18/04/2020
El Apocalipsis, los mesianismos, la propaganda y la tentación de poder
En la Argentina, la historia de la salvación a manos de un jefe arraiga en la cultura política.
La era del barbijo. Un grupo de voluntarios que colaboran
en la lucha contra la pandemia en Miami. Foto: AFP
Miguel Wiñazki
Todos los textos apocalípticos de la historia, desde el Apocalipsis según San Juan hasta los innumerables que lo precedieron y que también predecían el fin del Mundo tanto en las profecías de las religiones paganas, como en el Antiguo Testamento, se sostienen en un hilo narrativo común: habrá grandes tribulaciones, un Anticristo u otro monstruo análogo con miles o millones de rostros, que nos asolará sorpresivamente, con peste, guerra y muerte. Pero gracias a un Salvador, todos seremos redimidos y arribaremos a un mundo mejor. El mesianismo suele resurgir tras los desastres.
Se enuncian inmensas catástrofes cósmicas, que por lo demás acontecieron reiteradamente a lo largo de la historia, y se profetiza al fin la aparición de un liberador, que se habrá de encargar además una vez vencedor, de juzgar y de condenar a los réprobos y pecadores de toda índole.
Habrá a posteriori una regeneración moral impuesta por el redentor. El Apocalipsis deviene de una inconducta colectiva, de acuerdo a las visiones teológicas, o mejor dicho -afirmaremos aquí- teológico-políticas. El redentor sobrepasará en gloria a sus predecesores y gobernará junto a una corporación de deudores de sus méritos salvacionistas, que llegarán a Palacio con todos los privilegios concedidos a sus lealtades.
Alejandro Magno, siglos antes de Cristo era concebido como el Salvador, que derrotaría según su soldadesca y sus aliados al último impío, al demoníaco emperador final de las latitudes que esclavizaba.
No sólo en Argentina, pero en Argentina particularmente, siempre se verifica una predilección por los liderazgos fuertes, por los autoritarismos aureolados por su propia propaganda, por los corporativismos que se aúnan y conjugan alineados para imperar sin el escrutinio de la oposición.
China, a fuerza de murciélagos afiliados automáticamente al Partido Comunista y por eso mismo absueltos de todo control bromatológico, no sólo exportó los virus vampirizados al planeta entero. Quedó eximida aquí (en general) de la crítica imprescindible por la manipulación y el uso de la información, por las demoras en la comunicación a las organizaciones responsables de monitorear la salud universal, y por la cárcel a la que sometió a ciertos científicos que se animaron a advertir que el infierno ya golpeaba a la puerta.
Emmanuel Macron ha dicho ahora con criterio que “China deberá responder algunas preguntas difíciles”.
Es así, pero en la Argentina algún hilo de plata, de yuanes y de alguna base militar o paramilitar, nos sigue uniendo a China, a Cuba desde luego, y a ex jefes de Estado autocráticos como Rafael Correa, Evo Morales, e incluso a ese monumento al dictador: Nicolás Maduro.
Murciélagos a cambio de petróleo de Vaca Muerta no parece un mal negocio a futuro, para Beijing.
No se trata justamente en éste texto de azuzar el nacionalismo, todo lo contrario, pero sí de intentar auscultar el funcionamiento del corporativismo periférico, tan afin a éstas latitudes.
Hay un cierto reacomodamiento corporativo con el coronavirus. Todos sin discordias detrás del “Comandante en Jefe”, con la sólo excepción quizás de su compañera más próxima, su Majestad, que no se subordina ante nadie y menos ante su propio ungido.
Dicho sea de paso, la nominación del presidente como “Comandante en Jefe” tal vez no fue la más feliz. Con Presidente bastaba, eso incluye su jefatura militar, que con que ser tácita no dejaba de existir. Toda comandancia puede volverse renuente a la divergencia y a la crítica. Y ese sería la peor de las opciones.
La visión teológica del Salvador que derrota al Anticristo, proviene de la narratología bélico política. El que vence salva.
Y el peligro a posteriori de este pandemonium será encarnado por los que quieran subirse al trono de los salvadores, merecedores de la reverencia y de la obediencia de los salvados.
En Europa también están tentados con el populismo en diversos países y en España, con Podemos aliado al poder gobernante, la tentación es fuerte.
Pero en la Argentina la historia de la salvación política a manos de un partido dominante o de un jefe o de una jefa pretoriana arraiga en lo más profundo de la cultura política de prosapia ya arqueológica.
El coronavirus alineó planetas que pudieran haber sido divergentes en otro momento. Parece lógico hoy. ¿Será lógico mañana?
La tentación de sumar poder bajo el manto viral de la enfermedad puede ser grande, subrepticia y descontrolada.
El fin del Mundo aconteció innumerables veces. Y produjo bajas atroces. La historia es también la historia de las calamidades. Pero después del fin, el Apocalipsis queda atrás.
La vida vuelve.
Sin salvadores, sin líderes mesiánicos y sin estrépitos triunfalistas será mejor.
De lo contrario, todo podría ser todavía mucho peor.
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