lunes, 10 de junio de 2013

REFLEXIONES: DEMOCRACIA COMO CIVILIZACIÓN






10/06/2013
REFLEXIONES: DEMOCRACIA COMO CIVILIZACIÓN
Por el Rabino Sergio Bergman (*)

La migración conceptual de Democracia a Civilización es un primer paso indispensable para integrar espíritu y naturaleza en la construcción de una realidad social en la que los individuos sostengamos consensos que nos permitan afirmar el principio de que somos civilizados. La civilidad de lo humano no se declama ni se realiza en el orden jurídico, se sustenta en la práctica lo que somos con lo que hacemos. Somos civilizados si hacemos civilización, somos buenos si hacemos el bien, somos justos si hacemos justicia. Comprendido en este orden, lo jurídico es garantía e instrumento, mientras que la praxis es el fundamento.

La Constitución así entendida es institución de prácticas que compartimos, como el bien común, y que están garantizadas por la Ley que sostiene un orden jurídico en el Estado de derecho. Este Estado de derecho no es el orden natural de lo humano sino que es el orden espiritual, ya que incluso siendo tan sofisticados como somos, sin este orden es muy probable que despleguemos la naturaleza más animal y bestial, en detrimento de los atributos del espíritu que nos hacen definitivamente humanos. Aún cuando vivimos en las bendiciones del Estado de derecho, convivimos con las maldiciones de la degradación humana, con aquellas formas que las leyes condenan como comportamientos en los ciudadanos pero que, aun así, emergen como un síntoma de la enfermedad del espíritu de nuestra humanidad.

La ley no modifica la naturaleza sino que la encuadra en las normas determinando desde lo jurídico el bien y el mal, lo que se puede y no se puede, fijando un límite real y concreto para el libre albedrío, mientras que los valores y las virtudes del espíritu son los que forman, orientan, guían, hacen posible en lo concreto el espíritu de lo humano.

Entonces, esta síntesis entre ley y espíritu a la que definimos como "espíritu de la ley" nos permite afirmar que la piedra angular de nuestra construcción social es el valor, los valores en general, en tanto que es este el que determina tal espíritu. La ley es fundante para el orden social, y lo es para la Nación expresada en su Constitución. Por lo tanto, debemos ofrecer una nueva mirada sobre la ley que nos gobierna como orden y que es gobierno como Estado. Esta nueva mirada traspasa el velo formal y jurídico de la ley para revelar los valores que esta sostiene que hacen posible con-vivir la nación como utopía, que aun sin estar realizada orienta nuestra labor política, económica, social educativa, espiritual, en definitiva, nuestra vocación cívica. 

En este estadio se hace indispensable la pedagogía del sistema de valores en el que vivimos —o más bien en el que aspiramos a vivir— que está exclusivamente garantizado en el gobierno de la ley a la que debe subordinarse el gobierno de los hombres. El ciudadano encarna la ley de la nación, como el cuerpo encarna el espíritu en el ser humano. No se es ciudadano sino en la ley, como no somos humanos sino en el espíritu. Ley y valores se funden en una unidad indivisible, común, que es lo que le da unidad de sentido a nuestra realidad existencial. Como sociedad que vive en democracia, es indispensable la pedagogía de los valores en los que sostenemos la ley, para que el salto conceptual, existencial y cualitativo de democracia, es decir el gobierno del pueblo, sea conscientemente transferido a la Constitución Nacional como expresión concretada de nuestra civilización. 

El pueblo gobierna a través de sus representantes según la forma que establece la Constitución, que en nuestro caso argentino es democrática. Esta ley, que es nuestra carta magna como ley superior, se sirve de una ley inferior que como aparato jurídico implementa en el ámbito de lo real el espíritu de esta ley. En la democracia argentina afirmamos, con la Constitución, una forma de gobierno representativa. Con esta afirmación no sólo decimos que "el pueblo no gobierna ni delibera sino por medio de sus representantes" sino que, como aquí hemos presentado, sostenemos que el primer paso pedagógico para la formación ética ciudadana es entender que el gobierno del pueblo en primer lugar le transfiere el mandato de gobierno a la ley, que está encarnada en la Constitución Nacional, y es ésta, la Constitución, la ley que nos gobierna, la que establece los mecanismos de elección, representación, gestión y administración de gobierno que tomarán los hombres para servir a la ley de la nación.

Esto, en definitiva, es servir al pueblo que la ha instituido como orden superior. Nada ni nadie por encima de la ley, es la garantía de que el poder es de la ley y no de los hombres.

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