domingo, 12 de enero de 2020

No hay república sin batalla cultural

Infobae


12 de enero de 2020

No hay república sin batalla cultural





 Por  Darío Lopérfido




En estos días se entregaron los Golden Globes y la gran noticia mundial no fueron los premios sino los dichos del conductor de la gala Ricky Gervais. Gervais es un humorista excepcional, que tiene como máxima bromear con todo y decir cosas geniales y durísimas. Si no vieron nada de su producción, se los recomiendo: Extras, The office y la bellísima After life, que pueden encontrar en Netflix. En realidad, debo confesar que nunca veo entregas de premios. Me parece insoportable ver a actores millonarios hablando de temas como medio oriente, cambio climático, el hambre en África o la matanza de ballenas, cuando en realidad en esas ceremonias están pensando en sus próximos contratos. Como soy un gran admirador del cine norteamericano prefiero no decepcionarme con las personas que admiro en la pantalla. Sin embargo, esta vez la performance de Gervais lo ameritó.


Volviendo a los Golden Globes, el conductor comenzó haciendo algunas bromas: “Este ha sido un gran año para las películas de pedófilos: Surviving R. Kelly, Leaving Neverland y Los dos Papas”, haciendo alusión a los escándalos de pedofilia que tocan al Vaticano (con algunos escándalos como el de Chile en el cual Bergoglio se puso violentamente de lado del obispo acusado de encubrir pedófilos).


En un momento, Ricky arroja un mensaje de una potencia tremenda a los actores presentes (la gala estaba siendo transmitida en vivo): “Si ganan un premio esta noche, no lo usen como plataforma para un discurso político. No están en una posición como para dar lección de nada. No saben nada sobre el mundo real. La mayoría de ustedes pasaron menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg. Suban, acepten su pequeño premio, agradezcan a su agente y a su Dios y váyanse a la mierda, ¿de acuerdo? Ya son tres horas de duración".



Lo primero que pensé fue qué extraordinario sería que en algún premio de la Argentina hubiera un conductor que les dijera a los actores (gremio colonizado casi totalmente por el kirchenrismo y por un progresismo de bajísimo nivel intelectual) algunas verdades o resaltara alguna de sus contradicciones. El público podría pasar una noche realmente divertida donde se mostrara la idiotez política y la inescrupulosidad que suele mostrar la farándula K. Si los beneméritos productores de esas soporíferas entregas de premios en Argentina me propusieran conducirlas y decir algunas cosas, ya les digo que aceptaría. Hay cuestiones sobre el comportamiento mafioso, tan comunes en estos tiempos, en el que se protege al que es del bando de uno aunque meta la pata. Por estos días echamos de menos a las actrices que denuncian acosos sexuales, pero que callan cuando el acusado es un actor simpatizante kirchnerista. Del mismo modo hicieron silencio cuando el músico Cristian Aldana (hoy en prisión por delitos sexuales) del grupo El otro yo y, casualmente, un activo militante kirchnerista (llegó a ser candidato a diputado del kirchnerismo en 2013) era acusado por sus víctimas. Ni qué decir del kirchnerismo feminista gubernamental sobre el caso Alperovich. La solidaridad (término de moda en el nuevo gobierno) parece servir también para el “compañero” abusador sexual.




En 2016 realicé una denuncia sobre las estafas que se hicieron en la realización de series y telenovelas durante la presidencia de CFK. Se enviaba dinero del ministerio que conducía De Vido a la Universidad de San Martín y desde ahí se gastaban sumas enormes en series y telenovelas en las que los actores K trabajaban siempre y los opositores, nunca. La clave de la estafa radicaba en sacar el dinero de un organismo con cuantiosos controles para enviarla a un organismo con pocos controles. Sólo gobernando la organización delictiva llamada kirchnerismo podía concebirse la burrada de transferir dinero previsto para la obra pública a una universidad que lo destinaba a telenovelas en un mecanismo aceitado para robar y comprar voluntades de actrices y actores que después hacían propaganda del gobierno. Las series y culebrones, dicho sea de paso, no salían al aire nunca: el objetivo era claramente cobrar, no hacer un producto viable.



Este mecanismo se completaba con los programas y los medios de comunicación, propiedad de productores inescrupulosos, donde esa gente del espectáculo iba permanentemente a cantar loas a Cristina y a emocionarse con el recuerdo de Néstor, en un país donde, por otro lado, era imposible medir la catastrófica pobreza porque habían destrozado el Indec. De más está decir que esos programas o medios de comunicación los pagábamos entre todos con nuestros impuestos y con sobreprecios en la obra pública, otro engranaje usado por la empresa Electroingeniería o por Cristóbal López, que compraron Radio del Plata, Radio 10 o C5N con dinero de la corrupción. También existió el abuso de la publicidad oficial en medios como Página 12, en disparates como “678” (Diego Gvirtz) o el grupo Veintitrés (Sergio Szpolski). La cantidad de recursos utilizados para el autoelogio y para el adoctrinamiento de un sector explica la cantidad de fanáticos que se crearon en esos tiempos. Todo con dinero público. El patrimonio de todos los argentinos se usaba para difamar a la oposición y para que entrevistar a las estrellas kircheristas.



Fui criticado, insultado y amenazado por esos actores. Algo parecido les pasó a periodistas como José Crettaz y Alejandro Alfie, que publicaron notas sobre esos desatinos. Al tiempo, la Justicia nos dio la razón y procesó y embargó a Julio De Vido, Andrea del Boca, Luis Vitullio, Liliana Mazzure (ex presidenta del Instituto de Cine) y a Carlos Ruta (rector de la Universidad de San Martín, donde se enviaba el dinero). Como en el mundo K no hay casualidades, es bueno aclarar que Carlos Ruta es amigo y fue productor del actual ministro de cultura Tristán Bauer. Siempre hay que buscar los lazos para entender cómo funcionan los mecanismos de dilapidación de recursos públicos y de armado del “relato K”. Bauer presentó su documental Tierra arrasada, donde se muestra el “desastre” que dejó el gobierno anterior, sin explicar que algunas conductas groseras de la corrupción K generaron ese desastre argentino. Si se midiera la cantidad de cosas que se podrían hacer por los pobres, con algo tan inútil y de dudosa moral como fueron esas series y películas para los actores militantes, se entendería un poco cuáles son algunas de las razones que provocaron que la Argentina sea una tierra arrasada.


Por aquel entonces me ocurrió algo gracioso. Tuve una audiencia de conciliación porque Marta Cascales (esposa de Guillermo Moreno) quería demandarme. El motivo era que yo había dicho que la serie El Pacto la habían producido ella y Alesandra Minicelli (esposa de De Vido). Esta serie, en la que actuaban, entre otros, Luis Ziembrowski y Cecilia Roth (ambos conspicuos kirchneristas), era un producto burdo para apoyar la ley de medios. El asunto fue que conté que dos esposas de funcionarios habían hecho una serie funcional al gobierno de CFK y que, por supuesto, habían recibido dinero público del gobierno que integraban los maridos de ambas. Sólo describí hechos de público conocimiento. Durante la mediación, la señora Cascales no paraba de gritar a la vez que yo le explicaba que solamente había contado algo que estaba acreditado. Le aclaré, además, que no pensaba retractarme de algo que era verdad y que, si lo deseaba, podía hacerme juicio. Fracasó la conciliación y la señora en cuestión nunca me hizo juicio. Lo curioso es que a ella nada de eso le parecía anormal. Para todos ellos la idea acerca de que el Estado en la Argentina es propiedad de los peronistas es la que vale.


Debo decir que cuando di estas discusiones tratando de desmontar los malos usos del kirchnerismo en la cooptación de los organismos de derechos humanos o en el fraude audiovisual no conté con el apoyo de Cambiemos. El miedo a perder los cargos, el temor a los escraches, sumado a un profundo desconocimiento de la historia tuvo a esa fuerza en una posición pasiva; un daño autoinflingido. El gobierno de Cambiemos, que realizó significativos avances en la mejora institucional del país y en la inserción argentina en el mundo, no quiso (o no supo) pelear en la madre de todas las batallas: la cultural. Es enorme la pelea que hay dar en ese terreno en este país. Como dijo el maestro Juan José Sebreli ayer en un extraordinario reportaje en Infobae, “hay que luchar por la batalla cultural que, hasta ahora, viene ganando siempre el populismo”. El adoctrinamiento desde el Estado, el dinero puesto durante años en sectores difusores de ideas, las conductas autoritarias y el clientelismo político en el que está sometida una parte de la población son terroríficos. La dudosa moral de algunos “formadores de opinión” del mundo artístico, periodístico, universitario, y de los decadentes organismos de derechos humanos ponen en jaque a la democracia y a la república. No comprender eso desde los sectores democráticos es suicida. No hay república sin batalla cultural.

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