18 / 04 / 15
Por Vicente Massot
En el análisis político conviene distinguir —con algún cuidado—la
información, de la simple versión y, a su vez, de la acción
psicológica. Por supuesto que no son iguales —ni remotamente—pero suelen
mezclarse en un país como el nuestro, dado a las simplificaciones fáciles y
rebosante de opinadores, con más frecuencia que lo deseable.
Los chimentos son aquí convertidos, en menos de lo que canta un gallo, en verdades canónicas. Con la particularidad de que, conforme transcurre el tiempo y pasan de boca en boca de los mentideros a los salones, de los programas de opinión a los comentarios escritos y de los segmentos más intelectualizados de la población al vulgo, adquieren el status antes mencionado con sorprendente rapidez.
Entre nosotros la pretensión de estar bien informados o —para ponerlo en el idioma del tablón—“tener la precisa” es propio no sólo de chantassino de personas cultas que no pueden imaginarse a sí mismas faltas de noticias de último momento o huérfanas de sesudas teorías respecto de lo que va a suceder. Así como en la Argentina no hay secreto que, a la larga, no lo sea a voces, así también para cada escenario imaginado se tejen especulaciones de todo tipo, tamaño y color.
Esta tendencia tan arraigada se incrementa de manera exponencial cuando se ingresa en la etapa final de los procesos electorales. No hay quién, al pontificar sobre los comicios, las alianzas por tejerse y los candidatos en danza, no haga referencia —y no precisamente de pasada—a las encuestas, sin medir ni su seriedad nientender bien de que se está hablando. En más de una oportunidad hemos hecho referencia al peligro que arrastran los relevamientos que publican los diarios y luego, generalmente sin leerlos con atención, mucha gente hace suyos y analiza sin el menor rigor.
Pues bien, hemos entrado en el período en el cual todo lo dicho se exacerba hasta el hartazgo y en donde, a partir de encuestas no siempre honestas se echa a volar la imaginación y se construyen escenarios que son posibles —como una infinidad de cosas—pero que, al mismo tiempo, son muy poco probables. Con este agravante: en semejantes circunstancias entra a terciar la acción psicológica orquestada por distintos factores de poder o fuerzas políticas interesadas en sacar partido de la situación. Se entiende que sobre el particular disputen —sin importarles demasiado la seriedad de sus aseveraciones—el oficialismo y el arco opositor con las armas a su alcance.
Para quienes dirimirán supremacías en las PASO del mes de agosto y después en la primera y segunda vuelta —si la hubiese—de octubre y noviembre, posicionarse como ganador anticipado representa un escenario ideal. En resumidas cuentas, si una parte considerable del electorado supone antes de substanciarse las elecciones que el señor X será el triunfador, ello podría reportarle un caudal de sufragios adicionales en virtud del fenómeno —viejo como el mundo—del “voto útil”.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que se ha instalado la noción, entre personas de las más diversas observancias ideológicas, deque el gobernador de la provincia de Buenos Aires no sólo hoy encabeza la intención de voto sino que estaría en un momento excepcional de su derrotero, con serias chances no sólo de ganar sino de hacerlo en primera vuelta sumando 40 % de los sufragios y sacándole una ventaja a su inmediato seguidor —Mauricio Macri, en el supuesto de darle crédito a la versión— de más de diez puntos. ¿Es así o no, es verdadero o falso?.
Lo primero que resulta menester destacar, tratándose de un juicio acerca de los comicios anticipados, es que el solo hecho de prestarle oídos a la cuestión con el propósito de explicarla y de determinar qué grado de seriedad tiene, supone por anticipado un logro de la estrategia de campaña de Daniel Scioli. Agraviarse porque resulte un razonamiento antojadizo el que enarbolan sus mentores y se mezcle, de una manera un tanto grosera, lo posible con lo probable como si fuesen sinónimos, no le quita nada al punto que debe anotarse en el marcador del kirchnerismo. Éste ha sabido en las ultimas semanas, en correspondencia con la decisión de ungirlo al mandatario bonaerense como su candidato —dejando para más adelante las dudas que pueda generar su lealtad al modelo—, imponer como tema de conversación —e inclusive como dato indiscutible—la probabilidad de su victoria en primera vuelta.
Vayamos por partes. En punto a la acción psicológica ha sido un trabajo notable. Eso sí: no resiste el menor análisis. ¿Por qué? —Por tres razones dignas de enumerarse:
1) No hay una sola encuesta, ni siquiera de las pagas por el gobierno nacional, que sitúe a Scioli arriba de los 30 puntos porcentuales. Afirmar con base en proyecciones fantasiosas que sumaría —por el arrastre de la presidente, por el agregado de cierto voto independiente, y por los méritos de la presente administración— diez puntos más, entra en el terreno del razonamiento mágico.
2) Medir a Scioli sin conocer su candidato a vice, y sin saber qué tanto condicionará Cristina Fernández su campaña electoral, es un trabajo incompleto. No es lo mismo una fórmula Scioli–Gioja que Scioli–Kicillof. Todavía falta ver si los casi 30 puntos que actualmente acredita en las encuestas el ex–motonauta se mantendrían intactos con cualquier fórmula del FPV.
3) Al propio tiempo que mágicamente se le adicionan millones de votos a Scioli en un abrir y cerrar de ojos —eso significan, ni más ni menos, los diez puntos en cuestión—se da por sentado que Mauricio Macri —que hoy disputa cabeza a cabeza las preferencias del electorado precisamente con Scioli—apenas acrecentará de aquí a octubre su caudal electoral. Todo para que cierre la cuenta y el bonaerense se imponga 40 a 30ó menos, y resulte electo en primera vuelta.
Con idéntico criterio se podría forjar una teoría respecto del jefe de gobierno de la Capital Federal. Hela aquí: Macri no ha hecho más que crecer …sin prisa y sin pausa, en el curso de los últimos doce meses—a expensas de Massa. Ello demuestra que hasta ahora el voto que pierde el Frente Renovador decanta en favor del Pro. Si Massa siguiese descendiendo no es descabellado suponer que Macri seguirá creciendo, lo cual no supone que no haya fugas hacia Scioli. Las hay, pero son menores.
En realidad, las únicas especulaciones electorales pertinentes se refieren a la segunda vuelta. En atención a que habrá ballotage, la pregunta del millón es hacia dónde migrarán los votos de aquellos candidatos que quedarán fuera de la segunda vuelta. Tamaña pregunta no tiene —de momento—respuesta. Salvo que se acomode la matemática a la acción psicológica.
Los chimentos son aquí convertidos, en menos de lo que canta un gallo, en verdades canónicas. Con la particularidad de que, conforme transcurre el tiempo y pasan de boca en boca de los mentideros a los salones, de los programas de opinión a los comentarios escritos y de los segmentos más intelectualizados de la población al vulgo, adquieren el status antes mencionado con sorprendente rapidez.
Entre nosotros la pretensión de estar bien informados o —para ponerlo en el idioma del tablón—“tener la precisa” es propio no sólo de chantassino de personas cultas que no pueden imaginarse a sí mismas faltas de noticias de último momento o huérfanas de sesudas teorías respecto de lo que va a suceder. Así como en la Argentina no hay secreto que, a la larga, no lo sea a voces, así también para cada escenario imaginado se tejen especulaciones de todo tipo, tamaño y color.
Esta tendencia tan arraigada se incrementa de manera exponencial cuando se ingresa en la etapa final de los procesos electorales. No hay quién, al pontificar sobre los comicios, las alianzas por tejerse y los candidatos en danza, no haga referencia —y no precisamente de pasada—a las encuestas, sin medir ni su seriedad nientender bien de que se está hablando. En más de una oportunidad hemos hecho referencia al peligro que arrastran los relevamientos que publican los diarios y luego, generalmente sin leerlos con atención, mucha gente hace suyos y analiza sin el menor rigor.
Pues bien, hemos entrado en el período en el cual todo lo dicho se exacerba hasta el hartazgo y en donde, a partir de encuestas no siempre honestas se echa a volar la imaginación y se construyen escenarios que son posibles —como una infinidad de cosas—pero que, al mismo tiempo, son muy poco probables. Con este agravante: en semejantes circunstancias entra a terciar la acción psicológica orquestada por distintos factores de poder o fuerzas políticas interesadas en sacar partido de la situación. Se entiende que sobre el particular disputen —sin importarles demasiado la seriedad de sus aseveraciones—el oficialismo y el arco opositor con las armas a su alcance.
Para quienes dirimirán supremacías en las PASO del mes de agosto y después en la primera y segunda vuelta —si la hubiese—de octubre y noviembre, posicionarse como ganador anticipado representa un escenario ideal. En resumidas cuentas, si una parte considerable del electorado supone antes de substanciarse las elecciones que el señor X será el triunfador, ello podría reportarle un caudal de sufragios adicionales en virtud del fenómeno —viejo como el mundo—del “voto útil”.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que se ha instalado la noción, entre personas de las más diversas observancias ideológicas, deque el gobernador de la provincia de Buenos Aires no sólo hoy encabeza la intención de voto sino que estaría en un momento excepcional de su derrotero, con serias chances no sólo de ganar sino de hacerlo en primera vuelta sumando 40 % de los sufragios y sacándole una ventaja a su inmediato seguidor —Mauricio Macri, en el supuesto de darle crédito a la versión— de más de diez puntos. ¿Es así o no, es verdadero o falso?.
Lo primero que resulta menester destacar, tratándose de un juicio acerca de los comicios anticipados, es que el solo hecho de prestarle oídos a la cuestión con el propósito de explicarla y de determinar qué grado de seriedad tiene, supone por anticipado un logro de la estrategia de campaña de Daniel Scioli. Agraviarse porque resulte un razonamiento antojadizo el que enarbolan sus mentores y se mezcle, de una manera un tanto grosera, lo posible con lo probable como si fuesen sinónimos, no le quita nada al punto que debe anotarse en el marcador del kirchnerismo. Éste ha sabido en las ultimas semanas, en correspondencia con la decisión de ungirlo al mandatario bonaerense como su candidato —dejando para más adelante las dudas que pueda generar su lealtad al modelo—, imponer como tema de conversación —e inclusive como dato indiscutible—la probabilidad de su victoria en primera vuelta.
Vayamos por partes. En punto a la acción psicológica ha sido un trabajo notable. Eso sí: no resiste el menor análisis. ¿Por qué? —Por tres razones dignas de enumerarse:
1) No hay una sola encuesta, ni siquiera de las pagas por el gobierno nacional, que sitúe a Scioli arriba de los 30 puntos porcentuales. Afirmar con base en proyecciones fantasiosas que sumaría —por el arrastre de la presidente, por el agregado de cierto voto independiente, y por los méritos de la presente administración— diez puntos más, entra en el terreno del razonamiento mágico.
2) Medir a Scioli sin conocer su candidato a vice, y sin saber qué tanto condicionará Cristina Fernández su campaña electoral, es un trabajo incompleto. No es lo mismo una fórmula Scioli–Gioja que Scioli–Kicillof. Todavía falta ver si los casi 30 puntos que actualmente acredita en las encuestas el ex–motonauta se mantendrían intactos con cualquier fórmula del FPV.
3) Al propio tiempo que mágicamente se le adicionan millones de votos a Scioli en un abrir y cerrar de ojos —eso significan, ni más ni menos, los diez puntos en cuestión—se da por sentado que Mauricio Macri —que hoy disputa cabeza a cabeza las preferencias del electorado precisamente con Scioli—apenas acrecentará de aquí a octubre su caudal electoral. Todo para que cierre la cuenta y el bonaerense se imponga 40 a 30ó menos, y resulte electo en primera vuelta.
Con idéntico criterio se podría forjar una teoría respecto del jefe de gobierno de la Capital Federal. Hela aquí: Macri no ha hecho más que crecer …sin prisa y sin pausa, en el curso de los últimos doce meses—a expensas de Massa. Ello demuestra que hasta ahora el voto que pierde el Frente Renovador decanta en favor del Pro. Si Massa siguiese descendiendo no es descabellado suponer que Macri seguirá creciendo, lo cual no supone que no haya fugas hacia Scioli. Las hay, pero son menores.
En realidad, las únicas especulaciones electorales pertinentes se refieren a la segunda vuelta. En atención a que habrá ballotage, la pregunta del millón es hacia dónde migrarán los votos de aquellos candidatos que quedarán fuera de la segunda vuelta. Tamaña pregunta no tiene —de momento—respuesta. Salvo que se acomode la matemática a la acción psicológica.
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