sábado, 8 de febrero de 2014

El show de los pingüinos





febrero 8, 2014
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 “Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos”, José Ingenieros.
 Merecemos la nacionalidad en tanto y en cuanto no consintamos las injusticias reiteradas de los políticos.

Ese merecimiento se sustenta en premisas que nadie, como ciudadano, puede admitir que les sean cercenadas. Esas premisas parten desde la dignidad, el respeto, la consideración, el orgullo, la fortaleza, la humildad, la laboriosidad, la nobleza, el orden, la perseverancia, la responsabilidad y el amor a su familia y a la Patria.

En síntesis, la dignidad, primer valor que sostiene al ciudadano indica la medida del respeto que tenemos sobre nosotros mismos. Cualquiera que se sienta ciudadano de un país, no puede permitir que el gobierno le falte el respeto y le cercene su dignidad personal.

Si lo hace, no puede decir luego, que el Poder del Estado o del Gobierno, le ha pasado por encima, porque eso es lo que el ciudadano nunca debe permitir y debe defender a como dé lugar.

El gobierno de la reina Cristina, descarnado y brutal, se parece más al de Elisa o Dido, la reina de Cartago ciudad que, por esta temible mujer, se convirtió en enemiga jurada de Roma, cuyo primer monarca fue Cayo Julio César Augusto, de quien aquella mujer se había enamorado y que nunca fue correspondida, según lo narra una de las versiones que conocemos.

Dice el poeta Virgilio, que Roma tenía “un pasado brillante en el que todos los dioses del Olimpo intervinieron”. Tal era el poder de Roma que Elisa -mujer astuta, impresionante carácter y belleza, pero mujer al fin- se enamoró de Augusto, mas no fue correspondida lo que motivó, como era lógico, que del amor pasara al odio, y de allí al suicidio. Aquí seguro que esto no pasará nunca.

Elisa era “semejante a Diana, quien en la orilla del Eurotas o en las crestas del Cinto -como también rescatamos de la Historia- “guiaba a mil ninfas oréades que bailaban en torno a ella…” En derredor de nuestra Cristina también -como parte de su Show mediático en blanco y negro-, bailan los miembros de su séquito de camporistas, de ministros, de empresarios cómplices, de acólitos y aplaudidores profesionales, como a ella le gusta. Todos bailan con el ritmo que ELLA impone -aunque sea siniestro- sin vergüenza ninguna y se sacuden como locos por obligación, como los flamencos en el baile de las víboras (*).

Los argentinos tenemos a nuestra diosa Elisa, a nuestra Dido, que no cesa de jactarse de su fortuna, de su dudoso título y que jamás piensa en los pobres sino y sólo cuando amerita la situación, justificando su devoción por el dinero que amasó y sigue el Show… como “abogada” exitosa que supone ser.

Aquí, la reina es Cristina, mujer que nunca llegará a parecerse, siquiera, a su homónima, la reina Cristina de Suecia, una de las monarcas más destacadas de la historia del país escandinavo que sólo gobernó 4 años y nunca pensó perpetuarse en el reinado. No se parece en nada a nuestra reina Cristina que ya lleva 10, aunque estemos agotados de verla, de oírla y de saber que todavía sigue estando para dañar.

Ambas reinas sólo se parecen en que las dos eran mujeres, por lo demás son diametralmente opuestas.

Cristina de Suecia era recta, responsable, inteligente y llevó la corona por poco tiempo con dignidad y resolución. Nuestra Cristina, a diferencia, cree que es inmortal, no lleva el cetro con dignidad y humildad, no es inteligente ni siquiera para el mal. 

Todo lo hace como le sale y así todo lo destruye. Es más, si no se cruza con una aplanadora alguna vez, muchos chicos de hoy llegarán a viejos y se irán de este mundo con nuestra reina Cristina en el gobierno dado el grado de locura que la ata al ejercicio del Poder.

A Cristina, la nuestra, le tenemos que tolerar las cadenas nacionales -compartidas ahora con el “brillante” Jorge Capitanich (el hombre que dijo que con el trigo se hace la harina y con la harina se hace el pan, célebre elucubración de corte netamente científico); también le tenemos que tolerar todos sus nombres, porque, alguien que la conoce bien ha dicho -pícaro él- que la reina de la bailanta se llamaría CRISTINA WILHELM, o Cristina Fernández, y que no sería ni siquiera abogada, con lo cual debe decir adiós al éxito, con el que nos sigue mintiendo in eternum.

El gobierno de Cristina Fernández, es un gobierno que baila en tiempo de broma macabra, porque la reina de la bailanta tiene un cuerpo de baile solidario que la acompaña sin chistar aunque cambie a algunos bailarines, de vez en cuando. En realidad, lo decimos con finura porque estos son los aplaudidores baratos de una mujer enferma de poder y ellos forman parte del Circo en que se ha convertido este régimen en la Argentina.

Todos ríen, todos festejan no sabemos qué y todos cantan sin parar, acompañados por la guitarra electrónica del vicepresidente de la república que ha debido cambiar el rock por la cumbia.

La dignidad, de la cual hablábamos al comienzo, se acaba cuando emerge la jactancia, el orgullo desmedido, cuando aparece la estupidez de la “abogada exitosa” con la cual intentó “comprar” a los chicos de Harvard, como compró a los muchachos ingenuos que integran la Cámpora.

Este gobierno se queja del periodismo que la critica, pero son tanto los hechos delictivos que protagonizaron Néstor Kirchner y la reina Cristina, que no alcanzarían otros 40 programas de Jorge Lanata para ir sabiendo, uno a uno, el resto de las andanzas de Bonnie and Clyde por el gobierno argentino.

Se robaron el dinero en dólares y euros en bolsas, las que escondieron entre gallos y medianoche, a escondidas de la gente que los votó a los cuáles han traicionado y de los cuales se han burlado descaradamente.

Han creado nuevos ricos que estafan a la Nación y cuya fortuna salió de las arcas del Estado, ese Estado ladrón, corrupto y vengativo que todos conocemos, que vive de nuestros sacrificios y privaciones, y del que se apropiaron como si fuera ya de su patrimonio personal.

Las maniobras con el dólar, el cepo encubierto, el escondrijo en el Calafate (habrá sido en Calafate?), los días de descanso para distraer la atención en las islas Seychelles, la cantidad interminable de empresas argentinas creadas en Panamá, la complicidad de apellidos importantes del teatro, el cine y la radio que recibieron dádivas del estado opresor y cobarde porque todo lo hace a escondidas y agazapado, son todos signos de que han llegado al Poder para eliminar a la Argentina, a su gente, a sus instituciones y entregar a quien reservadamente corresponda (nunca al pueblo argentino) los bienes de la Nación.

En algún medio internacional, también se dice que el escudo que la podría proteger a Cristina en un futuro, sería la súper organización masónica Club Bilderberg, uno de los organismos más poderosos del mundo. Esos que pululan por el mundo cuya metodología filosófica es detentar el Poder universal y concentrar el dinero de todos. También se dice que, Cristina sería su cara visible en la Argentina con el séquito de ineptos que la acompañan, incluso, algunos de ellos, de buena fe.

El Club Bilderberg es una institución económica y política de enorme predicamento en el mundo, fundada en 1954 en la localidad holandesa de Oostedbeck. Sus principales integrantes son los Rockefeller, los Carnegie, los Lazard, los Warburg, George Soros, los Rothschild y naturalmente los de la banca Kuhn, Loeb & Co, entre muchos otros.

Si ello es así, puede verse que la intromisión de este Club en el mundo es infinita y ha logrado cosas prácticamente imposibles, como el nombramiento de casi todos los presidentes de EEUU.

Con mucho fundamento, por cierto, se dice -entre pequeños grupos de entendidos, en nuestro país y alrededores-, que la presidenta argentina, obedece también a las directivas del mencionado Club. La Argentina, por el momento, es un bien muy apetecible al que le falta sólo que esta mujer no pueda seguir con el desgobierno que dice presidir para que nos posean.

Mientras tanto, a los argentinos les pedimos mucha prudencia, cuidado con los números puestos, cuidado con los que dicen estar en contra de la presidenta, en tanto no la enfrenten claramente y rompan la hegemonía de su estructura maléfica.

El show de los pingüinos, mientras tanto, sigue sin visos de cambiar. No aparecerán las víboras para castigar a los flamencos, como en el cuento. Es más, cada día que pasa nos quedan menos reservas, el cepo cambiario ha cambiado para no cambiar, las restricciones al comercio y a la industria es más férrea, el campo está cada vez más apretado, la producción de bienes está diariamente en declinación, mientras el gobierno sigue deambulando en el mar del infortunio por culpa de su propia incompetencia y abandonándonos -a propios y extraños-, planeando en el abismo.

Hoy se ven decenas de niños y jóvenes cartoneando como única salida laboral, o los sentimos cuando nos apuntan con un arma o los vemos tirados en las calles drogados y abandonados por la mano de un desgobierno que nos ha venido a destruir y a entregar atados de pies y manos. Chicos y jóvenes que debieran estar en las escuelas adquiriendo educación y cultura, están olvidados de los planes del gobierno, a menos que formen parte de La Cámpora donde muchos jóvenes y adultos, ganan un sueldo sin trabajar.

El Estado nos miente diciendo una cosa y haciendo otra a escondidas; se nos burla, nos engaña como a la costurerita que dio el mal paso. Estamos todos metidos en este burdel en que ELLA y sus pandilleros del Far West han convertido a la Argentina. ELLA y el séquito de pingüinos insípidos y repulsivos que con prepotencia, nos imponen una manera de vivir opresiva, nada digna de un pueblo manso y pacífico que quiere seguir adelante, siempre con fe, siempre con esperanza y trabajando como puede, mientras el Gobierno, la presidenta, los funcionarios del Estados y otros etcéteras, hacen que nuestros esfuerzos y nuestros dineros, cambien de dueño todos los días.

La inflación nos está deglutiendo con la facilidad de un Minotauro, como castigo porque somos argentinos y no vendrá PEGASO para asistirnos.

Ya no hay sueldo que alcance, mientras un ignoto secretario de Comercio, digno alumno de su maestro, diga con cara de idiota que “no hay razones para aumentar los sueldos”. Que sepa este funcionario que no hay razones para que él esté en el cargo que ocupa sólo para decir estupideces y aproveche para tomarle el pelo a la gente, ni al que trabaja ni para el jubilado que se muere de hambre en todos los idiomas.

El joven y apuesto funcionario no está abandonado como los trabajadores, tampoco gana lo que un empleado que se inicia y tiene familia, que no gana lo que un maestro recibe por mes, ni como el 70 % del pueblo argentino se priva todos los días de algo necesario, mientras la Bruja Mayor de Buenos Aires, la reina Cristina, escapa a la verdad, ocultándose de sus males en el Calafate y recientemente en Cuba 5 días antes de la Cumbre de la CELAC, para no dar explicaciones de nada por dos razones: 
1) porque no sabe qué está pasando y tampoco tiene soluciones para nada, y 2) porque es una incapaz que durante 10 años sólo se ha dedicado a hacerse la bonita, la “abogada exitosa” y a meter la mano en la lata. ¿A qué fue 5 días antes del comienzo de la Cumbre a Cuba? ¿No obedecerá a algún tema relacionado con su salud? ¿Por qué se oculta y pone para hablar con el periodismo a un monigote que tiene todas las apariencias de un pato criollo? La verdad sigue oculta.

Mientras tanto, el Show de los pingüinos sigue brincando la danza maléfica y frenética de la entrega y la destrucción de la Argentina.

Un día tendrán que bailar los pingüinos con la música que el pueblo les imponga.
Pero, les recordamos a nuestros lectores que ya no cabe el concepto que toda protesta es pacífica, que somos todos buenitos, que somos todos ingenuos, estúpidos e indolentes. Alguna vez nos tenemos que enojar. Y que quede bien claro que ya no sirven más los cacerolazos. Recordemos que los grandes cambios, que las grandes revoluciones populares no nacieron en los pasillos de las Casa de Gobierno, donde están los miembros del Poder. Las grandes revoluciones siempre nacieron en las calles y las concreta el único que tiene el verdadero poder de la democracia para hacerla: el pueblo.

* Alusión al Cuento “Las medias de los flamencos” de Horacio Quiroga.


Director periodístico de radiomercosur.com

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