sábado, 21 de marzo de 2020

La columna de los sábados

Clarín


21/03/2020 


La soledad, la cuarentena, el miedo, la psicosis y la resistencia



Fue tranquilizador ver al Presidente junto a propios y opositores, al anunciar la cuarentena. El virus existe, enferma y mata. No sabemos cuánta potencia letal podría depararnos.



Primer día de cuarentena total en Buenos Aires. Una
chica pasea su perro por un pasaje Palermo Soho.
(Fernando de la Orden)




  Miguel Wiñazki



Como un torbellino apremiante abatiendo fronteras, desechando toda certeza, escondido en cualquier sitio, ínfimo y mundial, el virus cambió la historia. Estamos solos. Sorprendidos. Diferentes. Temerosos y agradecidos. El aplauso a los médicos y a las enfermeras fue tan vibrante como genuino. Fue una plegaria también. Fue una emoción conjunta que late en el temor y también en una cuasi unanimidad respecto de la gravedad de la hora.

La tierra está suspendida.

No es la primer epidemia que nos azota. La fiebre amarilla se declaró en Buenos Aires el 27 de enero de 1871. Entonces, los preparativos del carnaval ya alborotaban a San Telmo y la muerte se ocultaba tras las máscaras. Tres hombres habían fallecido por la fiebre, y hubo tres médicos que denunciaron el brote ante la Comisión Municipal, pero las autoridades prefirieron soslayar el dato y suponer que no había epidemia. El carnaval era efectivamente inminente y la verdad no debía arruinar la fiesta. Los doctores Luis Tamini, Santiago Larrosa y Leopoldo Montes de Oca coincidieron y dictaminaron la epidemia. Pero no les hicieron caso. Después fue tarde y la muerte llegó en procesión.

Siempre es igual. El carnaval del mundo demora en detenerse y la avanzada microbiológica capitaliza esa costumbre tan humana de negar al mal, aún cuando el diablo nos tenga ya tomados por el cuello.

Nadie está totalmente a salvo, pero hay quienes se sienten excepcionales: Su Majestad vuelve de Cuba con su hija ya sanada, ambas envueltas en la armadura invisible pero patente de la impunidad. El conductor televisivo espectacular y artista del hambre partió a la Patagonia raudo y al margen de las penurias y de la lucha.

Pero el virus no respeta altanerías ni fueros, ni privilegios y avanza contra cualquiera.

Pese a todo fue tranquilizador observar en escena al presidente dictaminando la cuarentena junto a propios y a opositores.

Los dramas no se resuelven activando las diferencias sino las coincidencias esenciales.

Hay una profundidad en todo ésto. Un declive de la frivolidad. Y una evaluación muy negativa de todos los delirantes. El joven protegido del Papa que lideró una manifestación muy violenta en Buenos Aires quedó deschavado en esa desubicación radical, en un anacronismo, depositado por su propia cuenta en el alucinado planeta de los que no entienden nada.

Todo es inédito aunque hubo muchas pestes en el mundo. No ha habido otro momento de la historia en la que tantos miles de millones de personas hubieran coincidido ante un mismo drama.

Aquí y allá y en todos partes la cuarentena es asumida y concebida como un mal menor, como un camino hacia la curación.

La distancia social no abre necesariamente el camino al desamparo. Es una distancia que nos aproxima a todos por senderos paradójicos y solidarios.

El encierro abre puertas diferentes entre los unos y los otros.

Hay un caos que se conjura en una unidad global, en una sincronía extraña y aparentemente muy efectiva. Se trata de detener toda travesía.

La vida cotidiana puertas adentro no nos cura del todo. Hay alta preocupación por la economía, y por lo que sigue.

Los comercios cerrados, los cuentapropistas paralizados, las millones de personas que mueven la economía informal sufren doble: la enfermedad acechante y los bolsillos enteramente vacíos.

Continúan empecinados ciertos teóricos en afirmar que “el mundo ha caído en una fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus”. Consideran que todo éste fenómeno obedece a un ardid siniestro del capitalismo para liquidar toda vida social y comunitaria.

Ningún sanitarista coincide con este diagnóstico. El virus es invisible pero existe y enferma y mata. Y no sabemos cuánta potencia letal podría depararnos de ahora en más. La enfermedad no se detiene ante los relatos progresistas.

El miedo tiene fundamentos.

¿Hay psicosis? Sí. ¿Hay que atenuar la psicosis? Sí.

¿Hay que despreciar al virus?

No.

Hay circunstancias terribles de la vida. Acontecen. Suceden muchas veces de manera imprevista y azotadora.

Hay estremecimientos colectivos. Padecimientos conjuntos. Accidentes insólitos y masivos de la existencia.

Enigmas acuciantes que provienen de una dimensión invisible y agresiva.

El virus se enfoca en organismos comunitarios debilitados que pueden parecer rozagantes: no se detiene ante el así llamado Primer Mundo.

Pero tampoco se apiada del Tercer Mundo. Produjo una catástrofe inesperada.

Es la vida y es la muerte. El juego perpetuo. De pronto, tal vez, en momentos como éste asoman valores que suponíamos perdidos enteramente.

Estamos solos y sorprendidos.

Pero resistiendo.

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