martes, 24 de noviembre de 2015

Los que quieren seguir con la grieta






24/11/15


Del editor al lector

No hay dos países porque el balotaje dio 51 y 48. Lo hubo con la división que fue un gran negocio de los Kirchner. El Gobierno impulsó el enfrentamiento para tapar la mayor corrupción de esta etapa democrática.

La grieta fue esa aberración que hizo del antagonismo un negocio. Una invención muy rentable para algunos beneficiarios del modelo. Es lógico que empiecen a sentir nostalgia por su desaparición.
Si desaparece la grieta no serán necesarios los medios que la alimentaban y que aún la alimentan, y no será necesaria la plata que se destinaba y que aún se destina a ellos.
Página 12, vocero impreso del gobierno que se retira, tituló ayer: “Un presidente, dos países”. Eso es lo que se va. Dos países es lo que todavía es y lo que tendrá que dejar de ser.
Hay un infantilismo en medir un país por la cantidad de votos, dividiéndolo en dos. Es un presidente, un país, una democracia y un balotaje que arrojó, como cualquier balotaje, un ganador. Quien no ganó, perdió. La oposición existe y es parte de ese mismo único país que se compone de diferencias y de conflictos.
El kirchnerismo ha sido magistral dividiendo, oponiendo, enfrentando a la sociedad. Un colapso de la concordia para lucrar políticamente y para lucrar económicamente: una pelea maniquea de los malos frente a los buenos y los autodesignados buenos cobrando por decir que los que ellos decidieron que eran malos eran y son los villanos de la película.
Esa película terminó. 
Han sido los Kirchner los autores centrales del argumento y quienes han cultivado y han hecho cultivar el enfrentamiento sectario. Para eso montaron un gigantesco aparato publicitario pagado por todos.
Claramente a partir de confrontar con el campo por las retenciones, los Kirchner sacaron partido de las grietas que ellos mismos generaron en el tejido social. Y lo hicieron con absoluta irresponsabilidad, sin mirar más consecuencias que el mejor modo de aprovecharse de esa manipulación.
La técnica de utilizar el enfrentamiento con el pasado cambió de dimensión en la guerra por la 125. Los Kirchner interpretaron el conflicto como una disputa contra la democracia por una parte de la sociedad y por los medios de comunicación. 
Los ruralistas fueron transformados en herederos de los grupos de tareas y la prensa independiente en prensa hegemónica al servicio de los sectores concentrados de la economía. Ahí ya está toda la fraseología hueca aunque necesaria para caracterizar la lucha social como un choque inevitable entre dos facciones: el pueblo y el antipueblo.
Vacío de ideas, lleno de consignas el discurso se tiñó de un léxico casi militar y recuperó viejas señas de identidad facciosa que la democracia parecía haber superado. A la berretada traída desde documentos universitarios de los 70 se agregaron justificaciones intelectuales y un sistema comunicacional al servicio de tanto disparate. 
Vino Carta Abierta, expresión de algún intelectual importante de la facultad de Sociales de los 70 y grupo variopinto de intelectuales deslumbrados por Ernesto Laclau, un profesor argentino que daba clases en el exterior sin ninguna trascendencia salvo para militantes fanatizados.
Los miembros del aparato de propaganda fueron los mejor adiestrados para reproducir el clima retro. Miles de millones de pesos empezaron a bañar medios y a financiar a la vez organizaciones de derechos humanos y campañas culturales para demostrar que el kirchnerismo era una nueva representación de lo popular. 
La arrogancia y la falsificación vinieron de la mano. Todo se presentó como una nueva fase de la batalla entre el imperio y la liberación nacional. Viejos militantes setentistas volvieron a sus discursos más ideológicos: (el nuestro) es “un modelo de acumulación de matriz productiva diversificada con inclusión social”, imaginó Roberto Feletti y unos cuantos más.
La grieta no fue sólo retórica: se convirtió en una rentable forma de vida para algunos militantes de los 70, defensores de los derechos humanos de los 80 y movimientos sociales de los 90. Todos encontraron en el relato la forma de encubrir la experiencia más corrupta de esta etapa democrática. 
Pero la grieta más delicada fue la económica y social. Argumentan lo contrario pero en los años de mayor prosperidad de las exportaciones argentinas aumentó la desigualdad social, que posterga a la masa de pobres condenados a subsidios clientelares, empleos precarios y una educación y salud de baja calidad.
Uno de los grandes mensajes del domingo es que mucha gente se cansó de la grieta y de la concepción de la política como una lucha entre dos países siempre con el otro en el lado buitre.
El kirchnerismo puro, es decir, el cristinismo, intentará seguir viviendo de la grieta. Seguirá buscando réditos con la división. No parece dispuesto a aprender y menos parece dispuesto a cambiar. Cerrar la grieta demandará mucho cemento y ese cemento se llama políticas públicas y libertad absoluta para el que piensa distinto.

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