del Gobierno comienza a encontrar un límite en la estrategia que adoptó Cristina Kirchner para instalarse en la escena posterior a diciembre de 2015. Los principales dilemas que plantea la vida pública para los próximos 18 meses se inspiran en esa tensión entre lo que esperan de la economía los hombres de negocios y lo que la Presidenta pretende de la política.

Quienes deciden inversiones se debaten alrededor del mismo interrogante: ¿cuándo empieza el espectáculo? Es decir, ¿el giro de la Argentina hacia el mercado comenzó con las disposiciones ortodoxas de Juan Carlos Fábrega en el Banco Central? ¿O todavía hay que esperar hasta 2016, cuando haya otro presidente? La incógnita es laboriosa. No admite una respuesta unívoca. Allí radica su interés. Y por eso es relevante comprenderla.

A los motivos ya conocidos del entusiasmo financiero hay que agregar el éxito de la última colocación internacional de YPF: tomó US$ 1000 millones , pero le ofrecieron 5000. Se presentaron 300 inversores. Y el costo fue 8,75% a diez años, es decir, inferior al que pagó en diciembre pasado.

Los expertos en finanzas se apoyan en el caso YPF para plantear una cuestión general: ¿por qué el Tesoro debería financiarse a una tasa más cara, cuando las petroleras estatales suelen pagar 100 puntos básicos por encima del fisco? En otros términos: ¿por qué la Argentina, si lo hiciera, tomaría dólares al 11 y no al 7,75%?

Los especialistas explican que prestar al Tesoro es más riesgoso que prestar a YPF porque es muy incierto lo que sucederá con la economía entre octubre, cuando termine de liquidarse la cosecha, y abril de 2015, cuando esa oferta de divisas reaparezca. La expectativa del mercado es que el Gobierno diseñe para ese intervalo un plan contra la inflación.

La clave del problema está en que el gasto público, que aumenta más del 40% interanual, determina enormes dificultades de financiamiento.

El volumen de reservas del Banco Central dejó de inspirar temor. La demanda de dólares caerá en el segundo semestre. La cuenta de turismo se redujo a la mitad. Fábrega está limitando en un 20% los requerimientos de las automotrices, con obvios efectos recesivos. Y sobre los importadores de Tierra del Fuego también hay restricciones. El problema irreductible es la importación de energía, que en el primer trimestre aumentó 18% respecto del mismo período de 2013. Aunque el tarifazo debería bajar el consumo.

A partir de esta pasable mejora en la situación del Central, los inversores esperan que el Gobierno complete un plan para llegar a diciembre de 2015. Ese puente supone recurrir al crédito internacional para que el déficit no tenga que cubrirse con más emisión, lo que determina más inflación y un nuevo retraso cambiario. Pero esa vía exige algunos requisitos. La Argentina debería, en principio, evitar el default técnico que se produciría si quedaran firmes las sentencias de los tribunales de Nueva York a favor de los holdouts.

El escenario ideal es que la Corte norteamericana tome el caso, pero postergue su tratamiento más allá de diciembre de este año. El gobierno de Barack Obama mira con simpatía esta solución, pero no puede confesarlo: Paul Singer, el titular del fondo Elliot, se ha movido con gran habilidad en el Congreso de su país para transformar en un escándalo cualquier ayuda al kirchnerismo. Sobre todo después del acuerdo con Irán.

Sin embargo, es muy probable que la presentación de México ante la Corte como amicus curiae a favor de la Argentina haya sido promovida por el Tesoro norteamericano. Pero los holdouts también tienen sus "amici": el demócrata Robert Menéndez, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, envió una carta al embajador mexicano en Washington, Eduardo Medina Mora, quejándose por la presentación y sugiriendo que estuvo motivada por alguna corruptela. El influyente Singer tiene en México viejos enemigos.

La mayoría de los inversores considera que, además de evitar la sanción de la justicia norteamericana, el Gobierno debería canjear por deuda nueva el Boden 2015, por el que habrá que pagar US$ 6000 millones el 3 de octubre del año próximo. También habría que esperar que sobre la economía nacional no caiga un meteorito inesperado.

 Por ejemplo, que la crisis ucraniana no dispare el precio internacional de los combustibles. Es lo que aterra a los líderes financieros en Londres y Nueva York.

Mercado y política

Aunque se cumplan estas condiciones, para solventar su déficit en el mercado, y no con más emisión, el Gobierno debería dar una señal antiinflacionaria reduciendo el gasto. Aquí es donde las entusiastas ensoñaciones de empresarios y banqueros se cruzan con las estrategias políticas de la Presidenta.

La señora de Kirchner ha subordinado todas sus decisiones a un objetivo: despedirse del Gobierno con el mayor monto de poder posible. Es decir, conservar una base electoral e institucional -parlamentaria, judicial, mediática- que le permita seguir siendo determinante en el proceso público de los próximos años. Para alcanzar ese propósito, pretende preservar su identidad, es decir, mantenerse en el cuadrante populista en el que está inscripta desde el año 2003.

Este programa implica dos prioridades. Primera: postergar hasta último momento la discusión sucesoria dentro del PJ. Es en lo que estaba pensando la Presidenta cuando prefirió a Gerardo Zamora como presidente del Senado, en lugar de Miguel Pichetto, el candidato de Daniel Scioli. Es lo que logró Carlos Zannini cuando abortó la reunión de gobernadores convocada por Scioli a través de José Luis Gioja. Y es lo que se propusieron ayer Julio De Vido y José López al advertir a un grupo de intendentes bonaerenses que las opciones electorales para el año 2015 deben postergarse hasta el año 2015. Acertijo: ¿quién lanzó, horas antes de esa reunión, la versión de que De Vido cayó en desgracia con su jefa? Tres opciones: ¿Scioli, Scioli o Scioli?

La otra prioridad de Cristina Kirchner para cumplir con su programa es mantener el nivel de gasto público. Aquí radica el conflicto entre ella y el mercado. Para el kirchnerismo no se puede hacer política sin Estado. No hay poder sin caja. En un homenaje póstumo a Laclau, la Presidenta ajusta para aumentar ingresos, no para reducir gastos. Ajusta a la sociedad, no al Gobierno. Y esto le permite hacer creer a su feligresía que no ajusta: redistribuye rentas.

La apuesta es equivocada. Pero no es irracional. El Gobierno supone que evitará una recesión con instrumentos fiscales. Mira los próximos 18 meses con el espejo retrovisor, aguardando la prodigiosa recuperación de 2009-2010, que, en un contexto internacional muy diverso, lo coronó con el 54%. Y un detalle clave: supone que, impedidos los bancos de atesorar dólares por encima del 30% de su patrimonio, puede congelar el tipo de cambio sin producir otra corrida.

Estas ideas explican el fracaso de Axel Kicillof, quien llevó a Washington una comitiva que, de tan numerosa, se hubiera correspondido con un éxito. El Fondo pide a Kicillof cumplir con una agenda que para la Presidenta resulta inadmisible. La negativa no proviene tanto de un enfoque ideológico como de un cálculo político. Si ella llevara adelante la racionalización con que sueñan los mercados, no sólo deformaría su figura. Dejaría al próximo gobierno una economía al borde del despegue. Su sucesor no sería el abnegado promotor de un ajuste, sino el protagonista de una formidable recuperación. Para que se entienda mejor: Cristina Kirchner no quiere cumplir frente al próximo gobierno el rol que Eduardo Duhalde cumplió para el de Kirchner.

El camino elegido esconde, sin embargo, una paradoja. La estrategia de evitar un enfriamiento exagerando el gasto público es la mejor forma de alcanzar la recesión. Sencillo: los dólares que no se tomen en el mercado no provendrán de un salto exportador, sino de una reducción dramática de las importaciones. De modo que la Presidenta puede agravar, como le sucede casi siempre, lo que pretende evitar: destrucción de empleo. Sería letal: según todas las encuestas, lo que los votantes más aprecian de ella es la creación de puestos de trabajo.

Tampoco en el mercado las opciones son tan nítidas. Kicillof se reunió en Washington, a puertas cerradas, con ejecutivos de importantes compañías de agroindustria, energía, finanzas y tecnología. Casi todos salieron con la sensación de que para ver un cambio habrá que esperar 18 meses, que es mucho tiempo. Pero, como ese cambio parece inexorable, para aprovechar los buenos precios conviene tomar riesgo desde ahora. Es entonces, cuando la codicia vence a la prudencia, que los 18 meses parecen un suspiro.

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