09/05/2020 - 23:56
La intimidad del poder
Alberto Fernández hace equilibrio, Cristina Kirchner presiona y se abren paso dos Argentinas en medio del coronavirus
La intransigencia de la vicepresidenta con la cuarentena. En la Provincia están molestos con Larreta. La economía cruje. Qué dicen las últimas encuestas.
El Presidente Albertoo Fernández, en Olivos, en
un paseo con su perro Dylan.
Santiago Fioriti
Un aire extraño se había filtrado entre los concurrentes a la Residencia de Olivos en las horas previas al anuncio presidencial. Más de uno sospechaba que se venía una etapa más audaz de la cuarentena y aquella sensación rara se incrementaba cuando repasaban tres números que vienen en alza: la cantidad de contagiados de coronovirus en los barrios populares, los afectados diarios en todo el país -con un récord de 240 personas en 24 horas- y los registros de mayor movimiento en las calles, con comerciantes que abren sus negocios pese a las prohibiciones. Alberto Fernández llevó sosiego: “Yo no soy aperturista”, dijo en la intimidad, en una de las charlas previas a la conferencia. Un rato antes había hablado por teléfono con Cristina Kirchner. La vicepresidenta es más intransigente que él. La economía puede esperar por más que el derrumbe de la actividad se asome a niveles inauditos. Eso piensa. Es un dato central porque cuando se dice Cristina también se dice Axel Kicillof, que por algún motivo se ocupa siempre de resaltar que él es responsable de casi 17 millones de personas. Ambos ejercen su poder para que la política oficial siga siendo que la gente se quede en sus casas. ¿Hasta cuándo? No se sabe, pero la vicepresidenta habla de agosto.
Esa decisión de resistir una mayor apertura se circunscribe ahora a la Ciudad y a la provincia de Buenos Aires, sobre todo al populoso GBA, corazón de la hegemonía kirchnerista. El control de la tasa de muertos en ese universo es el principal factor de preocupación de Cristina y Kicillof en las últimas semanas. A la par, quizá, de la renegociación de la deuda, de la que charlan ambos con frecuencia. Es que el gobernador fue virando al compás de la pandemia que persigue al mundo: cuando la enfermedad llegó al país su instinto fue proteger la economía. Cambió rápido. Hoy su inquietud pasa por cuidar la salud y que no colapse el sistema sanitario.
Tanto es así que en su administración no cayó bien que Horacio Rodríguez Larreta se decidiera a que los chicos puedan tener salidas recreativas los fines de semana. Hay quienes admiten que, para compensar esa determinación de su par porteño, el mandatario provincial tuvo que anunciar que uno de los padres pueda asistir a los mercados de cercanía acompañado por sus hijos. Se notó en su cara, el viernes, que lo hizo sin demasiado entusiasmo.
El gobernador y Rodríguez Larreta habían hablado por teléfono varias veces durante la semana. Buena parte de estos 51 días de aislamiento social y obligatorio se movieron juntos para trasladarle sus temores al Presidente. “No sabemos por qué Horacio cambió de parecer, cuando hace dos semanas se opuso a esto mismo”, decían en La Plata. Cerca del jefe de Gobierno argumentan que la proyección de las curvas dan lugar a un pequeño respiro. ¿Vos sacarías a tus hijos a la calle?, le preguntaron a Larreta. “Sí”, respondió.
La nueva fase fraccionará a la Argentina en dos. La región metropolitana por un lado (Ciudad de Buenos Aires y unos cuarenta municipios) y, del otro, el resto de las provincias y las ciudades grandes del interior bonaerense, donde las cifras de contagiados es muy baja o directamente nula. ¿Pudo haber sido incluso menos flexible el Presidente? Pudo. Pero no es exacto, o no es del todo exacto, que la presión que recae sobre el Gobierno para abrir la economía provenga tan solo de sectores del Círculo Rojo. Muchos ciudadanos se decidieron de modo espontáneo - frente a necesidades cada vez más extremas- a salir a trabajar. “O liberábamos un poco nosotros o algunos sectores se iban a liberar sin nuestro consentimiento. Alberto eligió el equilibrio”, explica un referente oficialista.
Pueden dar fe de que hay más movimiento aquellos que han ido a cortarse el pelo a peluquerías de barrio que abren si les tocan el timbre o los comerciantes de localidades como Avellaneda, que abrieron sus tiendas con persianas hasta la mitad para que los clientes puedan ingresar a comprar simulando que son conocidos. O puede dar fe un funcionario importante del Ejecutivo que días atrás se cruzó la ciudad en su auto particular para ir a ver a un referente social en Villa Lugano y comprobó con sus propios ojos que para mucha gente ya es imposible, aun sabiendo los riesgos que corre, quedarse en su domicilio.
Alberto Fernández se ocupó especialmente de decir que, aunque él tendrá la palabra final, son los gobernadores los que deben decidir hasta qué punto abren su economía. Fue una respuesta a la ambivalencia que muestran algunos de ellos: cuando vienen a Buenos Aires le piden a la Nación relajar los controles, pero cuando regresan a sus territorios no se muestran tan convencidos. No es la única diferencia que separa la gestión nacional de las provinciales. Hay cortocircuitos cuando los jefes provinciales reclaman recursos en nombre de los intendentes. “Los gobernadores son muy federales cuando vienen a Olivos, pero muy unitarios cuando vuelven a sus provincias”, ha dejado trascender el Presidente.
Las encuestas siguen colocando al jefe de Estado en un lugar alto, por encima del resto de la clase política. Sin embargo, una cosa es la imagen del manejo de la pandemia y otra la imagen general de su modelo. La consultora Management & Fit registró en su última medición que el 83% apoya su tarea sanitaria, contra el 56% que dice respaldar el rumbo de su gobierno. Esas encuestas van de la mano de otras que advierten que el coronavirus genera pánico en la sociedad. Un sondeo que llegó a la Casa Rosada indica que más del 60% de los consultados dijo que tiene miedo de contagiarse. Es una cifra importante, aunque también ha mermado con relación a los números de hace un mes.
La economía cruje y de a poco va trastocando los ánimos. Según mediciones privadas, si se descuenta el efecto de la inflación sobre los impuestos, la recaudación real cayó en abril un 25% con relación al mismo mes de 2019, que de por sí ya había sido malo, como la mayoría de los indicadores que dejó Mauricio Macri. En el área de la construcción, que viene de una parálisis tanto a nivel privado como público, podrían perderse 100 mil puestos de trabajo. Y en la industria automotriz acaban de revelar que el mes pasado en Argentina no se produjo un solo auto porque las empresas disponen de un stock de más de cien mil unidades que no saben a quién podrán venderle.
La carrera de los salarios contra la inflación está perdida: muchas empresas, en lugar de negociar paritarias, hacen recortes o pagan los sueldos en cuotas, a veces incluso apoyados por los gremios, que temen despidos masivos. El Banco Central emite a valores récords para que el Estado pueda sostener a los sectores más vulnerables y a ciertos grupos de clase media. Pero la pobreza crece, los comedores populares no dan abasto y encima el dólar se dispara.
Está por verse, además, si la Casa Rosada logra evitar el default. La negociación tiene final abierto. La tendencia no resulta alentadora. Las miradas sobre Martín Guzmán son cada vez más agudas y disímiles. Hay dirigentes que creen que el ministro lidera un sofisticado plan para cerrar un buen acuerdo. Y otros actores de su mismo espacio consideran que la verdadera estrategia es ir al default, pero esta vez sin aplausos y sin que se note demasiado.
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