lunes, 13 de enero de 2020

Cuando la ideología mató a la inteligencia en la Argentina

LA NACION


13 de enero de 2020


Cuando la ideología mató a la inteligencia en la Argentina


Desde los 70 se vive un clima de confrontación que impide el razonamiento y en el que priman las etiquetas descalificadoras




Las ideologías y la inteligencia
Fuente: LA NACION - Crédito: Alfredo Sabat






  Carlos Manfroni
                              PARA LA NACION



La ideología es algo un poco difícil de definir. Ni siquiera el Diccionario de la Lengua Española, siempre tan preciso, llega a abarcar su dimensión y, sobre todo, su capacidad de daño. "Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político", define así la Real Academia.

El problema reside en que la ideología no es cualquier conjunto de ideas, sean de la vertiente que fueren. Lo que distingue a la ideología, que no tiene demasiados años en la historia, consiste en que esas ideas son previas a la experiencia que surge de la observación de la realidad y no se doblegan ante una comprobación diferente.

Ya podemos advertir -y a propósito se escogieron las palabras- que esa misma expresión, "no se doblegan", ofrece una imagen de fortaleza, un carácter positivo robado del terreno de la guerra. En la guerra, lo que se defiende es un territorio o la libertad de una nación y está bien no doblegarse ante el enemigo. Pero pocas cosas muestran tanta debilidad en una persona como la negativa a cambiar una idea o un conjunto de ideas frente a la experiencia de una realidad opuesta a lo que se había concebido de antemano.

Amar a la patria, sí; sin embargo, mis ideas no son la patria, que es anterior y está por encima de mí, y mis discusiones no son la guerra.

Para empeorar las cosas, suele ocurrir que aquello que llamamos "mis ideas" no suelen ser "mis ideas", sino ideas que han sido inculcadas por la propaganda y adoptadas por un conjunto amplio de personas. En ese contexto, la masa de adherentes se percibe como un ejército y el que abandona las ideas es un desertor. Lo que más contribuye al aferramiento a una ideología, a pesar de su refutación por la realidad, es el temor al resto del grupo, a ser calificado de desertor ideológico. En ese sentido, los amigos y compañeros pasan a ser guardianes de la ideología.

La segunda característica de las ideologías -y que las diferencian de cualquier otra creencia- consiste en que están concebidas para ser aplicadas por un gobierno, al que en estas latitudes se denomina impropia y generosamente "Estado". Es decir que no se trata de metas que me propongo alcanzar por mí mismo, sino de objetivos destinados a que el gobierno se los imponga a otros. En todo caso, el trabajo propio será la militancia para llevar la ideología a la cima de la pirámide estatal y, desde allí, bajarla a la realidad con el fin de uniformarla, homogeneizarla. Y como la realidad se resiste a ser uniformada por una idea, la discordia resulta inevitable. En ese sentido, la fórmula de Benito Mussolini "todo en el Estado y nada fuera del Estado" se impuso a la totalidad del espectro político, así como la tesis de Carl Schmitt, quien escribió que el único enemigo es el señalado como enemigo público y que la dupla amigo-enemigo es la esencia misma de la política.

Los mayores y más amplios intentos de homogeneizar la realidad provocaron la Segunda Guerra Mundial y se extendieron durante la Guerra Fría, cuando tanto el nacionalsocialismo alemán como el comunismo soviético pretendieron imponer una ideología no solo a sus propias sociedades, sino a las naciones vecinas.

En la Argentina, que libró muchas batallas por su independencia y también otras menores por la prevalencia entre caudillos, la única que fue inspirada por la ideología -al menos en sus aspectos visibles- fue la confrontación sangrienta de los 70, que proyecta sus efectos hacia nuestros días.

En esa confrontación se observa claramente la necedad ideológica, la resistencia a aceptar la realidad, ya que la guerrilla se armó y desencadenó cuando la Argentina tenía los obreros mejor pagados de América Latina.

A partir de entonces, todo fue barranca abajo: el deterioro del nivel de vida, pero, por sobre todo, la cultura y la inteligencia. La ideología mató al razonamiento.

Todo esto cuenta para "la tropa" y las conducciones intermedias, ya que las cúpulas suelen estar alentadas por otras motivaciones bien diferentes a las ideológicas. Creo haber probado hace años el pacto Montoneros-Massera. Y basta ver quiénes financian a las organizaciones que se mueven en pos de los objetivos del Foro de San Pablo para advertir qué tipo de intereses impulsan ciertas ideologías.

Sería injusto sostener, sin embargo, que únicamente la izquierda maneja las discusiones en términos ideológicos. Ninguna corriente política se libró de esa enfermedad: el nacionalismo, el liberalismo, el socialismo, todos procuran ver de qué modo se puede hacer encajar la realidad en el molde de un conjunto de ideas preconcebidas. Quien procure adaptar su acción a la realidad es un pragmático y al pragmático, aun si es honesto, se lo observa con desconfianza, como si se tratara de un oportunista y no de alguien que tiene la inteligencia y el valor de hallar la mejor senda entre los caminos posibles.

¡Que cada cual elija su combo! Ya vienen armados. Al conjunto de ideas se lo toma o se lo deja, aunque entre ellas existan contradicciones. ¡En contra de la represión en Chile, pero en favor de la represión en Cuba y Venezuela! La comparación está prohibida. ¿Alguien pudo explicar por qué un gobierno que se mantuvo durante 50 años no es una dictadura? La realidad es que nadie necesitó explicarlo porque casi todos tuvieron miedo de preguntarlo, a pesar de las desapariciones, torturas y encarcelamientos políticos que durante décadas se produjeron en el régimen castrista.

El autodenominado "minimalismo" en derecho penal -mal llamado "garantismo"- cesa cuando los jueces progresistas aplican duras penas a un miembro de las fuerzas de seguridad o, simplemente, a un civil que se defendió de un delincuente. Nadie les exige coherencia. El combo ideológico no la necesita. La lógica murió en manos de la ideología y los diagramas de Venn tan elementales que se enseñaban en los colegios son piezas de museo.

Ya no se razona. Solo hay etiquetas. Y la mayoría teme a las etiquetas. Algunas etiquetas imponen un término negativo a cualquier cosa. Se abusó hasta el cansancio de la calificación de "fascista". Otras veces, con el nombre de alguna corriente política que tiene vigencia y hasta éxito en el mundo, se fabrica una etiqueta negativa a costa de su reiteración. Es lo que sucede con los términos "neoliberal" o "neoconservador". Se repiten hasta que parezcan malos. En ese contexto, los más débiles, que son mayoría, terminan defendiéndose: "No lo soy...".

Los escolásticos sostenían que una persona era tanto más inteligente cuantos más aspectos supiera distinguir dentro de una misma cuestión. Si esto aún es así, las discusiones actuales son la negación de la inteligencia. La sutileza de la discusión ha desaparecido.

Cada vez son más los docentes que adoctrinan a los alumnos con combos ideológicos y menos los que les demandan estudiar y analizar las fuentes. Así es más fácil para todos. Quienes impugnaban el memorismo en la educación hoy solo exigen repetir un eslogan. Es el problema más arduo de resolver y casi nadie explica cómo revertir esta haraganería del pensamiento en la Argentina. La inteligencia agoniza.

Por:  Carlos Manfroni
Abogado y escritor

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