domingo, 16 de agosto de 2015

La Argentina, atada a China justo cuando ella flaquea




Domingo 16 de agosto de 2015 | Publicado en 
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Por  | LA NACION


 La clase política argentina, pero en particular el peronismo, parece muy afecta al pragmatismo en los ámbitos locales y en cuestiones institucionales. Pero parece padecer de una dificultad enorme para modificar conductas cuando cambia el escenario internacional. Siempre resulta necesaria una crisis a la cual echarle toda la culpa.
En los años 90, se hizo una modificación enorme para adaptarse a un mundo de tasas bajas, préstamos accesibles, apetito por las privatizaciones.
A finales de la década, ese mundo estaba cambiando y mucho, pero la Argentina seguía con déficit fiscal y una dependencia enorme del ahorro externo barato bajo la forma de refinanciación de deudas.
La "década [supuestamente] ganada" se financió con el saldo favorable de la balanza comercial a pesar de que el Gobierno ha tenido una política antiexportadora colosal y extremadamente dañina.
Los altos precios internacionales de las materias primas, el alto valor del dólar respecto de las demás monedas, el fuerte crecimiento de China crearon un escenario internacional increíblemente favorable que permitió el crecimiento en países emergentes, aun cuando aplicaran políticas tan desatinadas como las del kirchnerismo.
Cuando los vientos comenzaron a cambiar, el Gobierno prefirió atarse a China, para garantizarse mercados, inversiones y financiamiento. Y durante un tiempo, corto, funcionó. Una vez más, quienes están en el ejercicio del poder desoyeron las advertencias de que los ciclos favorables no duran toda la vida, porque son eso, ciclos.
La devaluación china de los últimos días, que siguió a las colosales intervenciones en el mercado por su crisis bursátil de poco tiempo atrás, encendieron las alarmas en todo el planeta. Nadie puede pasar por alto los problemas de la segunda economía mundial.
Pekín pasó la crisis de 2007/2008 apoyándose en su mercado interno y alentándolo con medidas fiscales, algo viable en una economía tan grande y disparatado en una pequeña, como la argentina.
Siempre hubo temores de que los chinos se hubieran excedido o que los estímulos duraran demasiado tiempo y hubiera una crisis. En 2012 ya hubo alertas importantes, cuando las recuperaciones en Occidente se demoraban y se pensaba que Pekín podía volver a exagerar y causar una desestabilización de consecuencias impredecibles.
Guillermo Calvo dijo entonces a LA NACION en Nueva York: "No tengo nada de confianza en que China pueda seguir creciendo (...) Si China no mantiene el sistema, en el Sur vamos a sufrir".
Los cambios han sido lentos, como en toda economía grande, pero aquello de lo que había que cuidarse parece estar llegando. Las devaluaciones de la moneda china han sido tomadas como una admisión de la debilidad de su economía.
La capacidad para exportar más con esa mejora de la competitividad significa también una mayor competencia para productos argentinos en terceros mercados. También una menor capacidad importadora o de compra de parte de la segunda mayor economía del mundo. Los precios de las materias primas caen. Y además es más barato invertir en China, porque los dólares se apreciaron en su mercado interno.
Proyectos como el de Vaca Muerta son de golpe muy poco atractivos por la caída de los precios del petróleo. Justo cuando la Argentina más necesita del vigor del dragón chino para remontar vuelo y se ata a él casi sin alternativa posible, el pobre dragón se queda sin fuerzas y las usa para salvarse a sí mismo. Sus políticas, al contrario de las de la Argentina, tanto los salvatajes bursátiles como las administraciones cambiarias, han sido pro mercado.

Los chinos parecen haber aprendido la lección e intentan cambios graduales. La Argentina, como es habitual, va por otro camino. ¿No montaba en un dragón el protagonista del film La historia sin fin?

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