14/05/2020
Suecia como síntoma
Pandemia, negociación de la deuda y presión de Cristina Kirchner, los vectores que confluyen sobre Alberto Fernández.
Alberto Fernández en su despacho de la
Quinta de Olivos.
Ricardo Kirschbaum
Del editor al lector
La última vez que se habló en serio de Suecia fue cuando la Selección Argentina se comió seis con Checoslovaquia. Fue en el Mundial de 1958 al que los argentinos llegaron muy confiados, luego que los “Carasucias” (Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz) humillaran a sus rivales regionales en el Sudamericano de Lima. Suecia fue el trampolín definitivo para un genio del fútbol, un tal Pelé, que con sus 17 años deslumbró ayudando a Brasil a conquistar la que entonces se llamaba Copa Jules Rimet. Así como Suecia encumbró a Brasil, fue la humillación de los futbolistas argentinos, que fueron recibidos a monedazos en Ezeiza cuando regresaron de ese fracaso de dos derrotas (3-1 con Alemania Federal y 6-1 con los checos) y una victoria sobre Irlanda del Norte. No había televisión para todo el país y el Mundial se seguía a través de la voz del inigualable Fioravanti.
Suecia se volvió a cruzar en los duelos de Vilas y Björn Borg y su revés a dos manos, y en la generosa recepción de exiliados argentinos y latinoamericanos durante las dictaduras.
Ahora, los suecos volvieron a ser noticia masiva. El Presidente los puso como ejemplo negativo en la lucha contra la pandemia, aunque después expresó su admiración por ese país. El método de pegar primero y luego disculparse, que parece más impulsivo que producto de una estrategia, ya ha sido usado varias veces por Alberto. La reiteración lleva al acostumbramiento y el pedido de perdón pierde efecto.
Lo que interesa saber es por qué Fernández se mete en estos problemas sin necesidad. Su tendencia a presentar al país como el “campeones morales” de la lucha contra el virus, un rasgo bien argentino.
Es preferible hablar de Suecia como síntoma de un síndrome, que no será el de Estocolmo (¿o sí?), sino de otro carácter.
Fernández está hoy en una encrucijada que es la de todos los argentinos porque su resolución tendrá consecuencias amplias. Dependerá si prevalecen la racionalidad y los intereses nacionales concretos o si se anteponen posiciones ideológicas o cálculos políticos de corto alcance.
El Presidente tiene un frente abierto en la lucha contra la pandemia. Le ha ido bien hasta ahora, pero no se sabe aún cómo terminará la película. El nivel de aprobación es muy alto: la sociedad valora las medidas tempranas que adoptó y el consenso que logró con los gobernadores de la oposición y el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta. La cuarentena, sin embargo, tuvo consecuencias económicas. De allí las críticas. Alberto tiene poca paciencia con ellas. Y está pendiente al Twitter para trenzarse en polémicas. La salida a la crisis económica (recesión anterior + deuda + cuarentena) es todavía una seria incógnita
La negociación por la deuda pende de un hilo. El default sería un resultado malo para todos, comenzando por Fernández.
A la vez, Alberto está obligado a hacer equilibrio en la cuerda floja para sostener el frente que lo aupó. El kirchnerismo tuvo que recular con los presos por la reacción que provocó en la sociedad. Ese freno gatilló la ofensiva para imponer una reforma judicial ahora y el ritmo que Cristina quiere imponerle no es el que a Alberto más le conviene. La urgencia está vinculada con la oportunidad, avanzar antes que sea impracticable políticamente. De allí, la presión directa.
Esos vectores confluyen sobre Fernández y explican que lo de Suecia sea un síntoma del brete en que se encuentra hoy el Gobierno.
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