jueves, 7 de marzo de 2013

RAÚL CASTRO ES EL PRESIDENTE DE VENEZUELA




marzo 7, 2013

Mientras Caracas se convertía en el resumen de un confuso y contradictorio escenario de versiones y contraversiones de las que los argentinos somos grandes expertos, anteayer, durante el programa matutino que en Radio Mitre dirige el periodista argentino Marcelo Longobardi, éste contactó a una colega venezolana que ya en otras oportunidades había suministrado excelente información acerca de la crisis que desató el reconocimiento público de la muerte de Hugo Chávez Frías. Durante uno de los pasajes del diálogo, Longobardi se refirió al rol que desempeñaba Nicolás Maduro, al que definió como “el nuevo presidente”.

Con voz firme, su interlocutora pidió una aclaración y subrayó que “el presidente de Venezuela hoy es Raúl Castro…” La frase, tajante y precisa, fue un anticipo de lo que comenzaba a perfilarse en el proceso político que nuestros lectores conocen muy bien y expuso una realidad a la que no era ajena el viaje que horas antes había realizado Maduro a La Habana, teóricamente para analizar con la conducción castrista “detalles relacionados con el entierro del comandante presidente”. La excusa, por lo trivial y vertida en medio de las tensiones crecientes, no convenció a nadie y, a la inversa, puso de manifiesto la influencia que Cuba había adquirido en este proceso prometedor de una ampliación del conflicto que late en las entrañas del pueblo venezolano y, por ende, de sus Fuerzas Armadas.

En una entrega anterior, explicamos en este medio que ya habían ocurrido enfrentamientos periféricos entre fracciones antagónicas y que en las proximidades del Hospital Militar donde yacía el cuerpo sin vida de quien fue el peor presidente de la más cercana historia latinoamericana, había sido herida una periodista. El hecho fue publicado pero lo interesante es que estos sucesos premonitores son relativizados u ocultados a la opinión pública, que debe soportar una orquestada avalancha informativa que pretende mostrar a Chávez como un dirigente exitoso y ponderable y no como un pésimo administrador, un autoritario que se desempeñó como una simple ficha de un proyecto de izquierdización para esta región del continente.

Pero antes de profundizar nuestros juicios sobre este personaje insólito y payasesco que será enterrado mañana, debemos retomar la afirmación indicativa de que el castrismo cubano trata de mantener el control sobre los venezolanos, verdadero problema que tiene un final abierto y que, además de los primeros tiros que se quieren disimular, ya produjo enfrentamientos en la cúpula del poder político. Hace unas horas, en Miraflores -el equivalente a nuestra quinta presidencial de Olivos- se produjeron agrias discusiones entre los sectores en pugna y hasta ocurrieron trompeaduras como la que protagonizaron el ministro de Relaciones Exteriores y el titular de la cartera de Defensa. En el centro de la discusión se ubicaba el papel que se aprestan a desempeñar los efectivos militares cubanos, cuyos detalles -incluido el moderno armamento que poseen- conocen los lectores de esta Hoja.

 El tema se agravó en momentos de escribir este comentario, pues además de los 4.500 efectivos que están prestos a intervenir, los informes de inteligencia que se habían elaborado a lo largo de los últimos meses indican cifras superiores de personal cubano distribuido en distintos lugares de la administración gubernamental y con cobertura en lugares estratégicos.
Disfrazados de médicos, maestros, técnicos y especialistas en distintas disciplinas, estos elementos, dirigidos por un estado mayor que conocía perfectamente la situación antes de que se reconociera públicamente la muerte de Chávez, había comenzado a movilizarse con la consiguiente inquietud de los militares profesionales de las Fuerzas Armadas Venezolanas. Es verdad que éstas no están unidas, que hay sectores que respaldarían a Nicolás Maduro si se profundiza la crisis, en tanto otros apoyan a Diosdado Cabello quien, entre otras cosas, es capitán retirado del Ejército y considera que, de acuerdo con la Constitución, le corresponde ejercer interinamente la Presidencia de la República, atento a su carácter de titular de la Asamblea, es decir, del Poder Legislativo.

Otro grupo, mayoritario, se mantiene independiente y, aunque no se muestra como antichavista, tampoco simpatiza con el proyecto comunista de Chávez y por lo tanto expresamente se opone a Maduro por su directa dependencia de Cuba y su pertenencia al comunismo local. A grandes rasgos, éste es el panorama que posee otras detalles aún no especificados con claridad, como es la cuestión del narcotráfico, con el que estarían comprometidos algunos mandos, todo lo cual configura un panorama por demás complejo en el que sí sobresale un factor en el que casi todos estarían de acuerdo: la resistencia activa a aceptar la presencia de los cubanos. A su vez, éstos cumplen órdenes de La Habana, con lo cual el conflicto está peligrosamente internacionalizado.

Por añadidura, ha prometido su llegada a Caracas para participar de las exequias Mahmoud Ahmadinejad, máxima autoridad política de la República Islámica de Irán, país que juega un rol controvertido, habida cuenta del pacto firmado con el gobierno cristinista y su rol de comprador de tecnología nuclear argentina. Venezuela actuaría como intermediaria y Cuba está interesada en asegurar este proyecto a cambio del apoyo -y no sólo por razones ideológicas- para asegurarse el suministro del petróleo que recibía prácticamente gratis en vida de Chávez y que ahora podría suprimirse ante la caída de la producción venezolana. El riesgo de los cubanos es muy grande, sobre todo porque Chávez deja un país devastado económicamente, con la producción de alimentos prácticamente desaparecida como consecuencia de los errores de su política en la materia, con el agregado de una enorme deuda externa disimulada en parte por el manipuleo de las cifras oficiales. Cualquier parecido con la Argentina no es casualidad.

En medio de esta telaraña de intereses e ideologías que integran el proyecto elaborado por el Foro de San Pablo, quienes lo dirigen deben afrontar la desaparición del líder elegido para comandarlo y montar un nuevo proceso revolucionario en la región. Así las cosas, la presidente argentina, Cristina W., resolvió insertarse en este proceso con la esperanza de ocupar el puesto vacante que deja el teniente coronel Chávez. Nuestros lectores ya conocen estos componentes del escenario y con nosotros pueden preguntarse cuáles serían los beneficios que hipotéticamente podría lograr nuestro país. Sobre todo, el interrogante adquiere una dimensión especial cuando se detiene en la cuestión iraní, en la cuestión estratégica que posee y en el dramatismo en que podría derivar a partir de los continuos errores que comete el kirchnerismo, que ya no sólo busca su supervivencia sino también extenderse por el continente con su “modelo”, que ahora parece dibujarse con mayor precisión
Carlos Manuel Acuña

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