Domingo 03 de mayo de 2015 | Publicado en
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Por Martín Rodríguez Yebra | LA NACION
MADRID.- El sarcasmo peronista encontró una definición sintética para un mal que aqueja estos días a los muchachos de La Cámpora y a otros feligreses del kirchnerismo visceral: el síndrome de la caja de cartón.
La imagen alude al pánico a tener que desalojar los despachos que conquistaron en el transcurso de su singular revolución, surgida, alentada y financiada desde la cima del poder. Uno de los instintos básicos que desata la sensación de peligro es moderar las expectativas. El "vamos por todo" que les inculcó en su cénit Cristina Kirchner empieza a diluirse en un "es lo que hay", que vendría a ser el proyecto presidencial de Scioli.
En las charlas con ultrakirchneristas, el gobernador ahora es "Daniel" a secas. Al eterno enemigo interno se le valoran 12 años de lealtad -y él ayuda gritando su compromiso a los cuatro vientos-. Pasan los meses y queda flotando solo, como una tabla de salvación cerca de la orilla.
La catástrofe de Mariano Recalde en las elecciones primarias porteñas profundizó el horror. Los camporistas no consiguen la fórmula para traducir en votos la supremacía que ejercen sus figuras en el entramado político y económico del país.
A Recalde lo pusieron a jugar con un chiche roto. El kirchnerismo hace tiempo que se resignó a que la Capital es terreno perdido. Los aires de reivindicación ideológica se calman ante la amenaza de vivir a la intemperie. La propia Presidenta les dio un alivio a sus fieles cuando sugirió que no ungirá a un favorito en las primarias del Frente para la Victoria y cuando se saca fotos abrazada a Scioli, a pura sonrisa.
Mauricio Macri haría mal en confiarse después de sus 10 días de auge, con victorias preliminares en Santa Fe y la ciudad de Buenos Aires. El año electoral está más o menos como en 2011 a estas alturas. Aquel año, el kirchnerismo hizo agua en la Capital, en Santa Fe y en Córdoba, y se encaminaba al desastre en Mendoza. En agosto y octubre Cristina Kirchner arrasó, anclada en una avalancha de votos bonaerenses. Ahora ella no puede presentarse y Macri, que hace cuatro años le sacó el cuerpo a la pelea, construye un frente muy competitivo. Pero el escenario político mantiene un rasgo inalterable: la división extrema de la sociedad.
En la geografía imaginaria de "las dos Argentinas", el kirchnerismo se mueve a gusto. La polarización entre amigos y enemigos, esencial al populismo, actúa como su combustible electoral. Macri, por el momento, juega en ese terreno. El pacto con los radicales y con Elisa Carrió se explica como un antídoto contra el kirchnerismo. Le cuesta aún encontrar un mensaje superador de la fractura, algún ideal de esperanza como el que impulsó a Alfonsín en 1983 o a la Alianza en 1999. Es una estrategia arriesgada si una parte de la oposición (Massa/De la Sota) queda suelta y si Pro sigue sin pesar en ese mundo aparte que es el conurbano.
Scioli apuesta a quedarse con la hipotética "mitad" de Cristina. Calma los miedos de los ultras, entrega las listas, dejaría encantado que le completen la fórmula. Si gana, confía en que funcionará a pleno el zapping ideológico. Llegado el caso, será él quien tenga la caja y la lapicera para enfrentar la batalla por el peronismo. La historia reciente indica que siempre la ganan los mismos.

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