14 de octubre de 2019
Una falta de respeto al electorado y a la palabra debate
(Foto: Adrián Escandar)
Por Roberto Cachanosky
Como era de prever, 6 candidatos a presidente debatiendo al mismo tiempo con 2 minutos para cada uno para exponer, es lo que menos puede parecerse a un debate serio. En rigor esta ley de obligar a debatir es una ley sancionada por legisladores que, cuando no les conviene, no bajan al recinto del Congreso a debatir un proyecto para no dar quorum. Realmente patético que quienes dos por tres se niegan a dar debate, sancionen una ley para obligar a debatir a los candidatos. En otras palabras, los políticos argentinos se manejan con reglas de utilería. Siguen careciendo de seriedad por los cargos que ocupan y se hace como que se debate pero en realidad no se debate en el estricto sentido de la palabra, ya que debatir implica intercambiar ideas. El solo hecho de dedicarle dos minutos por candidato a debatir un largo complejo tema como es el económico, es una falta de respeto al electorado y a la palabra debate.
Dicho esto, el tema económico fue totalmente previsible. Macri tratando de mostrar que lo peor ya pasó y ahora están sentadas las bases para empezar a crecer. Una débil defensa de groseros errores económicos cometidos a lo largo de estos cuatro años. Por su parte, Alberto Fernández salió de entrada con una violencia e intolerancia hacia Macri que hace pensar que lo de terminar con la grieta no parece convencerlo demasiado. Tratar de mentiroso a Macri de entrada por los resultados obtenidos luce, como mínimo, cínico considerando las mentiras del Indec en la era K de su compañera de fórmula cuando para conocer los datos de inflación teníamos que recurrir a la inflación Congreso porque los estudios privados tenían prohibido publicar sus estimaciones o se dejó de calcular la pobreza para no “estigmatizar” a los pobres. Una confrontación agresiva sin propuestas de solución. En rigor, así como Macri recurrió a su eslogan conocido de lo peor ya lo pasamos, Fernández no se quedó atrás al momento de pintar una solución inviable. La historia de reactivar el consumo para reactivar la economía. Al igual que Lavagna, dice que hay que ponerle plata en el bolsillo a la gente para que aumente el consumo sin aclarar de dónde van a salir los recursos para financiar el aumento del consumo. Es más, cae en una profunda contradicción lógica cuando afirma que primero hay que aumentar el consumo interno porque eso va a permitir exportar más. Con esa afirmación no puede aprobar introducción a la economía.
Del Caño apareció como alguien que fue a dar examen sin estudiar y a sanatear con el verso tradicional de la izquierda: los grupos concentrados, el FMI, los ricos, los pobres y demás frases hechas que hacen pensar que todavía no se enteró que se cayó el muro de Berlín. Y que encima se cayó para el lado del comunismo, aplastando a ese régimen nefasto dictatorial en el cuál él no habría tenido ni siquiera la posibilidad de expresar libremente sus ideas.
Espert hizo una defensa razonable de su propuesta económica dentro de los escasos tiempos que ofrecía el debate. Una pena que no haya querido colaborar en su momento para juntar fuerzas y presentar candidatos a legisladores en vez de buscar sus 2 minutos de “fama” para decir obviedades como candidato a presidente sin ninguna chance de llegar a ganar las elecciones. Los nuevos liberales deberían aprender a no dejarse marear por las cámaras de televisión y creerse que porque el tali de la cámara se enciende, ya tiene votos y fama.
En definitiva, nada importante podía esperarse de este simulacro de debate, por los tiempos de exposición para cada tema y por la cantidad de expositores. Dicho directamente, fue un “debate” típico del subdesarrollo. Hacer como que se debate para cumplir con una ley absurda.
Por lo demás, en las campañas todos los candidatos tiran frases hechas y vacías de contenido. ¿Por qué habría que esperar algo tan diferente en este simulacro de debate con lo escaso del tiempo para cada uno?
Las ideas de cómo salir de nuestra larga decadencia siguen sin aparecer en la dirigencia política argentina, claramente limitada intelectualmente y abusando de las chicanas como “propuestas” para construir un país.
El verdadero debate de cómo salir de esta larga decadencia sigue dándose en centros académicos, fundaciones y grupos de trabajo y no en la política que sigue mostrando su falta de preparación.
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