05/02/2020
No saben lo que hacen.
Por Vicente Massot
Claudio Bonadío tenía los días contados y él —como muchos otros— estaba al tanto del mal que lo aquejaba. Desde que se enteró que padecía un cáncer sin remedio, sobrellevó la enfermedad con gran entereza. Ser un hombre de coraje personal y cívico en un país lleno de cobardes, no es poca cosa. Con sus más y sus menos, fue de los escasos magistrados de Comodoro Py que podía resistir un análisis de sus bienes y salir airoso. En medio de la corrupción anidada en determinados espacios judiciales, tampoco eso resulta poca cosa. Pasará a la historia por ser quién se animó a procesar a la viuda de Kirchner sin que le temblara la mano.
¿Sirvió de algo cuanto hizo? —Dio el ejemplo y sentó un precedente. Dicho esto, es preciso saber que, mientras Alberto Fernández sea presidente de la Nación —es decir, durante los próximos cuatro años—, su compañera en la fórmula que ganó las elecciones el pasado mes de octubre podrá visitar los tribunales —cierto que con frecuencia descendente, conforme transcurran los meses— pero los distintos procesamientos que arrastra no pasarán a mayores. Imaginar —siquiera— que pueda ser condenada y mucho menos ir presa, seria no entender cómo funciona el poder en nuestro país.
La lentitud de la Justicia, la falta de independencia de la mayoría de los jueces federales y el ningún peso que tienen entre nosotros las instituciones, obran un blindaje a prueba de cualquier evidencia, por contundente que ésta resulte. Cuanto vale para la viuda de Kirchner es legítimo hacerlo extensivo a los principales funcionarios y empresarios que acompañaron al matrimonio santacruceño, en los doce años en los cuales gobernaron estas tierras a su antojo, y han sido procesados.
El pacto de hierro que une los destinos del presidente y de su vice gira en derredor básicamente de este tema. No significa que la decisión que catapultó a Alberto Fernández a encabezar la fórmula del Frente de Todos haya sido producto —tan sólo— de la preocupación de la viuda de Néstor Kirchner de no terminar en la cárcel, ni ella ni sus hijos. Pero que la cuestión formó parte del acuerdo que forjaron antes de anunciarse quién sería el candidato presidencial —aunque nunca se hará público— es un secreto a voces.
Si faltasen evidencias de hasta qué punto la Señora se considera a esta altura intocable, y qué otro tanto sucede con buena parte de sus acólitos, el reciente viaje de la ex–presidente con los propietarios de la empresa Electroingenieria a Santa Cruz lo confirma. Las tres personas que aparecieron en la foto que fue publicada en todos los diarios del país —junto a la actual gobernadora de esa provincia— están procesadas; y no precisamente por delitos menores. En cualquier nación medianamente seria y con instituciones consolidadas, semejante muestra de descaro no hubiera pasado desapercibida. Aquí, lo que refleja son dos fenómenos: por un lado la poca importancia que la sociedad le otorga a la corrupción, más allá de las protestas entonadas en contrario; por el otro, la falta de sanciones.
La muerte de Claudio Bonadio se produjo el mismo día en el que Axel Kicillof tuvo que aceptar la realidad y olvidarse de sus pujos de compadrito de barrio, y que el equipo económico comandado por Martín Guzmán cayó en la cuenta de que —al menos, de momento— los mercados desconfían de la falta de un plan económico serio y sustentable en el tiempo. El alto grado de improvisación y de irresponsabilidad del mandatario bonaerense no sorprendió a nadie. Bastaba repasar lo que hizo en los años en que ofició de ministro de Economía de la Nación. La negociación con el Club de Paris en aquella época fue una muestra de la facilidad con la cual —malgrado el discurso público— Kicillof es propenso a bajarse los pantalones. Ahora repitió el libreto sin inmutarse.
Tras hacer las veces del malo de la película y poco menos amenazar a los bonistas que no aceptasen sus condiciones, obró una pirueta copernicana. El que hasta ayer se comía los chicos crudos delante de un micrófono, mansamente pagó en tiempo y forma los U$ 250 MM que adeudaba. Si se dio cuenta cabal de los riegos que corría en caso de que el default provincial se convirtiese en una realidad, o si alguien de mayor jerarquía que la suya en la pirámide de poder lo obligó a dar ese paso, es materia que necesita ser puesta a discusión. Como quiera que sea, trasparenta la falta de idoneidad del personaje. Claro que si Daniel Scioli es nuestro embajador en Brasil y Ricardo Alfonsín lo será en España, ¿por qué no puede Axel Kicillof improvisar en La Plata? Ignorantes sobran.
La secretaria de Finanzas del gobierno nacional ofreció el martes pasado un canje del bono AF, que totaliza un valor de U$ 1637 MM. El menú de opciones consistía en tres bonos nuevos en pesos y uno en la moneda norteamericana. Optimistas a más no poder, suponían sus responsables que habría entre 40 % y 60 % de interesados en el cambio. Cuál no fue su sorpresa cuando, al final del día, se enteraron de que sólo 10 % había aceptado alguno de esos papeles por una cifra de apenas U$ 164 MM.
Con esta particularidad: el pago del bono AF está previsto —si se decidiese honrar el compromiso contraído— para el próximo día 13. Vencerán entonces $ 96.000 MM. Que habrá un nuevo intento de canje el lunes 11 resulta casi seguro. En cambio, no lo es tanto —en atención al tropezón del martes— que sea voluntario o —lisa y llanamente— compulsivo. Sucede lo que cualquiera con dos dedos de frente entendería sin necesidad de que venga un profesor emérito de finanzas a explicárselo: esos U$ 96.000 MM presionarían de una manera acusada sobre la brecha cambiaria y complicarían el reperfilamiento de la deuda que planea realizar el gobierno.
Con esta particularidad: el pago del bono AF está previsto —si se decidiese honrar el compromiso contraído— para el próximo día 13. Vencerán entonces $ 96.000 MM. Que habrá un nuevo intento de canje el lunes 11 resulta casi seguro. En cambio, no lo es tanto —en atención al tropezón del martes— que sea voluntario o —lisa y llanamente— compulsivo. Sucede lo que cualquiera con dos dedos de frente entendería sin necesidad de que venga un profesor emérito de finanzas a explicárselo: esos U$ 96.000 MM presionarían de una manera acusada sobre la brecha cambiaria y complicarían el reperfilamiento de la deuda que planea realizar el gobierno.
Está claro que el pago de los U$ 250 MM fue la medida más atinada en razón de lo que se halla en juego. Podría decirse que finalmente en las filas kirchneristas primó la cordura. Pero quedan en el camino unos cuantos interrogantes que en los mercados no dejan de preocupar. En una palabra, le meten ruido a una negociación —de suyo complicada— que lo último que necesita son posiciones maximalistas o caprichos de carácter ideológico. Cuanto no termina de entenderse es por qué Axel Kicillof tensó la cuerda de tal manera. ¿Cómo fue posible que desde la Casa Rosada se le permitiese actuar de una forma tan desordenada (por decir lo menos)?
El Fondo Monetario Internacional y la totalidad de los bonistas involucrados en el intríngulis de la deuda argentina tienen la impresión, después de lo sucedido, de que no existe de parte de la administración kirchnerista una posición clara respecto de lo que debe hacer. Da la impresión de que las improvisaciones sobre la marcha reemplazan en este caso a una estrategia consistente con el nivel de seriedad del asunto y el grado de debilidad de nuestro país.
Esto recién empieza y el primer round no nos ha sido favorable.
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