16/02/2020
Trama Política
El Plan A es el póker; el Plan B el abismo
Alberto y Cristina llevan hasta el límite la negociación con los acreedores. Y caminan por la cornisa del default.
El presidente Alberto Fernández y Cristina
Kirchner, su vice. (Emiliano Lasalvia / AFP)
Fernando Gonzalez
Parece que fue hace mucho tiempo pero sucedió el 3 de febrero. Casi una eternidad para la cuarta dimensión en la que vive permanentemente la ansiosa Argentina. Alberto Fernández desayunaba en el hotel Regent de Berlín con un grupo de empresarios alemanes. Ejecutivos de Siemens, de Hamburg Sud y de Deutsche Bahn. Junto al Prresidente estaba también el ministro de Economía, Martín Guzmán. La primera pregunta fue la que siempre le formulan los gerentes del establishment empresario de cada país poderoso. ¿Qué va a pasar con la negociación de la deuda? ¿La Argentina va a ir otra vez al default?
“Mirenmé a los ojos; yo no miento...”, es el gambito que utiliza el Presidente para captar la atención de la audiencia. Muchos años como Jefe de Gabinete kirchnerista; muchos como asistente a seminarios y reuniones reservadas muy parecidas a aquella en Berlín. Mucha experiencia como negociador de cuestiones diversas y sensibles. Alberto Fernández utilizó una frase que quedó grabada en la memoria de los empresarios que lo escuchaban esa mañana.
- La Argentina es un país que está en terapia intensiva. Y un país en terapia intensiva puede morir. ¿Y saben qué? Los muertos no pagan las deudas.
La conclusión a la que llegó aquel grupo de ejecutivos alemanes es la misma que se está instalando en otras capitales poderosas. De Londres a París, y de Madrid a Washington. En la estrategia negociadora del Gobierno argentino se contempla con temor la posibilidad de volver al escenario de cesación de pagos que ya transitó en el pasado el país adolescente. En Berlín, Alberto planteaba una opción de máxima en el caso dramático de que dejaran morir a la Argentina. Pero el default tan temido es ahora parte del lenguaje diario de muchos funcionarios. Aún de aquellos más cercanos al Presidente.
- A nosotros no nos votaron para hacer una negociación exitosa de la deuda; a nosotros nos votaron para reactivar la economía y recuperar el empleo -, explica uno de los ministros que mejor sintoniza el universo de Alberto Fernández. A esos funcionarios y, entre ellos al ministro Guzmán, no parece preocuparles demasiado el ejercicio de caminar por la cornisa en la negociación con el Fondo Monetario Internacional y con los acreedores privados. “Una partida de póker como ésta se define en el último minuto”, justifican. Y piensan seguir jugando fuerte hasta el final.
Desde aquella descripción quirúrgica de Fernández en Berlín, una serie de sucesos modificó la expectativa positiva con la que el Gobierno había iniciado las negociaciones con los acreedores. El duelo de declaraciones entre Cristina Kirchner y el FMI, que comenzó con el planteo eventual de una quita en la deuda que la vicepresidenta disparó desde La Habana y que continuó en Buenos Aires desde su filosa cuenta de twitter. Al clásico se subió Máximo Kirchner, quien aprovechó un acto en Escobar junto al intendente Ariel Sujarchuv para rescatar una figura mitológica de hace un lustro. Acusó de extorsión al Fondo y a los acreedores externos, y los encasilló bajo aquella palabra olvidada: “los buitres”. Aves estrellas del marketing kirchnerista en tiempos del default técnico que no dieron gran resultado y aceleraron la victoria de Mauricio Macri en el lejano 2015.
A la furia de las declaraciones, se sumó la suspensión del pago del bono dual AF20 hasta septiembre que decidió Guzmán con respaldo del Presidente. No consiguieron los avales suficientes para el canje por otro título y prefirieron evitar que los bonistas se quedaran con $ 96.000 millones en efectivo. El Gobierno cree que esa plata iba a salir del país vía, básicamente, del dólar de contado con liquidación. De allí a presionar sobre la brecha cambiaria, empujar otra devaluación y golpear sobre la inflación había un solo paso. Fernández prefiere surfear sobre la ola de la desconfianza a poner en riesgo el costo de vida que empieza a bajar, según el nuevo Indec, pero que mantiene cifras de alarma en los alimentos.
Es que al Presidente lo desvela no repetir la historia de Macri. Fernández cree que su antecesor quemó sus chances de reelección en el altar del superávit fiscal y del endeudamiento acelerado. “A mí la sociedad me va a juzgar por tres parámetros: la inflación, el empleo y la pobreza; todas las demás son cuestiones secundarias”, le ha dicho a sus colaboradores. Por eso es que, en los últimos días, han crecido las dudas sobre su convicción para resolver exitosamente la negociación de la deuda que tiene el 31 de marzo como plazo definitivo. El interrogante se agigantó el miércoles cuando Guzmán avisó en el Congreso que no habrá equilibrio fiscal hasta el final del mandato presidencial en 2023.
La pregunta molesta que el Presidente tendrá que sobrellevar durante un tiempo largo es quién tiene el poder verdadero en la Argentina. Alberto pasó casi tres horas del viernes desayunando con Cristina en la Quinta de Olivos y evaluando todos los temas de la agenda de Gobierno. ¿Será Fernández el que imponga su criterio en las negociaciones cruciales con los acreedores, tema en el que ahora opinan también la vicepresidenta y su hijo, que además es diputado y jefe del bloque parlamentario del Frente de Todos?
Hace algunos días, el periodista Oscar Gonzalez Oro había opinado que en esta coalición sui generis para el peronismo Alberto tenía la lapicera para definir sobre el poder pero que Cristina conservaba el cartucho de tinta. Se ve que alguna fibra íntima tocó el Negro Oro para que el Presidente le respondiera el jueves en una entrevista radial. “No hay doble comando en la Argentina. Yo tengo la lapicera y también los cartuchos de tinta”, buscó dejar en claro Fernández, para dedicarse luego a valorar la experiencia de Cristina. Un día después salió a respaldarla en la refriega dialéctica con el Fondo usando un término de abogado de esos que tanto le gustan. “Lo que dijo es muy pertinente”, dictaminó.
A continuación, el Presidente se puso a explicar cuál es la situación de su gobierno a poco más de dos meses de gestión. “Nosotros tenemos un plan A y un plan B, y estamos yendo por el plan A, que es acordar la deuda y empezar a crecer”. Aún con desconfianza, está claro por donde pasa el Plan A de Alberto Fernández. Apostar a una baja paulatina de la inflación; aplacar el conflicto con los gremios peronistas y con los grupos piqueteros; y auxiliar a las Pymes para ver si logra generar lo antes posible algún tipo de reactivación en el consumo.
Esta semana se reunió con los sindicalistas Hugo Moyano y Rodolfo Daer. La relación con el camionero siempre es tensa y en el diálogo estuvo presente el paro de colectivos que el miércoles complicó el transporte en la Ciudad y en el Gran Buenos Aires. Es que Moyano es el principal sostén político de Miguel Angel Bustinduy, el dirigente opositor que enfrenta al secretario general de la Unión Tranviaria Automotor, Roberto Fernández, y quien paralizó a 52 líneas de colectivos por un día. Pero la cuestión de fondo con los gremios son las paritarias, congeladas en su mayoría con el suplemento de las sumas fijas. En estos días habrá varias reuniones con líderes sindicales para mantener a raya el frente social.
También es parte del Plan A de Alberto el impactante ajuste sobre las jubilaciones que anunció el viernes de San Valentín. Los aumentos se volcaron sobre los haberes mínimos y las asignaciones familiares pero el recorte se va a sentir con fuerza en los jubilados que cobran a partir de los $ 20.000. Es un achatamiento de la curva previsional similar al que ensayó Kirchner desde 2003 aunque en una situación económica mucho más holgada. Cambiemos se lanzó rápido a comparar las subas decretadas por Alberto con la fórmula de movilidad de Macri y el Defensor del Pueblo avisó que pronto habrá pelea en la Justicia.
El Plan A de Alberto consiste en llevar la negociación hasta el límite con la estrategia dura del póker. “Coquetear con el default implica un impacto macroeconómico muy duro de corto plazo”, advierte la economista Marina Dal Poggetto. Quedan seis semanas a todo o nada hasta que comience abril. Si no hay un acuerdo razonable para la Argentina, será entonces el tiempo del Plan B. Un otoño sin dinero fresco y con la economía todavía estancada sería arrimarnos una vez más hasta el borde del abismo.
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