lunes, 20 de enero de 2020

La historia de nunca acabar

Informador Público



20/01/2020


La historia de nunca acabar

 por  Elena Valero Narváez



“La propiedad no es solo un reclamo, sino un conflicto de reclamos, sobre algo que escasea, y los derechos de propiedad son la acción concertada que regula este conflicto”. John R, Commons.


Todo ser humano quiere lo mejor, pero no todos lo alcanzan, porque los bienes son escasos, de allí que aparecen los conflictos sociales a veces pacíficos y otras impregnados de violencia. Lo curioso es que la mayoría de quienes protestan en las calles despotrican contra el sistema que puede mejorarles el nivel de vida. Odian a los empresarios y la riqueza que generan donde no la hay. Aprueban lo que llaman “justicia social”, consiste en que el Estado les quite a los sectores productivos para que lo reparta entre los pobres.

 “No saben lo que hacen”, se cavan su propia tumba. Justamente le dan vuelta la cara al sistema que se basa en la producción masiva, lo que explica que infinidad de bienes a los que los pobres no podían acceder, hoy puedan gozarlos.

Desde las universidades y los medios de comunicación también se rechaza olímpicamente al capitalismo, aunque vivan holgadamente del sistema y a pesar de los datos inequívocos que les da la historia sobre el socialismo real.

Es así que los que se dedican a la política llegan a las más altas esferas del poder con ideas que destruyen la economía, pretendiendo dirigirla desde el Estado, convirtiéndola en subdesarrollada, despilfarrando y haciendo avanzar la corrupción, fenómeno que se origina en el poder y que se hace mucho mas presente en los regímenes autoritarios donde a los funcionarios se les hace fácil actuar discrecionalmente.

Para que mejore la sociedad es imprescindible que haya acumulación y concentración de capital. En Cuba como en Venezuela la acumulación es poca, por ello lo consumen los magnates, que son los que gobiernan y sus amigos, mientras la gente vive miserablemente. En cambio, en la Argentina de 1862 a 1942, fue la expansión de los mercados lo que permitió emerger un estado moderno producto de las políticas liberales, llegando a tener sus habitantes mejor nivel de vida que los países de Europa occidental.

Mirándonos hoy, parece mentira. Los políticos de hoy buscan solamente votos, por eso no crean, como la generación del 80, condiciones que permitan a las personas ir detrás de sus propios proyectos, y elegir qué quieren hacer de sus vidas.

La democracia, cuando funciona de acuerdo a gobernantes populistas, se basa más en la igualdad que en la libertad. De este modo, se degenera consintiendo a los burócratas de turno, apropiarse de la riqueza que forja el sector privado, mediante un discurso de campaña mentiroso, por el cual se les hace creer a los de menores recursos, que pueden y deben igualarse con los ricos. De ahí que crecen, exageradamente, sus expectativas: pretenden tener muchos más derechos que deberes. Odian la desigualdad sin entender que la igualdad a la que todos podemos aspirar es la igualdad ante la ley, que las oportunidades dependen de ello y de la capacidad, el azar, y otros factores, no de la generosidad del Estado. Algunos fracasan en el intento y otros son exitosos, generando riqueza y progreso si es que no encuentran los obstáculos que, arbitrariamente, por lo general, les presentan gobiernos enamorados de la planificación central. La sociedad civil, tan vapuleada en la actualidad, no es solo la herramienta más eficaz para limitar al Gobierno y para promover la democracia y el pluralismo, tiene, además, un papel fundamental en el afianzamiento del sistema capitalista, también en el de una justicia independiente. La razón es, que este sistema se basa en la propiedad privada y el mercado, ambos necesitan del Estado de Derecho para controlar las acciones invasoras del Gobierno sobre los derechos de la sociedad civil y la propiedad privada.

El desarrollo del capitalismo desde la mitad del siglo XVIII, permitió los avances de la sociedad moderna, de la riqueza material y cultural más grande de la historia, fue reconocido por Marx y Engels aunque predijeran su expiración. En Argentina cuando se llega al poder no se lo recuerda. Se prefiere el ataque al sector privado para quitar el control que pueden tener sobre los actos de gobierno. Cuando la sociedad civil saca pecho mediante la actividad privada aparece uno de los controles más firmes sobre el Gobierno, el cual ya no puede hacer lo que quiere. Se hace más visible a la sociedad, más transparente. Debe dar cuentas de sus actos. Es por ello que el Estado tiende a fagocitarla. Debilitarla es poder ejercer el poder a “piacere”, conseguir votos llenando las empresas estatales de puestos políticos, enriquecer a funcionarios, parientes y amigos, crear empresas fantasmas y otras prácticas corruptas. A más Estado menos democracia, menos libertad, menos transparencia de los que gobiernan.

No habrá progreso sin respeto por la propiedad privada que comienza en el respeto a la persona, y es factor necesario para que se preserven las libertades individuales. Hay que exigir la eliminación de todos los obstáculos que no permiten el desarrollo natural de la actividad económica. El Estado en vez de impedir debería asegurar el funcionamiento del marco normativo que asegure el funcionamiento de la libre competencia y estar solamente donde no llegue el mercado para paliar situaciones de urgencia o necesidad.

La ayuda estatal debe dejar de ser general. Solo se debe dar al que realmente lo necesite y que esa ayuda se acompañe con incentivos para conseguir trabajo. No debe ser una carga demasiado pesada para los contribuyentes. La mejor ayuda no es por coacción, es voluntaria.

En Argentina la política de incentivar el odio a los ricos creó una elite chupasangre: funcionarios del gobierno, sindicalistas, acomodados, protegidos con sueldos enormes y jubilaciones espectaculares, además de los privilegios que les da el poder. Es así que estos “nuevos ricos” no lo son por el trabajo, la creatividad, el riesgo de un proyecto, sino por las facilidades que les da un gobierno acaparador, que con la mentira de los aumentos, licuados por la inflación, mantiene asegurados los votos de quienes prefieren ser esclavos de las dadivas del Gobierno, en vez de buscar el sustento por su cuenta.

La prosperidad de sectores cada vez más amplios de la sociedad dependerá de si se abraza el sistema democrático, republicano y capitalista. Los ejemplos que nos da la historia económica no nos permite dudarlo. La desigualdad es inevitable, no es producto de privilegios políticos concedidos a personas o grupos por amistad o conveniencia, sino consecuencia de la acción electiva de la gente, abierta a la competencia que se da en el mercado y, por lo tanto, puede modificarse porque deviene, espontáneamente, de las acciones de todas los individuos que participan en él.

La Justicia contribuye a la paz social, impidiendo cualquier violencia arbitraria sobre los bienes de las personas, incluso la del poder político. Este último debe ser limitado para que el derecho de propiedad sea estable y perdurable. Se debería rechazar la demagogia populista mejorando la democracia. La competencia de poderes tiende a no ser aceptada por quienes asumen el Gobierno, sobre todo por funcionarios dirigistas e intervencionistas opuestos a la libertad económica.

El cambio político que necesita nuestro país tendría que comenzar por cambiar las ideas de la gente y sobretodo del liderazgo, enseñar que la libertad, el bien más preciado sobre la tierra, aunque algunos no se den cuenta hasta que la pierden, se halla ligada a la idea de propiedad y a la de igualdad ante la ley. Que subsista depende de la forma y contenido que adopte el Gobierno. De él depende también la operatividad de la Justicia.

Todo el que, sin prejuicios, intente ver la realidad tal cual es se dará cuenta que cualquier política que vaya contra el sistema capitalista creará, como lo muestra la historia del Mundo, un monstruo devorador de poder y riqueza. Se cumplirá lo que bien definió Mussolini: “todo dentro del Estado, nada fuera de él”.


Elena Valero Narváez

Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia

Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas

Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas)

Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed Lumiere, 2006

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