domingo, 6 de octubre de 2019

Humor Político

Clarín



05/10/2019 - 22:01



Si es martes, debe ser Catamarca

Tío Alberto reza para que nadie del kirchnerismo haya dicho alguna barbaridad.



Un cartel de apoyo a Macri en el acto de campaña que
hizo este sábado en Mendoza.
Foto Ignacio Blanco (Los Andes)





  ALEJANDRO BORENSZTEIN



Al Gato le vendieron la idea de recorrer 30 ciudades en 30 días. Caminando el territorio la podemos dar vuelta, le dijeron. Si alguien le quería complicar la vida al Presidente no podría haber pensado algo peor.

En algún lugar de la Argentina son las 6 de la mañana. El Gato abre los ojos. El colchón de la cama es un flan. Le duele todo. Un ventilador de techo gira lento haciendo chirrido. El reflejo del amanecer se cuela por las hendijas de la persiana iluminando a los ácaros. Hay olor a pucho y a humedad. Cama vacía, sin Juliana. "¿Dónde carajo estoy?", piensa el Presidente. "Podría ser Saigón pero no creo". Se aviva de que está en pleno The Cat World Tour, el plan de Marcos Peña para pasearlo por todo el país y dar vuelta la elección. Se incorpora. Con los pies tantea el suelo en busca de las pantuflas pero no las encuentra. "Puta madre, me las dejé en el hotel de Junín", piensa. Mira de reojo el baño reciclado en los ‘80. Sobre la silla hay una toalla grande y una chica puestas en forma de cisnes como las servilletas de los restaurantes chinos, por encima hay una flor que en realidad es un jaboncito de tocador y un sachet chiquito de shampoo.

"Todo bien con el déficit cero -piensa el Gato-, pero podrían haberme mandado a un cuatro estrellas, por lo menos". Le raspa la garganta. En Entre Ríos se fue de mambo con los gritos y ahora tiene el garguero a la miseria. Manotea el celular y ve que es martes. Si es martes debe ser Catamarca. Vamo’ arriba la celeste, la incansable camisa celeste sin corbata que pide a gritos el final de este martirio.

Mientras tanto, en algún lugar de Puerto Madero, Alberto Fernández observa a Cristina paradita con su vinilo de Daniel Viglietti bajo el brazo, apoyada en el Muro de Berlín y canchereando con sus botas rosas de La Joven Guardia. Tío Alberto se le acerca para tratar de explicarle que el mundo ha cambiado, que ahora estamos en el siglo XXI, pero se le cruzan el Cuervo Larroque, Hugo Chávez e Ignacio Copani. Vienen abrazados cantando “…sos un puto de Clarín…”. Tío Alberto se despierta transpirando. Todas las noches la misma pesadilla. Trata de calmarse. Se incorpora y se sienta al borde de la cama. El traje de Alfonsín está paradito esperándolo en el medio del dormitorio. El perro Dylan viene arrastrando la corbata a pintitas. La otra, la de rayas, se declaró en huelga por tiempo indeterminado. El rope le dejó los diarios al pie de la cama.

Tío Alberto no quiere ni mirarlos. Reza para que nadie del kirchnerismo haya dicho alguna barbaridad. Dylan tuerce la cabeza y lo mira como diciendo: tranquilo, ya revisé todo. Cristina no habló. Zaffaroni tampoco. De Vido sigue en cana. Máximo dijo un par de boludeces en un acto pero nada grave. Alberto se tapa la cara con la almohada y ahoga su matinal grito de guerra ¡Mmmme cago en La Cámmmmpora y LPMQLP!!. Ahora sí, respira hondo y se levanta.

El Gato agarra el Olé que dejó en la mesa de luz y se va al baño. Piensa que, aunque es muy difícil, todavía se puede dar vuelta. Se mira al espejo y habla solo: "La verdad es que la aparición de Fernández nos complicó todo. Remontar esto sería épico. Tenemos que mantener la esperanza. Qué macana. Hasta el penal de Borré se bancaba pero el gol de Nacho Fernández nos dejó casi afuera. Veremos qué pasa en la Bombonera". Levanta la persiana y ve un grupito de señoras que gritan “¡Sí se puede, sí se puede!”. El tipo saluda haciendo visera con la mano para que el sol no le incendie los ojos. "Uff, que día largo me espera, mi Dios".

Tío Alberto ya tiene el traje de Alfonsín puesto. Se hace el nudo de la corbata, después se lava los dientes y finalmente se pega una duchita rápida. Café negro liviano, una tostadita con queso blanco y una naranja. Nada más dijo el doctor. Revisa la agenda del día. Está bastante bien organizada. A la mañana tiene reunión con los sindicatos para estudiar la recuperación del salario real y luego se junta con Ofelia Fernández y una parte del colectivo femenino. O sea una mañana de dólar bajo y pañuelo verde. A la tarde le toca dólar alto y pañuelo celeste. O sea, se junta con los exportadores agropecuarios y después extensa charla con Manzur en Tucumán. Manotea el celular.

"¿En qué viajamos?", pregunta el candidato preocupado porque todavía no ganó y ya tiene al gremio de los pilotos en contra. Tampoco se quiere quemar viajando en AeroManzur, la línea aérea tucumana que el gobernador usa para lo que se le canta. "Qué injusta que es la Argentina", piensa el Tío. "Está llena de gobernadores que hacen cualquier cosa con los aviones y los helicópteros provinciales sin que nadie les diga nada y se la agarran con el pobre Manzur que es tan trucho como los otros. Cuando sea presidente voy a terminar con la desigualdad federal", piensa Tío Alberto y ya tiene hambre otra vez. Sale Cindor con medio pan dulce. Qué rico. Así la vida es otra cosa.

El Gato también manotea el celular y abre al WhatsApp. Marcos está en línea. "¿Estás seguro que la damos vuelta?? No me hagas hacer esta gira al pedo, ¿OK?". "Confiá en mí", le dice el jefe de Gabinete. Lo mismo le dijo dos días antes de las PASO, piensa el Gato pero calla piadosamente. "No me vas a hacer perder contra un tipo que, seis meses atrás, no sacaba ni el 1% y que hace un año caminaba por la calle y no lo conocía ni el loro". Peña le explica que no es momento de cuestionarse: "Vamos para adelante. Somos la esperanza de millones que quieren un país más republicano. No podemos aflojar". El Gato confía en su equipo pero igual duda. Le preocupa Lilita. "El Frente de Todos también tiene su loca, pero la esconden. Nosotros a la nuestra la subimos al escenario. ¿A vos te parece, Marcos?". No hay respuesta. El celular se queda sin batería. "¡No me digas que me dejé el cargador en el hotel de Bahía Blanca! Mi Dios, qué hago acá en lugar de estar en casa con Juliana".

Los asesores de Fernández llegan al departamento. El Tío camina alrededor de ellos con la guitarra colgada al cuello. "Anoten: vamos a bajar impuestos, aumentar jubilaciones, darle créditos a las pymes, ponerle plata en el bolsillo a la gente para reactivar el consumo y generar empleo, eliminar el déficit fiscal y cumplir con los pagos de la deuda. ¿Está claro?". Los asesores se miran. "No se preocupen, cuando se aviven de que no hay manera de cumplir con esto ya vamos a estar en la Rosada. Pelito para la vieja. Después vemos. Vamos, es hora de arrancar. El médico me dijo que tengo que caminar. Traigan el auto".

El Gato ya está reunido con sus asesores en el salón familiar del hotelito. Hay unos sandwichitos de miga que quedaron del casamiento de anoche. Pocos y con las puntas para arriba. Habla el Presidente: "Sacamos el IVA a los alimentos, le dimos crédito a las pymes, otorgamos el bono, bajamos el Impuesto a las Ganancias, congelamos las tarifas, descuentos del 50% con tarjetas de bancos oficiales, limitamos la indexación de los créditos UVA y anunciamos que mantenemos el déficit cero para que el FMI no nos abandone. Que Dios nos ayude si ganamos. A partir de hoy, en nuestra fórmula presidencial no hay más un peronista. Hay dos".

Tío Alberto tiene la mirada perdida en los diques de Puerto Madero. El Gato, en los cerros.

En una semana se verán las caras en Santa Fe, el primero de los dos debates presidenciales. El Gato quiere ponerse en forma. Elonga hasta tocar los pies con la punta de sus dedos sin flexionar las rodillas. Despues se clava 20 gotitas de Rivo.

Tío Alberto ni siquiera intenta las flexiones. Abre el portafolio y le entra a las dos bolas de fraile que siempre lleva de canuto.

No es fácil la campaña para un político. Todavía les falta lo peor.

A nosotros también.

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