DOMINGO 06 DE MARZO DE 2016
Fernando LabordaLA NACIONPrimer round: el presidente Mauricio Macri, al inau-gurar las sesiones del Congreso, les reprocha en la cara a los representantes del kirch-nerismo el calamitoso estado en que dejaron el país. Éstos responden desde sus bancas con algunos abucheos y muestran pancartas con mensajes tales como "Basta de despidos", "Gobiernan las empresas" o "Destrucción del Estado".Segundo round: también en el Congreso, el diputado kirchnerista Axel Kicillof dispara un gancho de izquierda hacia el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, y acusa al Gobierno de "capitular" ante los fondos buitre. Prat-Gay devuelve el golpe: saca un mortífero jab, también de izquierda, y le recuerda al ministro de Economía de Cristina Kirchner que él cerró en apenas 48 horas el acuerdo con los acreedores del Club de París y les pagó el ciento por ciento de la deuda sin chistar. Kicillof queda groggy.Es probable que en las próximas semanas se sucedan otros rounds de igual intensidad entre el gobierno nacional y el kirchnerismo, aunque probablemente el más esperado tenga lugar el 13 de abril, fecha para la cual Cristina Kirchner ha sido citada a prestar declaración indagatoria por el juez Claudio Bonadio en la causa por las operaciones de venta de dólares futuro que resultaron ruinosas para el Estado, en las postrimerías de su gestión presidencial. Para ese día, se estima que el kirchnerismo preparará un multitudinaria manifestación callejera en apoyo a su líder.Nada de esto le quita el sueño a Macri. Es que, en buena medida, el proceso de idealización de su figura que experimenta una porción mayoritaria de la opinión pública se explica a partir del reconocimiento por haber provocado la retirada del kirchnerismo del poder. En otras palabras, la polarización con los seguidores de Cristina Kirchner es el escenario que más favorece al Gobierno en términos de imagen, al tiempo que estimula a sectores del peronismo que quieren diferenciarse del kirchnerismo a colaborar en acuerdos de gobernabilidad.Hasta pocos días antes de que Macri expusiera ante la Asamblea Legislativa el martes pasado, la decisión de hablar o no de la herencia recibida dividía al grupo gobernante. Los aliados radicales y de la Coalición Cívica, al igual que ministros como Rogelio Frigerio, propiciaban una detallada descripción del estado en que había quedado la Argentina cuando Macri recibió el poder. Otros grupos, más ligados a los equipos de comunicación, como Marcos Peña y el siempre presente asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba, sostenían que había que privilegiar claramente el futuro sobre el pasado.Finalmente, Macri adoptó una decisión política que no defraudó a quienes entendían que todo aquello que no se denunciara e hiciera público ahora engrosaría más adelante la cuenta de su gobierno.Resultaba imposible apelar a la tolerancia de buena parte de la opinión pública ante una devaluación, aumentos tarifarios y despidos de empleados públicos, sin antes explicarle a la sociedad el punto de partida de la actual administración. Sin esa explicación subía también el riesgo de que creciera el mito que, alentado desde el kirchnerismo, desvela a tantos dirigentes de Cambiemos, de que Macri es un dirigente insensible que sólo gobierna para los ricos.Cabía preguntarse para quiénes gobernó Cristina Kirchner cuando no hay impuesto más regresivo que el inflacionario, que premeditadamente impuso su gestión. La inflación golpea a todos, pero en particular a los sectores más indefensos de la sociedad: aquellos que no tienen tarjeta de crédito, ni están bancarizados, ni tuvieron la posibilidad de cubrirse comprando dólares al cambio oficial y que sólo pueden obtener crédito a tasas más que usurarias en oscuras financieras que operan muchas veces al margen de la ley.Era necesario dar a entender que el kirchnerismo, que tanto se vanagloria de haber construido el Estado, en rigor, no hizo más que destruirlo. Unas pocas cifras le bastaron a Macri para desenmascarar, delante de los propios legisladores kirchneristas, un relato que indujo a muchos argentinos a creer que tenían un Estado presente y al servicio de la ciudadanía. Puso de manifiesto que en el período comprendido entre los años 2006 y 2015 los argentinos pagaron en concepto de impuestos casi el equivalente a 700.000 millones de dólares más que en toda la década del 90. Y, pese a eso, la Argentina terminó el ciclo kirchnerista con un déficit fiscal récord de siete puntos sobre el PBI, un déficit energético inédito y una inflación elevadísima.La mejor síntesis de la herencia, en palabras de Macri, fue la de un Estado que ha sido un obstáculo en lugar de un estímulo; un Estado que no sólo no nos cuida, sino que además nos falta el respeto.El discurso presidencial pudo no ser brillante, pero tuvo una gran virtud: el reconocimiento de grandes problemas como la inflación, la pobreza, el narcotráfico, la corrupción y el aislamiento internacional. Palabras que su antecesora en la Casa Rosada se ocupó sistemáticamente de omitir y ocultar.Una encuesta de Giacobbe & Asociados concluida anteayer entre 2000 personas mediante un panel online hizo la siguiente pregunta: "En junio de 2015, Cristina Kirchner aseguró que en la Argentina existía un 5% de pobres. Hace pocos días, Mauricio Macri dijo que existe un 29% de pobres y un 6% de indigentes. Usted, ¿a quién la cree?". El 69,9% afirmó que le creía a Macri. Sólo el 15,2%, que le creía a Cristina, en tanto que el 14,3% no le creía a ninguno de los dos.Queda claro que, con sus mensajes, el Presidente busca fidelizar a un segmento del electorado, de aproximadamente cuatro de cada 10 ciudadanos que lo votaron en el ballottage del 22 de noviembre. Se trata de una porción de la sociedad que votó contra el kirchnerismo antes que a favor de Macri.El discurso presidencial incluyó una elíptica reivindicación del gobierno de Néstor Kirchner, al destacar la obsesión de éste por los superávits gemelos. Pareció un guiño a los sectores del peronismo dispuestos a buscar acuerdos con el oficialismo.La gran batalla de Macri, con todo, no es contra el kirchnerismo, aunque esta contienda lo ayude a mejorar su posicionamiento. Tampoco pasa por arrancarle una sonrisa al papa Francisco, tema del que se habló hasta el cansancio tras la aparente frialdad con que el Sumo Pontífice recibió una semana atrás al primer mandatario argentino.Su verdadera batalla se relaciona con las principales preocupaciones de los argentinos, referidas a una economía que no arranca por falta de inversiones y a una inflación que ha comenzado a superar a la inseguridad como principal problema, y no justamente porque vivamos más seguros. Una batalla en la que deberá vencer los resabios de populismo, con un desafío adicional: revertir la situación en un contexto internacional cada vez menos favorable, donde se espera una caída de la economía de Brasil del 3 al 3,5% para este año y un proceso de ajuste de la economía china, y donde nadie espera una recuperación de los precios de nuestras exportaciones.En este escenario, el Gobierno juzga imprescindible la ratificación parlamentaria del acuerdo con los holdouts. Todo indica que pasará la prueba en la Cámara de Diputados, pero no será sencillo en el Senado, por la franca minoría que tiene Cambiemos. Los gobernadores peronistas serán el factor clave para persuadir a los senadores de apoyar el paquete de la deuda. Ellos esperan una más rápida devolución del 15% de la coparticipación que quedaba en la Anses y debe volver a las provincias, y algún giro adicional para paliar las necesidades de sus distritos. En el Gobierno responden: si no se convalida el acuerdo con los holdouts, no habrá acceso al crédito internacional para nadie ni discusión posible sobre la coparticipación.
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