domingo, 14 de abril de 2013

Para que Argentina deje de merecer a Cristina






- Por Gabriela Pousa –

Esta vez es la Presidente quien convoca. Su constante trampa dialéctica, explícita o implícitamente, hacia una “democracia” más directa, se une a la certeza de una gran parte de la sociedad de no ser representada por aquellos a quien supo votar.

Si una mayoría de diputados y legisladores han cooperado a incrementar la brecha entre demandas perentorias de la gente y sus mezquinos intereses, si por esta razón son constantemente criticados, si se ha roto la cualidad representativa de la ciudadanía, si la orfandad política es el sentimiento que prima, nadie que no sea el pueblo puede y debe enmendar esto.

En los últimos años la delegación soberana que implica el sistema democrático demostró ser un fracaso, salir de este requiere inexpugnablemente el accionar ciudadano. La apatía de la gente resultó tan nefasta como la desidia dirigente. Mientras la primera dejó hacer sin cuestionar, la segunda se durmió en los laureles. Y así quedó claro que estos no resultaron eternos, se han marchitado.
Conjuntamente con ello, el ruido de las rotas cadenas terminó callado. Para volver a escucharlo es menester volver a romper los candados. Imposible morir con gloria cuando de esta se vive alejado.
Entonar las estrofas del Himno Nacional argentino implica mucho más que acatar costumbres, tradiciones y usos. Su espíritu pide dar nuevamente verosimilitud a su contenido. De otro modo, cantarlo será otro acto de hipocresía magnánimo.

Aunque suene duro, aunque haya mutado el escenario lo que vuelve a estar en juego es la Patria con todo lo que implica esa palabra. El gobierno está haciendo lo que se le ha dejado que haga.
A la República la forjaron patriotas, esos que en nuestras penas cotidianas añoramos como si su presencia en este ahora dependiera de ajenos o foráneos. Circunscribimos esa cualidad a los políticos sin entender que
una dirigencia patriota solo puede emerger de una sociedad donde el patriotismo esté consustanciado. Únicamente así pueden surgir representantes patrios.
Cristina Kirchner, sus ministros y funcionarios no son casualidades, son emergentes de una época en la cual el país tenía apenas habitantes, el rol ciudadano estaba vacante. Si no hay intención de ocuparlo aunque más no sea un par de horas el próximo jueves como un testimonio de hacerse cargo, después la queja y la crítica será inmerecida, fútil y quizás injusta y ridícula.


Hace más de un año escribí una nota preguntando si la Argentina se merecía a Cristina. Para que no se así, para que el kirchnerismo deje de ser un espejo, un merecimiento, se necesita algo más que la catarsis virtual y el reclamo cuando los hechos ya han sido consumado.

Creo interesante transcribir aquellas líneas del 31 de Julio de 2012 para qué después cada uno – sabiéndose parte -, decida si le da entidad o no a la misma. El anhelo es darle a su título, una respuesta negativa porque, en definitiva, de nosotros depende ya, no merecer a Cristina.

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