30 de mayo de 2020
Un país al borde de un ataque de nervios
LA NACION
La Argentina que ha empezado a ascender hacia el pico de la pandemia parece estar al borde de un ataque de nervios. Demasiadas incertezas. El virus aporta las suyas y en eso estamos como el resto del mundo. Todos los países enfrentan el dilema que supone buscar el equilibrio entre aislamiento y actividad, pues el daño acecha en ambos extremos. Tratar de minimizarlo exige decisiones que en buena medida se toman a ciegas: si tenemos en cuenta los asintomáticos y la falta de testeos, admitamos que el virus solo se deja medir por los muertos. Es decir, cuando ya es tarde. Esta condición inasible pero letal, verificada en países como Italia o España, determina tanto la necesidad de la cuarentena como la dificultad de establecer la razonabilidad de su extensión, incluso para los líderes sensibles a los daños económicos, anímicos y psicológicos que el encierro y la falta de actividad producen.
Esta ecuación sin resolución teórica, desvelo de los gobiernos de todo el mundo, genera una tensión que en la Argentina se expresa de manera particularmente brutal. En los últimos días se ha profundizado aquí una grieta que enfrenta a los defensores de la cuarentena con quienes reclaman su levantamiento o su flexibilización. Todos están seguros de tener la razón o defienden la suya como si lo estuvieran, incluido el Presidente. Si las posiciones irreductibles son necias, aquí lo son por partida doble. Lo poco que se sabe exige, para cada movimiento (y hacia algún lado hay que moverse), que sean escuchadas todas las voces, entre ellas, la del pueblo a través del Congreso, para tomar decisiones consensuadas y enriquecidas con distintas perspectivas.
Hay más razones para estar nerviosos. En el país, la pandemia se sumó a azotes previos que ya nos tenían muy golpeados. La crisis sanitaria se montó aquí sobre una crisis económica consuetudinaria que, convertida en parte del paisaje, creó un universo de pobres carente de la más básica infraestructura. Con ellos, como se vio en la Villa Azul, se ensaña el virus. A estos índices de pobreza se les agrega nuestra crisis institucional y política, otra anomalía naturalizada que la pandemia parece haber atizado. Carecemos en la práctica de Poder Judicial, en tanto que el Legislativo funciona a voluntad del oficialismo. Tampoco el Poder Ejecutivo, que ha concentrado el poder, inspira confianza. Aquí no sabemos quién gobierna. O, más grave, lo sabemos.
Sin embargo, cedemos a la tentación, quizá para resistir el ataque de nervios, de creer que hay dos gobiernos, uno moderado y otro fanatizado. Uno bueno y otro malo. Nos quedamos con el cartón pintado de las apariencias y olvidamos que quienes gobiernan son expertos en el arte de ocultarse detrás de gestos y palabras vacías, cortina de humo tras la cual despliegan sus verdaderos planes. Hay un solo gobierno. El Presidente es responsable de las decisiones que toma, pero también de lo que hacen y dicen la vicepresidenta y sus huestes. Así como es el responsable de haber devuelto, mediante un pacto que mostró el escaso valor que le merece la palabra, a Cristina Kirchner a lo más alto del poder.
¿Ha encontrado la expresidenta, que avanza sin pausa en la conquista de la Justicia y las cajas, su disfraz más perfecto? La naturaleza ambigua y engañosa de un gobierno que esconde su verdadero rostro aumenta los niveles de incertidumbre. En medio de la propagación acelerada de un virus invisible que ya ha causado daños muy grandes y despierta miedo e inquietud en una población desprotegida, esto es lo último que el país necesita.
Más nervios provoca lo que el Presidente dijo en Formosa. Quiere un país más justo. El peronismo viene repitiendo eso desde la vuelta de la democracia. Si no hallan el modo, ayudaría que no saquearan el Estado, como surge de las causas por corrupción que el Gobierno está dinamitando en la Justicia. Fernández ensalzó luego a Gildo Insfrán, un gobernador que se puso la provincia en el bolsillo. Tras recordar una "reparación histórica" que Kirchner le concedió en 2003 "para terminar con la injusticia en el norte", anunció que le otorgaría a Formosa nuevos fondos para seguir con esa lucha. Si Insfrán no logra hacer ahora lo que no hizo en más de 30 años en el poder, acaso la plata sirva para conchabar de nuevo a Boudou por otra cifra millonaria.
Formosa es el paraíso del clientelismo. Un 70% de la población trabaja para el Estado y depende del gobernador, que reformó la Constitución provincial para garantizarse la reelección indefinida y, desde allí, el control de la Justicia. Es una de las provincias más pobres del país, con más del 40% de sus habitantes sin agua potable ni gas, y donde se maltrata a los pueblos originarios. Curioso: el Presidente busca afirmarse en el poder de gobernadores que a su modo han hecho lo mismo que los Kirchner en Santa Cruz. Es el vamos por todo en distintas versiones. Sin alternativas, a la espera de que la oposición ofrezca la suya, hay motivos para estar nerviosos.
Por: Héctor M. Guyot
La Argentina que ha empezado a ascender hacia el pico de la pandemia parece estar al borde de un ataque de nervios. Demasiadas incertezas. El virus aporta las suyas y en eso estamos como el resto del mundo. Todos los países enfrentan el dilema que supone buscar el equilibrio entre aislamiento y actividad, pues el daño acecha en ambos extremos. Tratar de minimizarlo exige decisiones que en buena medida se toman a ciegas: si tenemos en cuenta los asintomáticos y la falta de testeos, admitamos que el virus solo se deja medir por los muertos. Es decir, cuando ya es tarde. Esta condición inasible pero letal, verificada en países como Italia o España, determina tanto la necesidad de la cuarentena como la dificultad de establecer la razonabilidad de su extensión, incluso para los líderes sensibles a los daños económicos, anímicos y psicológicos que el encierro y la falta de actividad producen.
Esta ecuación sin resolución teórica, desvelo de los gobiernos de todo el mundo, genera una tensión que en la Argentina se expresa de manera particularmente brutal. En los últimos días se ha profundizado aquí una grieta que enfrenta a los defensores de la cuarentena con quienes reclaman su levantamiento o su flexibilización. Todos están seguros de tener la razón o defienden la suya como si lo estuvieran, incluido el Presidente. Si las posiciones irreductibles son necias, aquí lo son por partida doble. Lo poco que se sabe exige, para cada movimiento (y hacia algún lado hay que moverse), que sean escuchadas todas las voces, entre ellas, la del pueblo a través del Congreso, para tomar decisiones consensuadas y enriquecidas con distintas perspectivas.
Hay más razones para estar nerviosos. En el país, la pandemia se sumó a azotes previos que ya nos tenían muy golpeados. La crisis sanitaria se montó aquí sobre una crisis económica consuetudinaria que, convertida en parte del paisaje, creó un universo de pobres carente de la más básica infraestructura. Con ellos, como se vio en la Villa Azul, se ensaña el virus. A estos índices de pobreza se les agrega nuestra crisis institucional y política, otra anomalía naturalizada que la pandemia parece haber atizado. Carecemos en la práctica de Poder Judicial, en tanto que el Legislativo funciona a voluntad del oficialismo. Tampoco el Poder Ejecutivo, que ha concentrado el poder, inspira confianza. Aquí no sabemos quién gobierna. O, más grave, lo sabemos.
Sin embargo, cedemos a la tentación, quizá para resistir el ataque de nervios, de creer que hay dos gobiernos, uno moderado y otro fanatizado. Uno bueno y otro malo. Nos quedamos con el cartón pintado de las apariencias y olvidamos que quienes gobiernan son expertos en el arte de ocultarse detrás de gestos y palabras vacías, cortina de humo tras la cual despliegan sus verdaderos planes. Hay un solo gobierno. El Presidente es responsable de las decisiones que toma, pero también de lo que hacen y dicen la vicepresidenta y sus huestes. Así como es el responsable de haber devuelto, mediante un pacto que mostró el escaso valor que le merece la palabra, a Cristina Kirchner a lo más alto del poder.
¿Ha encontrado la expresidenta, que avanza sin pausa en la conquista de la Justicia y las cajas, su disfraz más perfecto? La naturaleza ambigua y engañosa de un gobierno que esconde su verdadero rostro aumenta los niveles de incertidumbre. En medio de la propagación acelerada de un virus invisible que ya ha causado daños muy grandes y despierta miedo e inquietud en una población desprotegida, esto es lo último que el país necesita.
Más nervios provoca lo que el Presidente dijo en Formosa. Quiere un país más justo. El peronismo viene repitiendo eso desde la vuelta de la democracia. Si no hallan el modo, ayudaría que no saquearan el Estado, como surge de las causas por corrupción que el Gobierno está dinamitando en la Justicia. Fernández ensalzó luego a Gildo Insfrán, un gobernador que se puso la provincia en el bolsillo. Tras recordar una "reparación histórica" que Kirchner le concedió en 2003 "para terminar con la injusticia en el norte", anunció que le otorgaría a Formosa nuevos fondos para seguir con esa lucha. Si Insfrán no logra hacer ahora lo que no hizo en más de 30 años en el poder, acaso la plata sirva para conchabar de nuevo a Boudou por otra cifra millonaria.
Formosa es el paraíso del clientelismo. Un 70% de la población trabaja para el Estado y depende del gobernador, que reformó la Constitución provincial para garantizarse la reelección indefinida y, desde allí, el control de la Justicia. Es una de las provincias más pobres del país, con más del 40% de sus habitantes sin agua potable ni gas, y donde se maltrata a los pueblos originarios. Curioso: el Presidente busca afirmarse en el poder de gobernadores que a su modo han hecho lo mismo que los Kirchner en Santa Cruz. Es el vamos por todo en distintas versiones. Sin alternativas, a la espera de que la oposición ofrezca la suya, hay motivos para estar nerviosos.
Por: Héctor M. Guyot
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