06/01/2014|
18:54
Pedido unánime a Kicillof: Que baje el consumo público para que afloje la inflación
El acuerdo de precios no detendrá la inflación. Es
un engaño de Axel Kicillof para intentar pasar el verano confundiendo a
los consumidores, echando luego culpas a los empresarios y justificando
lo injustificable: la demora en el ajuste imprescindible. "Los cortes en
el suministro eléctrico, la inflación y la pérdida de reservas son
manifestaciones de profundos desequilibrios macroeconómicos. Ni la
crisis energética se resolverá aplicando multas a las empresas
eléctricas, ni la inflación se detendrá anunciando acuerdos de precios,
ni se recuperarán reservas desalentando los viajes al exterior. El paso
fundamental es restablecer el equilibrio macroeconómico deteniendo el
exacerbado crecimiento del consumo público liderado por los subsidios
económicos y el empleo público redundante", explicó el Instituto para el
Desarrollo Social Argentino en su 1er. informe del muy difícil 2014 que
ha comenzado.
Axel Kicillof, hasta ahora sólo el heredero de Guillermo Moreno (por eso el bigote aplicado).
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Idesa).
La ola de calor amainó y la actividad económica disminuyó –por asuetos,
feriados y vacaciones– pero el servicio eléctrico sigue sin
normalizarse. Mientras tanto la inflación sigue en niveles elevados y
crecientes, y la suba del dólar paralelo no se detiene. Frente a esta
profundización de viejos problemas, el diagnóstico oficial no cambia.
Ante la grave crisis energética, se anuncian multas a las empresas
distribuidoras y amenazas de estatización. Ante la elevada inflación, se
anuncian acuerdos de precios. Ante la pérdida de reservas, se suman
nuevas trabas a las compras en el exterior.
Una visión alternativa
es considerar estos problemas como manifestaciones de severos desajustes
macroeconómicos. En concreto, advertir que el crecimiento de la demanda
agregada (la suma del consumo público, consumo privado, inversiones y
exportaciones) es inconsistente con la evolución de la oferta agregada
(integrada por el total de bienes y servicios producidos en el país –el
PBI– más las importaciones).
Según información
oficial del Ministerio del Economía, la demanda agregada creció entre
los años 2007 y 2013 a razón de 22,3% anual, muy por encima del 6,2%
promedio anual que aumentó la oferta agregada. Este crecimiento de la
demanda agregada se descompone de la siguiente manera:
> Las exportaciones crecieron al 18,1% y las inversiones al 21,8% promedio anual.
> El consumo privado de las familias creció al 22,2% por año.
> El consumo del Estado creció a razón de 29,3% por año.
Estos datos muestran que el crecimiento en la demanda agregada en los últimos 6 años está liderado por el consumo público,
cuya expansión se aproxima al 30% anual. En la visión oficial, este
fenómeno tiene una connotación positiva porque se lo plantea como una
estrategia de tipo keynesiana, en el sentido de que la
aceleración en la expansión del gasto público estimula la producción.
Salvando las distancias se lo asimila a las políticas de estímulo que
viene practicando en los últimos años USA.
El error de diagnóstico es que las estrategias de tipo keynesianas
tienen lógica en un contexto de elevada capacidad ociosa (alto
desempleo, exceso de inversión). Bajo estas particulares condiciones
(que se dieron en USA luego de la crisis del 2008 y en la Argentina con
la crisis del 2002) resulta pertinente estimular la demanda tratando de
lograr un mejor aprovechamiento de la capacidad productiva disponible. Pero superada la instancia de crisis, mantener la expansión del gasto público fatalmente produce inflación. Más grave aún es que el crecimiento vertiginoso del consumo público se hace a costa de sacrificar
inversiones (tales como las que se necesitan para evitar los cortes en
el suministro eléctrico) y del deterioro en la capacidad exportadora (lo
que explica la paradoja de que haya pérdidas de reserva cuando los
precios internacionales siguen siendo inéditamente altos).
Resulta imprescindible corregir el exceso de consumo interno liderado por el sector público.
Las manifestaciones de los profundos desequilibrios macroeconómicos así
lo demuestran. Aunque esto tenga, en la retórica política, las
connotaciones negativas de un “ajuste”, mucho más costoso desde
el punto de vista social es seguir apostando a superar el colapso
energético vía multas a las empresas o aspirar a morigerar la inflación
firmando acuerdos de precios, o pretender detener la caída de reservas
desalentando los viajes al exterior. Estas medidas y otras de similares
características son, en el mejor de los casos, mero voluntarismo.
El “ajuste”, entendido como
la corrección de los desequilibrios generados por la expansión de los
subsidios económicos y el empleo público redundante, es inevitable. Sólo
queda por definir cómo y cuándo se lo aplica. Si se lo hace de
manera rápida y profesional, no sería socialmente muy costoso y podría
ser la oportunidad para generar una senda de progreso sostenido. Pero si
se sigue demorando con planteos evasivos y discursos hipócritas, los
costos sociales, como ocurrió en experiencias pasadas, serán enormes.

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