jueves, 13 de febrero de 2020

Las improvisaciones se pagan











Las improvisaciones se pagan

  Por Vicente Massot



Si no fuera por el hecho de que abundan temas de mucho mayor trascedencia, la polémica estallada en el seno del oficialismo acerca de la existencia de presos políticos en la Argentina gobernada por el kirchnerismo le hubiera costado a más de un ministro o secretario de estado, la cabeza. Pero como la suerte de la administración de Alberto Fernández depende de manera excluyente de la economía y, más precisamente, de las negociaciones entabladas con el Fondo Monetario Internacional y los distintos tenedores de bonos, el que hasta el último tinterillo suelto en el Frente de Todos se permita levantar la voz y proclamar su parecer sobre la cuestión, importa poco o nada. Es un conventillo de progresistas alborotados. Nada más.

En realidad, hay un aspecto que no deja de llamar la atención y que se ha repetido, sin solución de continuidad, a partir del 10 de diciembre: la liviandad con la cual funcionarios de cualquier nivel se permiten ventilar diferencias a expensas de Alberto Fernández, sin ninguna consecuencia a la vista. En la disputa ideológica que se ha suscitado con base en los kirchneristas detenidos —acusados de actos de corrupción— Axel Kiciloff, Wado de Pedro, la titular de la cartera de Mujeres, Género y Diversidad, Gómez Alcorta, y una asesora en el Senado de la propia vicepresidente, la doctora Graciana Peñafort, tienen una opinión que se da de patadas con la del presidente. En la vereda opuesta han cerrado filas el jefe de gabinete, el ministro de Relaciones Exteriores y el de Obras y Servicios Públicos. Ellos aseguran que nadie se encuentra tras las rejas por razones políticas.

Por su parte en la pelea, también pública, que dirimen hace rato la secretaria de Seguridad de la Nación, Sabrina Frederic, y su par en el gabinete bonaerense, Sergio Berni, comenzó un nuevo round que obligó a intervenir a Alberto Fernández. Se trataba de saber si,
conforme al planteamiento del hombre de la provincia, las fuerzas federales —principalmente la Gendarmería Nacional— abandonarían el territorio que debe custodiar Berni o se quedarían. No era una discusión baladí. Entre otros, los principales intendentes del conurbano son de la idea de que deberían quedarse. Finalmente, la Casa Rosada decidió respaldar la postura de su secretaria en la materia. Berni, a todo esto, no se inmutó.

En la toreada anterior, era dable pensar que el vehemente militar médico se había ido de boca sin medir con la prudencia necesaria hasta donde escalar en su cruce verbal con la Frederic. No obstante, que diez días después de aquel episodio los mismos contendientes reinicien las hostilidades y hagan menester que intervenga la máxima autoridad del país para tratar de zanjar las diferencias da lugar a suponer que Berni no obra por las suyas. ¿Tiene el visto bueno del gobernador? ¿O acaso el úcase proviene de quien él no se cansa de repetir que es “su jefa”? Dilemas de la cohabitación que nadie, al menos de momento, puede o se anima a responder en el Frente de Todos.

Al coro de los disidentes con Alberto Fernández acaba de sumarse la viuda de Kirchner desde Cuba, donde fue a presentar su libro. Se entendería que en circunstancias distintas, con un horizonte algo más despejado y sin tener que negociar con el FMI, la Señora se hubiese dado un gusto y hubiera cargado con toda su fuerza discursiva contra ese organismo de crédito. Era un lujo que pudo darse su marido en razón de que los dólares provenientes de la soja le salían hasta por las narices. En una situación como la presente, en cambio, y a poco de terminar el jefe de estado una gira por algunas de las principales capitales europeas en busca de ayuda para su pulseada con el Fondo, las recientes declaraciones de Cristina Fernández resultan provocativas al divino botón.

Es difícil creer que una persona, de la experiencia política suya, no perciba que hablar desde La Habana como lo hizo —en calidad de huésped del castrismo— le ensucia la cancha a su compañero de fórmula en forma innecesaria. Cualquiera sabe la trascendental importancia que en el asunto de la deuda tiene el gobierno norteamericano y las pocas pulgas que anidan en el cuerpo de su todopoderoso presidente. ¿Por qué entonces dar ese paso desde un país comunista al cual odia la gran mayoría de cubanos y latinos que viven en el crucial estado de Florida? ¿Pudo pasarle desapercibido a Cristina Fernández que, en un año electoral como 2020 y en atención a la reelección que busca Donald Trump, a sus palabras no se las llevaría el viento? Seria ingenuo pensarlo.

Aunque no lo hubiese hecho a propósito, de todas maneras parece obrado adrede. En la materia alegar ignorancia de nada sirve, en virtud de las consecuencias no queridas que se derivan de los actos de los seres humanos. Nunca sabremos cuál fue la impresión que causó en la Casa Blanca y en el Departamento de Estado esta suerte de sincericidio de la viuda de Kirchner pero ante la duda le hubiera convenido postergar la visita a la isla caribeña y dejar para más adelante la presentación de su ensayo.

Como quiera que sea, el gobierno se haya enredado en estos tiras y aflojes donde debe cuidarse del fuego amigo. Cosa sin duda inimaginable si se considera la forma con la que los dos integrantes del matrimonio santacruceño supieron despachar a los disidentes de sus propias filas, cuando monopolizaron el poder entre los años 2003 y 2015. Uno y otro siempre se hicieron respetar, y en los anchos pliegues del movimiento que crearon no volaba una mosca sin que ellos estuvieran al tanto y lo autorizaran. Por lo visto hasta aquí, Alberto Fernández en eso no se les parece. Pierde los estribos con llamativa facilidad frente al periodismo y, a la vez, soporta que en sus filas le falten el respeto como si tal cosa.

En medio de este minué de errores, zancadillas, tiroteos e histerias, el Ministerio de Economía —que tiene entre manos cuestiones de un peso distinto y no puede perder tiempo discutiendo tonterías— anunció el lunes a la noche que la licitación lanzada por el bono Dual había quedado desierta. La oferta pensada para seducir a los mercados fracasó de manera aun más estrepitosa que en la semana anterior. En ese momento el canje había alcanzado sólo a 10 %. Ahora la batería de opciones que fue presentada no movió el amperímetro.

Los caminos alternativos que tenía el ministro Guzmán luego del traspié de ayer eran dos: pagar la totalidad de los $ 92.000 MM más intereses que vencen el jueves o, en caso contrario, proceder a un reperfilamiento compulsivo. Lo primero implicaba emisión lisa y llana, con la consiguiente presión sobre el dólar y el ensanchamiento de la brecha. Un reperfilamiento de prepo, por su lado, significaba un nuevo default selectivo y caería como una bomba sobre el mercado. El gobierno optó por reprogramar el pago del capital, no sin antes acusar a la especulación financiera por el fracaso.

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