08/01/2020
Debate
Solidarios con la plata ajena
27/12/2019. Largas colas para cobrar el bono a jubilados,
este fin de año. Foto: Lucia Merle
Osvaldo Pepe
Señor Presidente, señora Vicepresidenta. Soy un jubilado joven. Tengo 67 años, hace dos que pasé a retiro, después de dedicarle mi vida al periodismo, con perdón de la palabra. Pertenezco a la generación de los baby boomers, los que nacimos en la posguerra. Por entonces, el sistema previsional, según consenso entre los expertos, tenía alrededor de tres aportantes por cada jubilado. Y la solidaridad era una ley no escrita en las barriadas populares, que en mi infancia aún disfrutaban los retazos de prosperidad del peronismo originario.
Crecí en un vecindario de clase media baja, con puertas abiertas y manos tendidas al prójimo, en donde venerábamos a “los viejos” de la cuadra. Para ellos la jubilación no era un castigo: era un premio y un reconocimiento. No había pobres, trabajo no faltaba jamás y la inflación merodeaba por allí, agazapada, pero no era un calvario como en estos tiempos.
De pronto, pareciera que la vida se me pasó en un parpadeo fugaz, como nunca hubiese imaginado. Y acá estoy, señor Presidente, señora Vicepresidenta. Juro que hice todos los deberes, estudié (soy universitario), trabajé desde los 19, siempre en blanco, aporté al sistema previsional durante 47 años. También ahorré: ¿debo disculparme por esto último? Agradezco a la vida, y a las enseñanzas de mis viejos -que apostaron todo al ascenso social de sus hijos a través de la escuela pública- haber sido portador de aquel modelo cultural que marcó para siempre mis días.
Ahora resulta que el Gobierno que encabezan usted, Presidente, y usted Vicepresidenta (disculpen la mención a dúo, pero a veces caigo en una confusión de roles, responsabilidades y mecanismos de decisión que se cuecen en el poder), ha resuelto que la solidaridad ya no es un sentimiento, una espontánea empatía con el otro que me necesita, sino una ley, la 27.541, llamada de “Solidaridad Social y Reactivación Productiva”, en el marco de la “emergencia pública”, que obliga a ser solidario indiscriminadamente.
Es fácil ser solidarios con la plata ajena. La mía (el quintil más alto), la de los haberes medianos y aún la de los más bajos entre los jubilados “comunes”. Porque hay de los otros, claro. Los que tienen coronita.
Quisiera señalar un error de concepto en todo esto. La solidaridad del sistema previsional de reparto que rige en el país no es personal, sino intrageneracional. No se refiere al monto que se cobra conforme a los aportes efectuados, sino al mecanismo operativo que mueve las ruedas para que el sistema funcione. Solidaridad no es recortar los ingresos de “los jubilados pudientes” para cuidar la clientela de “los que menos tienen” con aumentos discrecionales por decreto y, de paso, “congelar” la fórmula de movilidad, justo cuando venía un aumento de 11,56% en marzo y otro estimado de 14% o 15% en junio, que al menos hubiesen atenuado la despareja carrera contra la inflación.
La solidaridad previsional consiste en que los trabajadores activos financian con sus aportes los haberes de los pasivos. En mi caso, redundo, fui solidario durante 47 años, el último cuarto de siglo con ingresos de alto nivel y aportes en consecuencia. Hoy la proporcionalidad intrageneracional está quebrada. Es de alrededor de 1,3 activo por cada pasivo. Y ahora resulta que el aumento de Macri, tan vituperado en su momento, “no es sustentable”.
En criollo: dicen que no se puede pagar. Y no es que Macri haya beneficiado a los jubilados, precisamente: en su gestión las jubilaciones perdieron poder adquisitivo y aplicó seis meses después un retroactivo por la movilidad.
El sistema previsional hoy da beneficios a 6,9 millones de jubilaciones y pensiones, de los cuales 4,4 millones cobran la mínima. Además, está el pago inobjetable a la Asignación Universal por Hijo y otros beneficios, también irreprochables. Es decir que el sistema no colapsó por la movilidad macrista, sino -entre otras cuestiones- porque más del 70% de quienes cobran la mínima se incorporaron mediante “moratorias políticas”, es decir sin los aportes pertinentes.
No olvidemos la incidencia de los empresarios que pagan en negro, además de los fondos acotados de monotributistas y de personal doméstico. Poco ingreso para el mismo gasto creciente. En uno de mis últimos reportajes en Clarín, Alieto Guadagni me dijo: “Con la reforma de los Kirchner también se jubilaron señoras de barrio Norte que toman té con sus amigas en el Patio Bullrich.” Digo yo, perdonen la ignorancia y la ingenuidad, ¿esa plata no podría haber salido de otro lado? ¿De un fondo especial creado ad hoc con aportes de la clase política y de las jubilaciones de privilegio de magistrados de la Corte, jueces, legisladores y demás honorables señores de la decadencia argentina? ¿Será una cuestión corporativa, que los necesitan y a los jubilados ya no? No cuestiono que los que no pudieron aportar reciban ahora la protección del Estado. Digo que el dinero no debió salir de la ANSeS. Sacarle a un jubilado para pagarle a otro no parece buena idea. Días atrás, se le fue la lengua al ministro de Trabajo, Claudio Moroni, y sinceró lo que quiere el Gobierno: achatar la pirámide de ingresos jubilatorios porque considera que la brecha entre unos y otros es muy elevada. Pasó por alto los aportes de cada extremo de la pirámide durante toda una vida. Unos aportaron mucho, quizás demasiado, y otros poco o nada. ¿La plata de los bonos de fin de año y los próximos aumentos de suma fija y por decreto de dónde salieron y saldrán?
Pregunta retórica. Siempre del mismo bolsillo. No me lo hagan decir otra vez. La gran perinola nacional nunca se detiene en el “todos ponen”. A mí y a unos cuantos más nos toca el “siempre pongo”. Lo de podar los ingresos de las jubilaciones altas no es nuevo. El kirchnerismo ya había hecho punta entre 2003 y 2006 con el atajo de congelar los mejores haberes en beneficio de los más bajos. Hasta que el caso Badaro explotó y los juicios vinieron en catarata. Duhalde había iniciado esa política en 2002.
No es solidaridad, Presidente. No lo es, señora Vicepresidenta. Tampoco es magia, usen la palabra prohibida del falso progresismo: es ajuste. ¡Se han metido no sólo con las jubilaciones altas, sino con las de quienes ganan $ 20 mil! ¿Equilibrio fiscal con plata de jubilados? No son originales, ya se lo había pedido el FMI a Macri. ¿Vienen por más, Presidente? ¿Vienen “por todo”, Vicepresidenta? No me argumenten como excusa que la ANSeS es también financiada con fondos del Tesoro porque para pagar jubilaciones no alcanza sólo con los aportes.
Ahí también soy de los primeros de la fila. Ese dinero faltante también sale de mi bolsillo: como jubilado me descuentan Ganancias cada mes (y cómo), pago Bienes Personales por mi osadía de tener junto a mi compañera de siempre un auto cada uno, una casa en un barrio cerrado de clase media (vivienda única) y una jubilación cada uno. Un alto funcionario del staff de Kicillof llamó “ricos” a ese segmento patrimonial. Para encontrar ricos hasta el descaro debería mirar bien al Sur del país. Lo olvidaba: también estoy al día con el impuesto Inmobiliario Urbano, la tasa municipal, el pago de las tarjetas. No le debo un peso a nadie. Y pago “fortunas” en remedios cada mes. No se metan con mis cuatro stents, que me mantienen vivo. Por favor, no me jodan más, ya bastante tengo con haberme pasado la vida laburando.
Osvaldo Pepe es periodista. Fue secretario de Redacción de Clarín durante 25 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario