Jueves 12 de marzo de 2015
Por Antonio I. Margariti
No sabemos porqué. Pero de un tiempo a esta parte los pronósticos económicos han dejado de ser útiles para tomar buenas decisiones
Tanto los vistosos gráficos multicolores como los
abarrotados cuadros estadísticos han perdido el interés y la importancia para
quienes seguían minuciosamente su desarrollo.
PREDECIR O CONSTRUIR EL FUTURO.
En este sentido, estamos siendo interpelados por
la tradición evangélica que nos inquiere ¿quién ha fuerza de discurrir puede
añadir un codo a su estatura?
Cada vez son más las personas pensantes que
reconocen que el futuro no puede ser adivinado, es imprevisible. Pero puede ser
construido. Y ponen su atención en algo más acertado que las proyecciones
numéricas de los power-point.
Se trata de averiguar cómo se toman las
decisiones dentro del gobierno y en la esfera privada e investigar si ellas
siguen el sendero de la sensatez y honestidad o el camino de la improvisación y
desfachatez.
Es la única manera que disponemos para advertir
si se está construyendo un porvenir esperanzador o un futuro que nos provocará
tristezas y desgracias.
En el decenio que ahora culmina, algo traspasó,
alteró, modificó y vulneró a la sociedad argentina. Algo que es invisible a los
ojos. Algo todavía no comprendemos bien. Algo que no puede ser captado por la
macroeconomía, ni la retórica política, ni el análisis sociológico, ni la
propaganda estruendosa. Algo que hace fracasar los pronósticos económicos,
políticos y culturales.
CAMBIOS PROFUNDOS.
Hemos sido sometidos a un sigiloso pero feroz
intento de alterar y cambiar de raíz nuestra esencia, los rasgos culturales,
nuestra idiosincrasia, el modo de ser, pensar y obrar de los argentinos.
Hoy, en la escena pública y parte de la esfera
privada, no actuamos del mismo modo con que lo hacíamos antes del decenio. En la
sociedad se ha abierto una profunda grieta. Vivimos con temor a la agresión,
las amenazas y la violencia.
El mandato sagrado, que el preámbulo ordena
cumplir a los gobernantes, se ha violado impunemente. A pocos les interesa. Ya
no constituimos una unión nacional.
No se afianza la justicia. No se consolida
la paz interior. No se provee a la defensa común. No se promueve el bienestar
general. No se aseguran los beneficios de la libertad. Hasta se ha cambiado la
protección de Dios como fuente de toda razón y justicia por la voluntad
caprichosa de quienes detentan el poder.
Por eso hay tanto enriquecimiento soez, suma
injuria, violencia, inseguridad, crimen y narcotráfico.
LA SINDÉRESIS.
El fenómeno podría definirse de manera simple y
contundente. Ha ocurrido una profunda, sigilosa y constante mutación de la
SINDÉRESIS, siendo sus inspiradores intelectuales los ideólogos Ernesto Laclau
(1935-2014) y Heinz Dietrich Steffan (1943 – ).
La sindéresis es un término griego que
significa la capacidad habitual del espíritu humano para conocer los
principios morales, elegir el bien y rechazar el mal.
Como dirían los analistas políticos de hoy en
día: la sindéresis es el espacio, la trama, el territorio y el hábitat donde
transcurre la acción humana inclusive la económica.
Cualquier acto humano -voluntario y deliberado-
se desenvuelve con una sindéresis, es decir con cierta capacidad natural para
juzgar y actuar, acertada o erróneamente.
Esa acción humana se produce dentro de un
conjunto de condiciones geográficas, históricas, espirituales, intelectuales,
políticas, religiosas o agnósticas a partir de las cuales obramos según
criterios que dan coherencia a nuestra acción.
Sin la sindéresis seríamos como bolas sin
manija, palurdos, brutos, grotescos, guarangos, necios o imbéciles.
El publicitado modelo nacional y popular ha
demostrado ser un proyecto de cambio de principios éticos y negación de la
conciencia moral tradicional para convertirla en una conciencia
neo-revolucionaria (setentista) colmada de odio, destrucción, violencia y
revanchismo. Es como la Jihad islámica respecto de la cultura musulmana.
Han pretendido hacer un país fundacional
distinto, negando la tradición e intentando hacer la revolución mediante un
cambio violento en las instituciones, las leyes, la mentalidad popular y la
conciencia moral.
TRADICIÓN Y REVOLUCIÓN.
Con un poco de paciencia y cierta dosis de
memoria, se pueden recopilar los principios morales que nos transmitían
nuestros padres y que ellos recibieron de los abuelos. También podemos
compendiar los anti-principios que hoy forman la sindéresis de la militancia,
compuesta por turbas vocingleras, aplaudidores y barras bravas. Sarmiento lo
definiría como “civilización o barbarie”.
Los principios morales que nos inculcaron
nuestros padres eran los siguientes:
1. Hay que ser decentes: pobres y honrados o
ricos y generosos.
2. Debemos hacer el bien y evitar el mal.
3. Siempre decir la verdad y nunca jurar en
vano.
4. Es necesario mantener la palabra empeñada y
cumplir las promesas.
5. Se deben respetar los bienes ajenos.
6. No hacer a los demás lo que no queramos que
nos hagan a nosotros.
7. El primer deber es honrar a los padres y
maestros.
8. No ir con malas compañías ni exponernos al
peligro.
9. Las cosas se consiguen con trabajo, esfuerzo
y perseverancia.
10. Tener compasión con los que sufren y
requieren nuestra ayuda.
En cambio, la sindéresis del decenio que ahora
culmina ha sido distinta:
1. No importa el ahorro sino el consumo, porque
el Estado velará por nuestra vejez.
2. Lo importante es la militancia, no la
idoneidad del estudio y el conocimiento.
3. Quien no piensa igual a nosotros es el
enemigo.
4. No dialogar ni debatir ideas, el proyecto es
hacer caja y perpetuarse.
5. La violencia social es un derecho del pueblo y
no debe judicializarse.
6. El delincuente es víctima de la sociedad que
lo excluye.
7. Los jueces no deben hacer justicia, tienen que
obedecer las leyes de las mayorías.
8. La libertad de prensa es un privilegio que
impide al relato cambiar la realidad.
9. Para el gobernante elegido por el pueblo es
legítimo quedarse con parte del excedente.
10. La política debe dominar la economía, la
cultura y educación para construir espacios de poder.
Han sido nuestras claudicaciones, nuestros
mezquinos intereses, nuestro desinterés por la res-publica, nuestras cobardías y
nuestras cómodas excusas las que permitieron que la moral individual y la
conciencia cívica de muchos argentinos hayan sido cambiadas de raíz y ahora sólo
podamos añorar los tiempos pasados, esperando el milagro con un simple relevo
electoral.

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