11/10/2019 - 21:30
New York y la inmoralidad frente a San Martín, Bolívar y José Martí
Lo que vemos es el desfile de la liberación de los K, que dejan de estar tras las rejas. Un país no es una empresa, ni la política es un gerenciamiento personalista y obcecado.
Cristóbal Lopez queda en libertad desde la superintendencia
de investigaciones federales. Foto: Juano Tesone
Miguel Wiñazki
La columna de los sábados
Una noche de esta semana, aquí en Nueva York desde donde se escribe esta columna, un hombre canoso con anteojos, pullover beige y delgado se acerca a cada auto detenido en un semáforo en pleno Manhattan. Le habla a cada conductor. “Vamos a hacer una protesta de unos segundos, por favor, sepan disculparnos”. Un par de decenas de personas cortan la calle en la esquina en sintonía con la luz roja del semáforo, levantan su voz contra las políticas negacionistas de Trump relativas al cambio climático. Gritan: “Extinction. Rebellion”, es decir, si seguimos así nos extinguimos, debemos rebelarnos. Suenan contundentes y fuertes. Pasan los segundos y atruenan los bocinazos. Los manifestantes liberan la calle con rapidez. Acá también protestan. La protesta y la divergencias son las claves del sistema. Pero protestan, en general, de otro modo.
Como sugiere Paul Auster, caminar por las calles rectilíneas de Nueva York, con lluvia o con sol, con frío o con calor, sin un destino concreto es la experiencia de la inmersión en un espacio inagotable. Uno se pierde, sugiere Auster, y tal vez tras perderse uno se encuentra a sí mismo. Eso se desprende de sus textos, aunque también es posible perderse y perderlo todo como Dustin Hoffman en Perdidos en la Noche.
Hay mil y un acentos audibles en cada esquina, un millón de aromas yuxtapuestos, y algo más, algo intangible y muy profundo que atraviesa la diversidad inabarcable.
Hay un let it be que lo mueve todo. Déjalo ser es el lema implícito.
La política está pero no está. New York es más profunda que las coyunturas invasivas del poder gubernamental formal y establecido. Uno puede existir sin los políticos, a pesar de ellos y al margen de ellos. Esa es la sensación de libertad que se percibe a cada instante.
Es verdad que Trump amenaza con su expansividad brutal a esa autonomía respecto de la política diaria y de sus ajetreos, pero no alcanza a devorar todas las conversaciones y todos los instantes. Los políticos son efímeros y New York no. Claro, tal vez ésta sea una percepción idealizada, sobre todo porque uno no vive en New York sino en Buenos Aires, que es hoy tan belicosa y que supo ser tan leve y profunda “como la materia sutil de un poema concluido”, diría Leopoldo Marechal. Otros tiempos, también idealizados.
Lo que estamos viendo y viviendo ahora sin idealismo posible es el desfile de la liberación concatenada de tantos compañeros K que van dejando sus habitáculos tras las rejas. Podemos acordar en que nadie debiera estar detenido si no tiene condena firme. Claro, entonces deben salir en libertad otros miles de presos por la misma razón. Pero la mayoría de los encarcelados no tiene los millones de la camándula que salen desencadenados sin gloria pero ya sin pena ni arrepentimiento moral y con el amparo de la veleta de la Justicia que gira según los vientos.
Y más allá de eso: ¿dónde está la plata?
¿No la devuelven? Porque se la llevaron y los billetes no aparecen.
Algunos guardianes protectores de CFK y los suyos afirman que no hubo delito en muchos de los casos que son juzgados, pero conceden que son hechos que admiten un cuestionamiento moral.
La legítima inmoralidad; un concepto muy conveniente para la villanía con carnet.
Y además, sí hubo delitos.
Aquí en New York, Daniel Muñoz, el secretario de Néstor Kirchner, había comprado dos departamentos apabullantes frente al Central Park, en lo que había sido el legendario Hotel Plaza.
Frente a los pisitos adquiridos por el difunto secretario hay tres esculturas ecuestres en Central Park que celebran a Latinoamérica: San Martín, Bolívar y José Martí se yerguen en bronce y como emblemas morales que probablemente Muñoz y sus superiores y cómplices no hayan visualizado.
Alguien con presencia protagónica en el Frente de Todos dijo con realismo: “Aún así ganamos en las PASO”.
En las primarias, buena parte de la sociedad optó por ignorar los millones choreados. Hay que analizar en profundidad por qué.
Es una pregunta que vale para el oficialismo, para la oposición y para la sociedad en general.
No se asume el hecho de que la corrupción produce pobreza y piedra libre para el mal.
Años atrás María Julia Alsogaray también había comprado una propiedad opulenta con dinero malhabido frente al Central Park. El esnobismo y la corrupción siempre vuelven. Y la sociedad perdona.
Un país no es una empresa, ni la política es un gerenciamiento personalista y obcecado. Y tampoco es un país una calesita que ofrece la sortija de la impunidad a quien se presume que se acerca al poder.
Entre esos dos fracasos navegamos.
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