miércoles, 22 de enero de 2014

SI UN SOLO OBISPO CUMPLIERA CON SU DEBER LA SITUACIÓN CAMBIARÍA PARA BIEN


22 de Enero del año 2014 - 1221


Los obispos son los maestros y los guías de los católicos, deben cuidar de la salvación de sus almas y luchar contra el error y la injusticia. Son los sucesores de los Apóstoles y tienen todos los poderes necesarios para cumplir con esa misión que el mismo Redentor les encomendó. Pueden enseñar la verdad, refutar el error, premiar la virtud, incentivar el bien, condenar el vicio y el pecado público y algunos más graves pueden penarlos con la excomunión. 

No basta que sean piadosos en sus vidas personales, aunque obviamente deben serlo, sino que tienen una misión pública inmediatamente relacionada con el bien común del pueblo fiel. 

Pueden y deben publicar "Pastorales" condenando los errores vigentes, las injusticias de los gobernantes, las costumbres inmorales. Deben recorrer sus diócesis y mirar hacia todo el país continuamente para enterarse de cual es la situación del clero y de los católicos, la actividad hostil de los enemigos y como consecuencia de lo que así averigüen deben condenar a los malos y apoyar a los buenos, ayudándolos en todo lo que les sea posible. 

Deben enterarse de toda injusticia oyendo los reclamos hasta del más ínfimo de los hombres y exigir la reparación debida. Deben auxiliar a los pobres y a los débiles con todas sus fuerzas episcopales. Jamás deben transar con los enemigos de la Fe ni hacer o decir algo que pueda confundir a los católicos fomentando ideas falsas. Debe abrazar toda causa justa y nunca abandonarla alegando "prudencia". La prudencia consiste en buscar los medios para promover las buenas causas, no en dejar crecer el mal sin oponerse con todo su poder alegando una falsa prudencia. 

No basta con hacer esto de vez en cuando. Deben hacerlo todo el tiempo reservando sólo el indispensable para su descanso. Si no lo hacen, todas las inmoralidades, todos los errores que se cometan y difundan en su diócesis y en todo el país, ya que sus cuidados no se limitan a su diócesis sino a la Iglesia entera, deberán rendir cuentas a Dios el día de su Juicio particular y públicamente en el Juicio Final. 

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Estas son algunas nociones elementales que cualquier católico tiene sobre lo que es un Obispo. Debo decir con mucho dolor que no conozco ningún Obispo que cumpla con estos deberes ni siquiera remotamente. Lo más que se oye de ellos son condenas globales al "narcotráfico", a la "corrupción"; loas a la "democracia" (sin condenar el fraude ni la escandalosa usurpación del poder por una "dirigencia" corrupta e inepta); lamentaciones por la situación de los pobres (pero no de los débiles que no sean enteramente pobres, es decir, de todos aquellos que no son millonarios con amigos en el poder político) o bien sesudas y abstractas disquisiciones filosóficas que no tienen sino una relación remota y casi imperceptible con la gravísima situación en que vive el pueblo argentino y los enormes peligros que lo rodean. 

A pesar de habérsele rogado al Episcopado en pleno hace ya varios meses, mediante un petitorio firmado por más de 2.000 abogados que exijan la liberación de los secuestrados políticos, entre ellos uno o dos sacerdotes, víctimas de falsos procesos judiciales presididos por jueces prevaricadores, no lo han hecho jamás, siendo que a esos 1.000 secuestrados ya deben sumarse más de 200 muertos por acción u omisión de la tiranía. 

Tampoco han dicho ni una palabra sobre el auge de la delincuencia y la indefensión de la gente, desarmada por los políticos que al mismo tiempo desalientan a la Policía en su tarea de perseguir a los malvivientes. Todos los días hay varios asesinatos cometidos por esas fieras humanas que matan por el puro gusto de matar. 

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Habrá quienes digan que hay excepciones. He oído muchas veces incluir entre las excepciones a Monseñor Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata. Sin embargo, no es así. El 30 de Noviembre del 2012, en el número 1143 de este periódico, comenté como Mons. Aguer no fue capaz de ayudar a los pocos valientes que defendieron su catedral de ser profanada por una piara de canallas abortistas. Y eso que la curia, en donde está su "oficina" está a menos de 100 metros del lugar de los hechos. Sus ocasionales vagidos de buena doctrina no alcanzan ni para empezar frente a la gravedad de la situación, si tenemos en cuenta la enormidad de sus poderes y recursos como Obispo de la Santa Romana Iglesia. 

Ahora, cuando la argentina está bajo una tiranía marxista-peronista y corre un peligro serio de ser convertida en un Estado comunista, Mons. Aguer publica un artículo en "La Nación" del 21/1/2014 titulado: "La política reclama prudencia y honestidad".  El texto es una abstrusa elucubración para mostrar cuán conveniente es que los gobernantes y los gobernados sean prudentes y honestos. ¿No sabe Monseñor que estos tiranos no pueden practicar jamás la prudencia porque son inmorales en todos los sentidos de la palabra? ¿A qué viene eso de exhortarlos a la prudencia? ¿No sabe que no se le puede pedir peras al olmo? 

Dice Monseñor que sino es por la prudencia de los gobernantes y de los gobernados, no será posible ni la concordia ni la justicia y tendremos una democracia en la que no se podrá confiar en que los candidatos mantengan sus promesas. Parece olvidarse que las promesas del kirchnerismo, basadas en las ideas del marxismo, están siendo cumplidas al pie de la letra, para nuestra desgracia. La Sra. Kirchner ha resumido esas intenciones en su famoso: "¡Vamos por todo!". El catolicismo está siendo perseguido, pero para satisfacción del Arzobispo, tendríamos democracia porque las promesas electorales están siendo cumplidas, y eso eso para él algo positivo. 

Esta elucubración de Mons. Aguer podría haber sido escrito para la Atenas de la Antigüedad, para Zimbabwe, para Venezuela o para cualquier otro país, tan aérea y ausente es con respecto a la dramática realidad argentina. 

Parece que el ilustre prelado no se ha enterado de todo lo que está pasando aquí, todas las inmoralidades que se convierten en leyes, todos los marxistas que hay en el poder algunos de ellos ex-guerrilleros asesinos, todos ladrones, que se burlan de la moral y de la Justicia y que nos van llevando hacia la implantación de un Estado comunista. No parecen importarle las víctimas de la delincuencia, el caos social con piquetes y huelgas salvajes, el desenfreno sexual de la juventud y de los no tan jóvenes, la usurpación del poder por la "dirigencia" corrupta e inepta, la nefasta influencia de la prensa hablada y escrita, de la inexistencia de un Poder Judicial digno de ese nombre, del dominio de los modernistas-progresistas en todos los ambientes católicos, con la consiguiente extinción de la Fe, etc. etc. etc. 

Ni una sola Pastoral ha salido de su docta pluma sobre estos asuntos ni sobre los otros muchos que están en el orden de la Moral y de la Fe. Sólo tiene (o tenía), una vez por semana, un programa de TV cable en el que diserta frívolamente sobre cualquier tema con cualquier interlocutor. 

Su artículo del 21/1/2014 es escandaloso si se recuerda que su autor es un Arzobispo, de los más importantes de la argentina y en uno de sus momentos más dramáticos. Dicho sea esto sin perjuicio del respeto que le debo como Arzobispo de la Santa Iglesia Católica , y precisamente por eso. Además, porque en el plano político, que es el nuestro, los laicos sufrimos la ausencia de un Episcopado fiel y es importante que los "buenos patriotas" que lo exceptúan de esa deserción general de los Prelados, dejen de creer que Mons. Aguer es un nuevo San Atanasio. Ese sinceramiento tiene una inmensa relevancia en el plano cívico y me corresponde decirlo como laico católico, aunque no pertenezca a la Iglesia docente. 

Si un solo Obispo cumpliera totalmente con su deber, la situación social, política y económica cambiaría enormemente, y para bien. La reacción del pueblo argentino, que en su inmensa mayoría sigue siendo católico, sería enorme y los tiranos temblarían. Tal vez sea el comienzo de la recuperación de la patria. 

Cosme Beccar Varela

La presente nota del Dr. C osme Beccar Varela, es publicada en La Misère Porc, por gentileza de su autor.

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