20 de octubre de 2019
No pidamos mucho: al menos debatieron algo
Por Alejandro Fargosi
Tuvimos el segundo debate, esta vez sobre Seguridad, Empleo, Producción e Infraestructura, Federalismo, Calidad Institucional, Rol del Estado, Desarrollo Social, Ambiente y Viviente.
Los participantes principales mostraron actitudes distintas: Alberto Fernández incrementó su preocupante agresividad, no hizo ninguna propuesta concreta y negó cualquier posibilidad de errores propios durante su gestión de seis años.
Pese a ser profesor de Derecho Penal, admitió haber visto corrupción y no haberla denunciado, sino renunciado, algo que además hace difícil de entender cómo aceptó ser designado por CFK, presidenta en la época en que él vio esa corrupción.
Hablando de CFK, llama la atención que Fernández ni siquiera la haya mencionado por cortesía, como sí hizo Macri con Pichetto. Una campaña rarísima en la que para ganar pareciera que hay que esconder a la persona mas poderosa del PJ en la actualidad.
Debe admitirse que Fernández ha sido coherente, sí, con los durísimos ataques que le prodigó a Cristina Kirchner, después de ser su Jefe de Gabinete y antes de ser su designado candidato a presidente.
Mauricio Macri fue diferente: con actitud mas firme y rotunda, enumeró obras y logros innegables, pero también admitió errores y falencias de su gestión en materia económica.
Fueron respetables un héroe de guerra e idealista como Gómez Centurión, un liberal con propuestas explícitas y concretas como Espert y un ex ministro de economía que no tuvo que huir del cargo, como Lavagna, pero admitamos que hubiese sido mas productivo limitar este debate a los dos candidatos entre quienes se definirá la elección. Así los hubiésemos podido oír mucho mas y hasta quizás hubiesen debatido en el sentido estricto de la palabra.
Desgraciadamente, los candidatos no debatieron sino expusieron sus ideas, algunos con simples generalidades y otros con propuestas concretas, mientras Fernández hizo del ataque a Macri su única táctica.
Esto no fue accidental, porque sus respectivos equipos habían consensuado reglas de debate poco elásticas, con demasiadas limitaciones a la espontaneidad de los protagonistas.
En suma, la gran falencia de este debate ha sido que no hubo debates sino discursos. Pero la política es el arte de lo posible y lo único posible por ahora ha sido ha sido este formato, que nos deja con ganas de mas y de mejor.
Obviamente, un abogado como Fernández está más cómodo en esta especie de audiencia no judicial, que un ingeniero como Macri. Pero eso no implica que los votantes prefieran al debatidor, si solo ataca y agravia. Quizás la gente común prefiera al hacedor, al hombre concreto, que quiere construir y no solo pelear. El tiempo lo dirá.
En una campaña es natural que existan cruces vehementes y hasta gestualidades opinables: ocurren en la vida real y los votantes tienen derecho a ver a los candidatos en tensión, dado que no los están eligiendo para sereno de un museo sino capitán de un barco en una tormenta perfecta. Claro que lo cortés no quita lo valiente, y si el único contenido de una propuesta es denigrar al rival, no parece haber un futuro votable. También veremos si esta táctica del kirchnerismo tuvo sentido.
Con todos sus defectos estructurales, el debate ha sido positivo pese a que sigamos lejos de ideales anglosajones.
Somos una democracia mediterránea, todavía en formación. Pedir a los candidatos, a la Cámara Electoral, a los moderadores y a los asesores, que sean bálticos, es utópico.
Capitalicemos lo que se logró: que debatieran al menos algo.
Limitarnos a la crítica agria de gabinete intelectualoide sería el equivalente discursivo de pretender que la Argentina salga de su abismo en pocos meses. Es pretender magia.
Nuestra cultura cívica está devastada desde hace décadas, como lo están la cultura del trabajo, la del disenso, la de la educación y hasta la del tránsito.
Para reconstruirlas hay que hacer lo que se hizo: empezar, corregir, evaluar, avanzar mas de lo que se retrocede, mejorar, esforzarnos, trabajar… trabajar mucho. Muchísimo.
Terminemos con ansiedades adolescentes que dan buenos títulos pare los medios, pero solo conducen a frustraciones.
¿Pudo ser mejor? Sí. ¿Pudo ser peor? También.
Pasaron los debates, casi terminan las campañas y su inevitable letanía de mentiras, golpes bajos, exageraciones y promesas incumplibles.
Pensemos ahora a quién queremos votar y qué haremos cada uno de nosotros si no es elegido quien preferimos.
Mi respuesta es rotunda: el día siguiente de la elección, habrá pasado el momento de la pasión y el compromiso y, como dice Fidanza, será imprescindible intentar lo que nunca se ha logrado mas allá de la retórica: consensos básicos sobre el rumbo de la política, la sociedad y la economía.
Porque si no, retrocederemos en vez de avanzar.
El autor es abogado, ex consejero de la Magistratura.
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