martes, 14 de mayo de 2013

El riesgo de un Gobierno cercano a la desesperación




mayo 14, 2013




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A quienes han comenzado a revelar los secretos del Jardín de las Delicias, el kirchnerismo los considera traidores. Pero la traición es cuestión de fechas, sostenía el príncipe de Talleyrand.

Cualquier parlamentario del régimen teocrático de Irán, tan proclive a las lapidaciones por artículos de fe, puede haber experimentado una sensación de alivio siempre que haya observado a sus pares del Congreso argentino en los desasosiegos de los últimos días.

Sucede que incluso en ese gobierno, sujeto a los flagelos de sacerdotes, las urgencias están siendo menores que las demostradas aquí. Ni el tratado Timerman-Salehi, de impunidad para los responsables del atentado terrorista que sembró de muertos argentinos la sede de la Amia, ha sido aprobado todavía en Teherán. Cuatro de los acusados son candidatos a presidente.

En Buenos Aires, las cosas son distintas. Mientras el Senado convertía en ley el paquete de proyectos para el sometimiento de los jueces federales y la restricción de garantías constitucionales para los ciudadanos, ya estaba siendo urgido a recibir, manducar y deglutir, en tiempo de descuento, un nuevo presente griego del Poder Ejecutivo Nacional.

Se trata, entre otras lindezas, de una amnistía penal y tributaria para beneficiar a evasores, narcotraficantes y rufianes de alta gama, que obtendrán por lavar sus dineros no sólo el indulto, sino el crédito del Estado argentino y el reconocimiento de una tasa de interés del cuatro por ciento anual. En dólares. Todo subsidiado mediante dos impuestos cobrados al común de los argentinos, menos acaudalados, por cierto: el impuesto al trabajo, recaudado bajo el eufemismo de Ganancias, y el impuesto inflacionario, cuyo valor oficial ya es un arcano de reserva en bóveda. Pero, en cualquiera de los cálculos posibles, revela una corrosión vertiginosa del poder adquisitivo del salario. Así funciona el progresismo kirchnerista en estado de desesperación: restaurando, en disfavor de los más pobres, el derecho de pernada.

Cuando los legisladores nacionales del oficialismo concluyan con el servicio de lavado doméstico, recibirán un nuevo requerimiento de extrema necesidad. Deberán convalidar con sus asentaderas en quórum y sus manos en docena la intervención estatal sobre el periodismo que todavía se niega a resignar su libertad.

Visto en perspectiva, el proyecto para expropiar Papel Prensa y la intimidación echada a correr como rumor de degüello desde la Comisión Nacional de Valores contra el Grupo Clarín no son sino la admisión del fracaso de la ley de medios. El vasto aparato de propaganda estatal montado a partir de esa norma se ha revelado inútil para que los argentinos absuelvan las mentiras de su Gobierno. Ahora, el kirchnerismo necesita narrar las maravillas del relato desde los medios de Clarín y desde las páginas del diario La Nación.

Con la esperanza peregrina de que, así, el pueblo vuelva a confiar en la santidad y progresía del kirchnerismo y de sus socios más oscuros, hasta admitir, en el vértice, la castidad patrimonial de la familia gobernante.

El oficialismo aparece, entonces, desconcertado y brutal, porque se siente vulnerado en su cimiento más sólido: la economía que le garantizaba éxito electoral e impunidad para el delito. A fines del año pasado, sus filósofos sugerían, puertas adentro, apretar los dientes frente a las críticas y esperar hasta que llegara la próxima cosecha, el tiempo de las mieses en desborde. Mayo ha llegado, las reservas del Banco Central están exhaustas, el dólar ya evoca el período isabelino y el poncho no aparece.

En ese escenario, cada domingo, mientras la conducción política dice distraerse con disputas televisivas por tronos del medioevo, los argentinos se enteran, en algunas pantallas más actuales, del saqueo padecido por el país en manos de su propio gobierno.

A quienes han comenzado a revelar los secretos del Jardín de las Delicias, el kirchnerismo los considera traidores. Pero la traición es cuestión de fechas, sostenía el príncipe de Talleyrand.

Según se está viendo, las movidas de Lázaro Báez para conformar sociedades en paraísos fiscales fueron inmediatamente posteriores a la muerte de Néstor Kirchner. ¿Cuál era entonces su lógica de acumulación?

Algunos afirman que el único resguardo de sus negocios era el expresidente. Otros creen advertir una silenciosa emancipación de testaferros en medio de un juicio sucesorio.

Ahora, será una Justicia indefensa y amenazada la que deberá proveer respuestas. Para el interrogante mayor –cuándo traicionó definitivamente el Gobierno la promesa democrática para virar hacia el autoritarismo–, habrá que esperar la disputa de historiadores.

En el presente, tanto el bosque como el árbol aparecen velados por la desesperación del Gobierno. El país, en cambio, se aproxima al desafío de no desesperar de sí mismo.

Edgardo Moreno
La Voz

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